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Noboa, Ecuador y crisis de embajadas: el antiheroísmo sin reparar en medios ANÁLISIS

Noboa, Ecuador y crisis de embajadas: el antiheroísmo sin reparar en medios

Gilberto Aranda B.
Por : Gilberto Aranda B. Profesor titular Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
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Noboa, el 21 de abril, ha planteado un referendo con 11 preguntas, que busca confirmar su política de seguridad y combate a la delincuencia, sin óbices de ningún tipo. Como todo antihéroe, es crucial imponer sus términos y desde ahí reconstruir Ecuador conforme a su plan, sin dilaciones.


El héroe y el villano son los arquetipos del bien y el mal que mitos inmemoriales e históricos galvanizan a través del tiempo, y que son recogidos por relatos y géneros de ficción. El antihéroe, en cambio, es más cercano a nuestra época, un ser que habita en un área gris, pudiendo ser asocial, amoral, a menudo inteligente, aunque poco ortodoxo en la consecución de sus objetivos, lo que implica un nivel de enajenamiento que no repara en la crueldad o los efectos de su proceder. Sus atributos simplemente no corresponden al clásico héroe épico, ya que, aunque sus fines pueden ser evaluados como beneficiosos, sus métodos, intenciones o motivos sencillamente no lo son.

El presidente Daniel Noboa, obsesionado con el camino de Bukele, un sheriff mandatario para quien los condenados por delitos penales y civiles pierden todos los derechos, incluyendo aquellos fundamentales derivados de su condición humana –una variante extrema de las tendencias descritas por la literatura como populismo punitivo y penal–, ha superado a su “maestro”. Tras los episodios de fuga de jefes de pandillas desde recintos penitenciarios ecuatorianos y la toma de un canal guayaquileño, el jefe de Estado de El Salvador dejó un mensaje en la red social X, “no es soplar y hacer botellas”, alusivo a la campaña previa del Gobierno ecuatoriano para construir megacárceles. Noboa tomó nota, firmando el decreto 111 que declaraba conflicto armado interno y ordenaba a las fuerzas militares neutralizar a grupos. También decretó que 22 grupos del crimen organizado eran organizaciones terroristas y actores no estatales beligerantes, como en un Estado de guerra. 

Sí, definitivamente había un nuevo comisario en el pueblo, dispuesto a hacer cumplir la ley a como dé lugar, incluso si el uso de fuerza bélica defensiva fuera empleada en entornos urbanos, sin la preparación debida para prevenir lo que después llaman “daños colaterales”.

Aquí y allá varios aplaudieron al joven presidente por su determinación para enfrentar bandas criminales y en general a quien rompiera la ley, también por corrupción, cayera quien lo hiciera. Allí apareció el caso de Jorge Glas, mano derecha del expresidente Rafael Correa, vicepresidente y superministro estratégico, condenado a 14 años, de los cuales cumplió solo 5, al ser excarcelado por motivos de salud en 2022. Hace unos meses, la máxima instancia judicial ecuatoriana abrogó la decisión de liberar a Glas. El correísmo se movió rápido y planificó la salida del país de uno de sus más fieles partidarios, quien no ha implicado a su jefe en desvíos de fondos.

El exvice entró a la embajada mexicana en diciembre último para reclamar asilo político. México, un país con una dilatada tradición en esa área, que históricamente recibió desde refugiados de la guerra civil española y de las dictaduras consureñas hasta mandatarios desalojados por golpes de Estado, como Evo Morales, otorgó la protección y asistencia a Glas la semana pasada. Quito respondió que no emitiría ningún salvoconducto para que el político ecuatoriano saliera del país. Hasta allí había alguna alternativa para la crisis, desde denegar la autorización de traslado –reproduciendo el caso Assange con un Glas viviendo en la embajada de México– y/o interponer una demanda ante un tribunal internacional, reclamando que no se cumplían las condiciones para el amparo político concedido. Pero Noboa tomó otro derrotero.

El pasado viernes 5 de abril, efectivos de seguridad ecuatorianos invadieron el recinto que alberga la misión diplomática mexicana y “redujeron” a los funcionarios diplomáticos que les impedían sacar al acusado por tres casos de corrupción. Una lesión flagrante a la Convención de Viena de 1961, que establece la inviolabilidad de las embajadas como una de las piedras angulares de la convivencia civilizada de los Estados, a la que Ecuador libremente adhirió. Así, el gobernante que intenta imponer el orden interno para dar tranquilidad a la ciudadanía, desprecia el derecho internacional, sumiendo a su país en el descontrol en sus relaciones externas.

