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Un rulfiano Oriente Medio en llamas Opinión BBC/Getty Images

Un rulfiano Oriente Medio en llamas

Gilberto Aranda B.
Por : Gilberto Aranda B. Profesor titular Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
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Los analistas dados a comparar cada conflicto con el inicio de una Tercera Guerra Mundial ven confirmadas sus predicciones, entendiendo que los actuales episodios pueden ser el preámbulo de un choque mayor.


Reconozco que estuve dubitativo con el título de una columna usado con frecuencia en los últimos días, hasta que un destacado diplomático en la zona efervescente me convenció de la manera de preservar cierta originalidad. La región del mundo bautizada por el alto mando británico, a partir de la Segunda Guerra Mundial, como Middle East –sin olvidar que franceses y españoles hablan de Oriente Próximo, y los árabes simplemente la designan como Máshreq (“lugar donde sale el sol”)– es actualmente un polvorín que amenaza con extenderse más allá de la región, con un contenido que a ratos recuerda los 17 cuentos de Juan Rulfo de El llano en llamas. ¿Qué tiene que ver dicha región geográfica con el sur de Jalisco en tiempos de la Revolución mexicana? La voz náhuatl para “superficie de arena” –Jalisco– fue el escenario rulfiano para contar historias de personas de suelo yermo, marcadas por la soledad y la muerte, tal como ocurre hoy en Medio Oriente.

Aunque la fecha clave de este drama es el 7 de octubre del año pasado, no se puede dejar de mencionar que 50 casi exactos años antes –el 6 de octubre de 1973– el ejército egipcio cruzó sorpresivamente el canal de Suez, quebrando las defensas israelíes de Bar-Lev y penetrando un ocupado Sinaí. La Guerra de Yom Kippur marcó un antes y un después regional, además de un punto de inflexión en la política israelí, que experimenta sus consecuencias medio siglo después con un Hamas atacando territorio israelí, con la fatídica cifra de 1.400 víctimas, lo que desencadenó una respuesta punitiva aún más letal sobre Gaza, que varios Estados consideran desproporcionada.

El octubre de 1973, Israel fue “salvado” por las armas provistas por el Estados Unidos de Nixon, que permitió dejar “en tablas” la compleja situación, pulverizando inicialmente el mito de invulnerabilidad israelí, aunque conteniendo después la expansión del conflicto. Esto último es lo que precisamente no ha pasado en los últimos meses con focos ya activados en toda la región, varios con un grado de relación con los atentados de octubre pasado. El propio Israel, Cisjordania, El sur del Líbano, Siria, Irak, Irán, Yemen, Kurdistán, Nagorno Karabaj en Azerbaiyán, y particularmente el Baluchistán iranio fronterizo con la India, experimentan emanaciones bélicas.

Los analistas dados a comparar cada conflicto con el inicio de una Tercera Guerra Mundial ven confirmadas sus predicciones, entendiendo que los actuales episodios pueden ser el preámbulo de un choque mayor. Lo anterior, a pesar de que varias potencias han realizado esfuerzos para contener la onda expansiva bélica –China, Egipto, Qatar, así como Estados Unidos, hasta los ataques sobre el Mar Rojo e Irán antes de sus propias escaladas contra grupos separatistas y operaciones en Siria e Irak–, desdramatizando de paso la narrativa de neo Guerra Fría. A fin de cuentas, entender la fenomenología conflictual con espejo retrovisor es algo común.

En mi caso, la presencia de un discurso confrontacional teñido de citas y contenidos teológicos en conflictos abiertos y profundizados en nombre de Dios, los hace más difíciles de solucionar. Con ello, no me refiero solo a la carta fundacional del Movimiento de Resistencia Islámica o Hamas, emergido de la hermandad musulmana egipcia, que propugna la destrucción del Estado de Israel, una entidad ya sólidamente instalada en el área desde 1948 y con un innegable derecho a existir. Además, me refiero al Israel fundado en el colectivismo de tradición progresista secular –sin olvidar al mismo tiempo otras vías extremistas, como los grupos Haganá, Irgún o Stern– y su mutación a propósito de la creciente gravitación de sectores ultraortodoxos religiosos, partiendo con la creación de Gush Emunim, por el rabino Kook, en febrero de 1974, que esgrimía una prospectiva de superación del sionismo secular mediante el reemplazo de la idea de Estado de Israel por la acepción bíblica de Tierra de Israel (Eretz Israel), propiciando el asentamiento de hecho de colonos judíos en sus “arcadianas” Judea-Samaria.

La llegada al poder del conservador partido Likud en 1977 (de Menahem Beguin) hizo de aquello una política oficial, consolidando la unión entre idea divina y sentimiento nacional del grupo que postulaba la rejudaización “desde arriba”, con el objetivo de implantar un Estado regido por la ley judía (halajá). En los 80 el núcleo emunista se diversificó en asociaciones, sectas y partidos ortodoxos (jaredim), enfrentadas tanto con el judaísmo reformado como con el conservador.

