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Desde la salud al peso: ¿en qué momento perdimos el foco? Opinión

Desde la salud al peso: ¿en qué momento perdimos el foco?

Cecilia Prieto Bravo
Por : Cecilia Prieto Bravo Doctoranda en Ciencias de Salud de la Población, Universidad de Edimburgo
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El tamaño del cuerpo depende de muchos otros factores más allá de la alimentación y la actividad física; de factores genéticos, sociales y medioambientales y no necesariamente porque sea grande (u “obeso”) es un cuerpo enfermo. 


Hace unos días The Lancet publicó un nuevo reporte de “sobrepeso” y “obesidad”, dando a conocer las alarmantes cifras de esta situación a nivel mundial. Sin embargo, los datos recogidos para este reporte fueron basados en peso y talla, para calcular el índice de Masa Corporal (IMC), una medida que ha sido altamente cuestionada desde hace ya varios años, pues es una fórmula matemática que se enfoca en el peso en lugar de considerar otros aspectos de la salud de una persona, y que originalmente fue diseñada con otros fines. 

Más aún, desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) definió el “exceso de grasa” como un problema de salud pública, es que como sociedad hemos perdido el foco en nuestra salud.

La grasa corporal no necesariamente es dañina, y existe vasta evidencia que da cuenta de que esta puede ser un factor protector dependiendo de dónde se encuentra localizada. No es lo mismo la grasa visceral que en brazos o piernas. Se ha satanizado la grasa como algo que debe ser removido, evitado, y algo a lo que le tememos. 

¿Cuáles son los verdaderos temores respecto de la grasa y la gordura? ¿Es su efecto en la salud? Pues no, estos miedos son principalmente del tipo estético y el estigma asociado al peso, generado por los discursos biomédicos, industria farmacéutica, de vestuario, entre muchas otras que en lo cotidiano nos muestran “lo feo” de la gordura en el cuerpo. El estigma por la grasa o peso corporal se ha incrustado en nuestra sociedad, haciendo que nadie quiera tener gordura o “sobrepeso” en su cuerpo.

Peor aún son las ideas y prejuicios asociados a los cuerpos grandes, o gordos: que son flojos, que no tienen voluntad, que son gordos porque quieren, y una serie de otras calificaciones negativas. Mientras que el cuerpo delgado es alabado y celebrado. Sabemos que el cuerpo delgado no es necesariamente un cuerpo sano, pero aun así día a día se potencian discursos en donde los mensajes de salud se enfocan en la pérdida de peso más que en el bienestar general.

Estos mensajes, o consejos de profesionales de la salud, son promovidos incluso en la niñez, como he podido constatar en mi reciente investigación. Por ejemplo, en la pubertad, niñas y niños entre los 10-12 años acumulan más grasa –parte central de su crecimiento–, pero a la vez se les recomienda que hagan dieta y ejercicio para bajar de peso porque su IMC los clasifica como “sobrepeso” u “obesos”.

Esto tiene diversas repercusiones: por una parte, en niñas y niños, quienes se sienten altamente estigmatizados por su peso; además, se culpa a las madres por tener hijos con “sobrepeso”, porque son ellas quienes –desde el punto de vista social y moral– tienen la responsabilidad de controlar lo que sus hijos comen y cuánto ejercitan. Asimismo, se instala desde la niñez un discurso que discrimina cuerpos que estéticamente tienen una imagen que está fuera de la “norma”, siendo candidatos al bullying en sus grupos familiares, en el colegio, y en la adultez, frente a la sociedad en general.  

Desde este enfoque biomédico, la “obesidad” sigue siendo considerada como una “enfermedad” que podría revertirse con un foco en el individuo, es decir, con comportamientos de las personas: alimentación y actividad física. ¿Qué ha generado esto?, una avalancha de consejeros nutricionales, influencers y moralistas salutistas que dan cátedra de cómo debemos alimentarnos; categorizando alimentos en “saludables versus no saludables” y enseñando cuánto debemos ejercitarnos para “mantener un peso ideal”; un peso que obviamente apunta a un “cuerpo delgado”. 

Al leer esta columna puede que usted esté pensando en sí mismo(a) o conoce a alguien en esta situación habiendo seguido estas indicaciones para bajar de peso y mantener una dieta a largo plazo, pero no, irremediablemente el peso ha vuelto a su valor habitual. ¿Por qué? Porque existe extensa evidencia científica que da cuenta de que en la mayor parte de la población no es posible perder peso y mantenerlo en el largo plazo; el cuerpo buscará volver a su estructura corporal original. 

Vivimos en una sociedad que ha construido una forma de mirar el sobrepeso como algo abominable, que no queremos aceptar, y utilizando “la salud” como el fin para impregnar prácticas saludables y morales de “alimentación y ejercicio” como la panacea al sobrepeso, que lamentablemente generan otras consecuencias a nivel físico y mental (baja autoestima, estrés, depresión, comportamientos obsesivos con la comida y actividad física, desórdenes alimenticios, entre otros).

El tamaño del cuerpo depende de muchos otros factores más allá de la alimentación y la actividad física; de factores genéticos, sociales y medioambientales y no necesariamente porque sea grande (u “obeso”) es un cuerpo enfermo. 

La alarma debería estar en que nosotros como sociedad y salubristas hemos dejado de centrarnos en la salud de la población y pasamos a centrarnos en su peso, descuidando a las personas. Claramente, hemos perdido el foco.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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