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El engaño de la libertad: ¿realidad económica o ficción ideológica? Opinión

El engaño de la libertad: ¿realidad económica o ficción ideológica?

Ignacio Silva Neira
Por : Ignacio Silva Neira Director Ejecutivo OPES.
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Los resultados económicos divergen de lo esperado, porque la libertad económica que se ha implementado en el país ha omitido –o escondido con la fuerza ideológica– un elemento central: ni la libertad económica ni los mercados son neutrales.


En una reciente columna publicada en el diario La Tercera, una economista de la fundación Libertad y Desarrollo manifiesta el problema de la libertad económica en Chile, indicando, de manera un poco descabellada y caricaturesca, que es la falta de libertad lo que aleja a Chile del llamado “progreso”, lo que tendría una correlación con la prosperidad y el progreso social de las economías que figuran en los primeros lugares de ese índice. Si bien esto lo justifica en base a la evidencia, paradójicamente parece fuera de lugar, de realidad y de contexto. 

En este contexto es que parece relevante incorporar algunos elementos en torno a qué es la libertad y si es realmente lo que necesita la economía chilena para poder salir del estancamiento productivo. El índice de libertad económica de la Fundación Heritage –fundación ligada a los sectores conservadores del Partido Republicano de Estados Unidos– calcula un índice para evaluar cuán libres son los 184 países considerados, tomando en consideración 12 componentes, tales como derechos de propiedad, libertad laboral, libertad monetaria, libertad comercial, libertad financiera, gasto público, carga fiscal, entre otras.

Justamente Chile aumentó el valor en el índice de libertad durante los años 90 y 2000, comenzando a disminuir a contar de 2013. Las preguntas son, entonces: ¿podría ser la falta de esta supuesta libertad, como sugiere la economista de LyD, la causa del estancamiento económico?, ¿realmente se beneficiaron los países que ocupan los primeros lugares en este índice debido a su alta libertad económica? La pregunta de si la libertad lleva al desarrollo no es nueva, y tanto la teoría como la experiencia responden bastante bien estas preguntas. 

Desde que las grandes economías se convirtieron en grandes economías es que han promovido la libertad económica y el comercio internacional. Países Bajos en el siglo XVII, Reino Unido en el siglo XIX y Estados Unidos a comienzos del siglo XX, todas ellas con ya fuertes economías industrializadas y una posición colonial sobre otras partes del mundo. Antes de esto, todas ellas implementaron fuertes protecciones al comercio internacional para desarrollar su industria, además de una activa acción del Estado en la promoción de sectores estratégicos. Entonces, ¿desde cuando promueven la libertad como camino al desarrollo? Chang (2003) explica que todas las naciones que se industrializaron lo hicieron con grandes medidas proteccionistas, para luego, una vez adquiridas ventajas comparativas en dichos sectores, promover la libertad económica para el resto. Pero no solo aquellas economías que han ocupado una posición colonial han seguido esta fórmula.

Los llamados NIC (de su sigla en inglés “Newly Industrialized Countries”) en Asia, no siguieron la receta liberal impuesta por los primeros países industrializados y promovieron estrategias de desarrollos en donde el Estado era central. Así encontramos a Singapur, primer lugar en el índice de libertad económica, en donde el Estado es dueño del 90% de los terrenos y donde el 80% de los hogares reside en viviendas de propiedad estatal. Taiwán, cuarto lugar en el índice, aplicó subsidios a las exportaciones y restricciones a las importaciones para desarrollar su sector exportador. Así, ejemplos abundan.

Podemos agregar los países nórdicos, Suecia, Noruega y Finlandia, los que desarrollaron sus industrias al alero de empresas estatales y protecciones al comercio internacional. Las tres naciones hoy, paradójicamente, figuran entre los puestos 9, 10 y 12 de los países con mayor libertad económica en el 2024. Quienes hoy figuran como estándares de libertad económica, han construido economías diversificadas y tecnológicamente avanzadas a partir de la acción estatal.

Desde la teoría económica, en su corriente más prominente, la Escuela de Chicago promovió la libertad económica y la reducción del rol del Estado al mínimo, la desregulación de los mercados laborales y financieros y apertura de capitales (Snowdon y Vane, 2005). Sin embargo, esta promoción del liberalismo extremo ha tenido evidentes limitaciones, que, desde lo teórico hasta la práctica de la política económica, ha dado marcha atrás de manera rotunda desde la crisis financiera de 2008 a la luz de la evidente falta de eficiencia de los mercados, única razón de la libertad económica extrema (Stiglitz, et al. 2013).

De esta manera, desde los sectores más conservadores –como el Banco Mundial (Singh, 2011)– han reconocido la necesidad de la acción estatal ante las recurrentes fallas de mercado, hasta sectores que ven la necesidad de implementar políticas industriales tal como lo han hecho los países anteriormente nombrados, adecuándose al actual contexto global (véase el debate de Chang y Lin (2009) sobre política industrial). A su vez, las grandes economías han aplicado importantes intervenciones en los mercados, ya sea para sobreponerse a la crisis climática (véase la política industrial verde de la Unión Europea), ante la preocupación comercial en Estados Unidos por el ascenso de China, o el desarrollo industrial y tecnológico de este último (Lazonick y Li, 2023).

 Ante este contexto, ¿por qué proponer libertad económica extrema para Chile? Si bien todos los países han utilizado y recurren a las herramientas del Estado para mejorar las condiciones económicas, aún encontramos economistas que atribuyen las regulaciones al salario mínimo, jornada laboral, restricciones a la contratación y a los despidos como parte del problema que hoy afecta el desarrollo del país. Tomando el ejemplo de la libertad en el mercado laboral, a enero de 2024, la Dirección del Trabajo publicó la cifra mensual más alta de trabajadores y trabajadoras involucrados en cartas de aviso de término de contrato de los últimos 4 años, solo superada por marzo de 2020. Hoy, Chile es de los países de la OCDE con menor proporción de trabajadores y trabajadoras cubiertos por la negociación colectiva (20,4%), el segundo salario mínimo real más bajo al 2022 (solo superando a México) y el quinto con el promedio más alto de horas trabajadas por semana. Entonces, pareciera que no se necesita más libre mercado, sino instituciones más sólidas que equiparen las asimetrías de poder. 

 Si la necesidad es generar empleo de calidad, habría que llevar la discusión a qué sectores productivos podrían entregar esta capacidad, considerando que el actual sistema productivo se está enfrentando a claras limitaciones productivas. El libre mercado implementado en Chile no ha hecho ese trabajo. Los resultados económicos divergen de lo esperado, porque la libertad económica que se ha implementado en el país ha omitido –o escondido con la fuerza ideológica– un elemento central: ni la libertad económica ni los mercados son neutrales. La libertad es más una ficción que una realidad cuando la distribución inicial del poder no es equitativa, porque entonces reproduce estas asimetrías y desigualdades, reivindicando un falso discurso valórico de mejores sociedades. Con ello, la economía chilena dejó de ser un ejemplo de “éxito económico” para ser “el éxito de la permanente desigualdad”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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