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Los incendios forestales no son una fatalidad del destino: Los podemos prevenir Opinión AgenciaUno

Los incendios forestales no son una fatalidad del destino: Los podemos prevenir

Jorge Morales Gamboni
Por : Jorge Morales Gamboni Observatorio de Políticas Públicas y Territorio. Facultad de Arquitectura y Ambiente Construido USACH.
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Lo ocurrido el fin de semana pasado es lo contrario de una fatalidad. No ocuparse de prevenir los incendios forestales durante el invierno significa que en el verano solo podamos dedicarnos a apagarlos y a lamentar los resultados catastróficos de los mismos.


Al momento de la redacción de esta columna ya se ha confirmado la muerte de 131 personas producto de los incendios forestales de Viña del Mar y comunas aledañas hacia el interior, aunque las autoridades admiten que los fallecidos podrían ser muchos más. La muerte de personas es lo único irrecuperable en un incendio, sea este forestal rural o urbano, ya que la vegetación solo se quema en su volumen aéreo, quedando intactas las raíces, que permitirán su rebrote en la próxima primavera. La infraestructura dañada es posible reconstruirla e, incluso, permite reactivar el mercado por aumento de la demanda de materiales de construcción.

Ahora bien, en materia de incendios forestales se tienen varias certezas emanadas del megaincendio del año 2017 de Valparaíso, que viene al caso recordar. Veamos:

La primera es que la condición de bajo contenido de humedad del tejido vegetal, producto de la disminución estructural de las precipitaciones a menos de la mitad que hace 30 años, se traduce en que, en presencia del mismo viento de siempre, sobre los 40 km/h, la velocidad de propagación del incendio es ahora vertiginosa. Por ello, las brigadas de combate deben adelantarse a su propagación y esperar la llegada del incendio y utilizar el contrafuego para controlar su velocidad de propagación, sirviéndose del máximo de recursos de supresión de manera simultánea. En otras palabras, el control de los incendios hoy es mucho más arriesgado y osado que lo que era en el pasado reciente.

La segunda es que, dado que el 50% de los incendios de nuestro país se origina en zonas de interfaz urbano rural, es decir, en las zonas de transición entre los ecosistemas forestales, sean estos naturales o plantados, al Estado de Chile no le queda otra opción que trabajar codo a codo con los municipios para que, en conjunto con las comunidades involucradas, estas zonas de interfaz se encuentren despejadas de basura, de residuos peligrosos, como neumáticos, o simplemente sin malezas. El Estado debe dotar a Conaf de presupuesto para no solo hacer diagnósticos de interfaz como ocurre en la actualidad, sino que debe darle además potestad para dirigir faenas de intervención con silvicultura preventiva en estas zonas a lo menos en el 80% de ellas, que es donde se concentran los incendios en Chile. Cabe mencionar que Conaf realiza actualmente diagnósticos de interfaz, los cuales se pueden revisar en conaf.cl.

La tercera es que es conocido que las labores de prevención del invierno evitan incendios. Por ello, el Departamento de Prevención de Conaf debe transformarse en Gerencia y contar con a lo menos el 50% de los recursos destinados anualmente a incendios forestales. Esta nueva entidad debe utilizar sus recursos no solo para intervenir las zonas de interfaz, como se reseña más arriba, sino que también para desarrollar cortafuegos en pequeña propiedad, para coordinar a las empresas de carreteras, de electricidad y otras para la mantención de los cortafuegos, para hacer capacitación rural y para tener una dotación de brigadas invernales permanentes de prevención que trabajen con la comunidad aledaña a los ecosistemas forestales.

En cuarto lugar, todas las zonas de interfaz, es decir, donde hay infraestructura de casas, empresas, depósitos de transporte y otros, deben disponer de sistemas de combate de focos de incendios. Esto se conoce como prevención activa. Ya sea el pequeño pueblo del secano que veo desde mi escritorio, la empresa de pinturas que se quemó el fin de semana pasado o el hipermercado que estuvo a punto de sucumbir, todos deben poseer un sistema de ataque rápido con a lo menos fuentes de agua en estanques, bombas de alta presión no dependientes de la electricidad, mangueras equipadas con pitones adecuados, retardantes e inhibidores químicos del fuego. De esta manera, con entrenamiento adecuado, se puede evitar que las pavesas, que vuelan a enormes distancias, generen incendios de infraestructura.

La quinta certeza es que, dado que las personas generan sobre el 99% de los incendios mal llamados forestales –quema de desechos agrícolas, quema de basuras urbanas, desprolijidad en faenas de construcción, tozudez alcohólica en paseos a la naturaleza, hastío estival infantil, mecanismo espurio de resolución de conflictos territoriales frente a tomas ilegales por inacción del Estado, o simplemente por atentados contra la propiedad privada por motivaciones delincuenciales, bajo un disfraz político–, se debe incursionar y perseverar en la predicción de los puntos y momentos de generación de los incendios.

La predicción de los incendios forestales se hace con el uso de la Inteligencia Artificial, es decir, con el manejo de una gran cantidad de información que hoy existe y ha sido recopilada en 20 años de registro por la Conaf y otras instituciones atingentes. Si se sabe dónde puede haber un incendio en un momento específico, es posible coordinar con la fuerza policial patrullajes disuasivos.

Como queda en evidencia, lo ocurrido el fin de semana pasado es lo contrario de una fatalidad. No ocuparse de prevenir los incendios forestales durante el invierno significa que en el verano solo podamos dedicarnos a apagarlos y a lamentar los resultados catastróficos de los mismos. Los incendios pueden ser prevenidos, las 15 mil casas se podrían haber salvado y, sobre todo, las muertes podrían haber sido evitadas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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