Para la elección del duodécimo Parlamento (Kneset), de noviembre de 1988, creció su representación al 15%, transformándose su apoyo en crucial para formar cualquier gobierno, tanto para las coaliciones de izquierda lideradas por el laborismo u otros partidos, como para las alianzas conservadoras del Likud. Desde entonces, la política israelí experimentó un giro que se mantiene hasta hoy, dificultando la implementación de los acuerdos de Oslo y las negociaciones de Camp David II para la creación de un Estado palestino, una dilatación/obstrucción de la cual el premier Netanyahu es el emblema. El protagonismo de islamitas radicales palestinos, así como de emunistas y jaredim en Israel no es sino la revancha de Dios, al decir de Gilles Kepel (1991).

Esta tendencia se expande en una región que, entre lo más novedoso, tiene los ataques de Teherán a objetivos de ISIS en Siria y posiciones kurdas en Erbil. Los iraníes actuaban por delegación mediante sus conexiones con Siria y el Hezbollah libanés, pero ahora fueron más allá.

Y aunque la relación no es directa, es evidente que la campaña de asalto israelí a la Franja de Gaza ha provocado una escalada regional, resucitando la causa palestina en el mundo árabe musulmán. Hace décadas que dicho bloque social no lucía tan compacto y seguro en sus declaraciones de apoyo a Palestina y condena a Israel. Más que acudir a la profecía de una Tercera Guerra, sugiero revisitar los albores de la Primera y el temor británico al uso de la Yihad –“el esfuerzo” en árabe–, a menudo distorsionada como “Guerra Santa” por Occidente. Este esfuerzo es primero moral y subsidiariamente físico, para colocar al creyente en el camino deseado por Dios y establecer sus prescripciones sobre la Tierra, lo que se traducía en ocasiones en la ampliación del gobierno islámico.

Para la ley de Dios musulmana (sharía), quien proclamaba la Yihad era la autoridad vicaria del califa y, en ausencia del mismo, la cuestión es quién lo hace, con distintas opiniones jurídicas. En vísperas de la Gran Guerra, los británicos ya desconfiaban de los acercamientos militares entre Berlín y Estambul (fechados en 1882). Más tarde, lord Kitchener, al mando del ejército angloegipcio, previno que el islam fuera manipulado contra los intereses británicos, que gobernaban a millones de musulmanes en Egipto, Sudán y la India. En esta última región los musulmanes manifestaban adhesión religiosa al califa de la Sublime Puerta, por consiguiente, consideró la ocupación de Medio Oriente vital para las posesiones ultramarinas británicas.

De hecho, Alemania planeaba incitar una revuelta en el Imperio británico promoviendo una Yihad entre los súbditos musulmanes de la Corte de St. James. La respuesta fue la sublevación de las tribus árabes contra el imperio otomano, aliado de Alemania, liderada por T. E. Lawrence bajo la promesa de la instalación de un Estado nacional panárabe. Hoy la idea de unidad comunitaria reposa en un mundo que se siente íntimamente interpelado por el sufrimiento gazatí, tentado a ensayar respuestas con “V” de Vendetta.

Por eso es que la apertura de “otro frente” en La Haya no puede ser leído prima facie como una mala señal, si advertimos que los últimos 75 años han mostrado que solo con bombas e infligiendo dolor al enemigo no se resuelve nada y, más bien, se posterga la solución que apunta invariablemente a dos Estados en el área del foco original.

El tiempo de sembrar Cartago con sal o de artilugios atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki debe ser dejado definitivamente atrás, reemplazándolo idealmente por una diplomacia que aproxime posiciones, pero si aquello no fructifica, el camino es involucrar a la sociedad internacional en sus tribunales. La única pregunta es sobre el tiempo y la oportunidad de la alternativa. Pero lo que no puede ser es que el derecho al uso de la fuerza en legítima defensa sea el único argumento invocado por las partes para validar su acción. Para terceros tampoco se puede mantener una “neutralidad” completamente aséptica en virtud de intereses singulares o una tradición, ante escenarios trágicos.

Hay que recordar que varios Estados de la región, en aras de su neutralidad, dilataron la ruptura de relaciones con el Eje durante la Segunda Guerra Mundial. Tal vez, de haber conocido las atrocidades causadas al pueblo judío y otros en el Holocausto, su postura hubiera sido distinta. Hoy no se requiere de ruptura de relaciones con un actor específico que cierre la puerta al diálogo, pero es indispensable no renunciar a las opciones no bélicas. De tal manera que se podría discrepar de las formas, demandando mayor transparencia y discusión ante la incoación de un libelo jurídico, pero la adopción de los derechos humanos como política de Estado impone concebir que toda guerra, incluso la defensiva, tiene límites y reglas que no pueden ser dejadas de lado.

Esto ha sido comprendido por el alto representante europeo para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, quien ha reconocido que el conflicto entre Israel y Hamas está impactando negativamente en la política europea hacia Ucrania, al horadar su respaldo más allá de la región. De cualquier manera, que la mayoría de los Estados occidentales –así como Rusia y China en otra vereda– decidan no comprometerse con una acción fundada en los valores que ellos mismos positivaron, deja la responsabilidad en sus periferias –aquellas que también recibieron buena parte de esa herencia valórica occidental– en el Sur Global, para detener el polvorín mediooriental y sus secuelas sobre víctimas civiles.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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