Desde luego, no es que no existieran ataques a misiones diplomáticas en los últimos 60 años. Sí se han producido, aunque en otros contextos de inestabilidad política, guerras civiles o internacionalizadas. El 4 de noviembre de 1979 la embajada estadounidense de Irán fue acosada por cerca de un millar de estudiantes iraníes adherentes a la revolución islamista, que poco antes había derrocado al régimen del Shah. Cincuenta y dos estadounidenses fueron hechos rehenes por 444 días (hasta el 20 de enero de 1981), en una crisis iniciada por la violación del principio de derecho internacional sobre la inmunidad diplomática, y que terminó pesando en la no re-elección de Jimmy Carter.

Al Qaeda, y su pretensión de destruir el orden internacional para instaurar un califato, atacó las embajadas de los Estados Unidos en Nairobi (Kenia) y en Dar es-Salam (Tanzania) el 7 de agosto de 1998. Los ataques, que dejaron a 213 personas muertas, entre ellas doce estadounidenses, marcaron la emergencia de Osama bin Laden como el enemigo más buscado por Estados Unidos, y una reacción de la potencia global que incluyó uso de misiles contra los “santuarios” de la facción radical islamista en Afganistán y Sudán.

Menos de un año más tarde, el 7 de mayo de 1999, durante la campaña de bombardeos de la OTAN sobre la antigua Yugoslavia, fue alcanzada la embajada de la República Popular China en Belgrado, matando a tres periodistas chinos. El presidente Bill Clinton ofreció una disculpa formal ante las bajas accidentales, aunque no por eso dejó de irritar a Beijing.

Hace poco más de una semana, las Fuerzas de Defensa de Israel atacaron por aire el edificio anexo del consulado adyacente a la embajada iraní en Damasco, asesinando a dieciséis personas, incluido el alto comandante de la Fuerza Quds de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), el general de brigada Mohammad Reza Zahedi, más otros oficiales iraníes. El portavoz de la defensa israelí, Daniel Hagari, aseveró que el objetivo era un edificio militar de las fuerzas Quds y no una embajada, sin embargo, Teherán se ha reservado el momento y el lugar para una represalia que hay que dar por descontada. 

Queda claro que en estos entornos no existe nada parecido a cierto orden internacional que norme y obligue a las potencias a tener límites en su comportamiento. Todo es dictado por la necesidad interna o, simplemente, por la voluntad política de sostener un gobierno –como el de Netanyahu, solo justificado en la Guerra– o de alcanzar la ansiada popularidad. 

Este también parece ser el caso de Noboa. Así, si obtiene un buen resultado en la consulta popular, quedaría en buen pie para enfrentar una eventual campaña de reelección en 13 meses más. 

En ese cuadro electoral y de marketing político, no parecen importar demasiado los compromisos internacionales de su país en materia de convivencia entre Estados. Lo anterior aun cuando la irrupción en un recinto diplomático no sea conforme a derecho internacional, es decir, que sea ilegal. Tampoco es relevante que en esta parte del mundo dicha violencia sea un hecho inédito, al punto que el canciller Yván Gil, del régimen de Maduro –que recientemente ha arrestado a varios dirigentes políticos opositores cercanos a María Corina Machado–, refiere con desplante que “ni en las más atroces dictaduras en la región, como la de Augusto Pinochet en Chile o Jorge Rafael Videla en Argentina, se ha registrado un acontecimiento así”, lo que es básicamente correcto. Incluso la cancillería argentina, cuyo Presidente Milei se ha enzarzado en un tiroteo verbal con el presidente Andrés Manuel López Obrador, no ha dudado en rechazar el asalto a la embajada mexicana.

Por cierto, la decisión de México de romper relaciones es completamente sensata, aunque el asunto no quedará allí. Ya se ha trasladado a foros regionales y podría haber una demanda ante tribunales internacionales, aunque lo más preocupante es que otro aventurero político, en busca de respaldo popular, no dude en ordenar el ingreso a una embajada si la oportunidad lo amerita.

De tal manera parece que regresamos a otros tiempos, como cuando Pancho Villa invadió Nuevo México, propiciando una matanza en Columbus el 9 de marzo de 1916. La respuesta a semejante tropelía por parte de Washington fue enviar una expedición punitiva al mando del general Pershing, que se internó en territorio mexicano por 11 meses, sin pedir permiso a nadie y sin la aprobación de ninguna facción en la Revolución mexicana. Eran otras épocas, aunque no tanto. Si en ese entonces se decía “pobrecito México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, hoy podríamos decir “pobre México, irse a topar con un antihéroe”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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