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La cesantía: «No es una enfermedad en sí misma, pero hace que todo lo que padezcas empeore»

La cesantía: «No es una enfermedad en sí misma, pero hace que todo lo que padezcas empeore»

«Seguramente el estado natural de nuestra especie. Peleando por los huesos que nos tiran debajo de la mesa», describe la columna de un anónimo autor.


En una columna publicada por el portal ElFracaso.cl, un autor anónimo describe, una a una, las vicisitudes de pasar por la experiencia de estar cesante. Lo que pasa cuando te enfermas, con tus parientes, con tu novia y hasta con tus amigos, cuando ya no se puede dar la talla con los gastos que la sociedad moderna demanda.

«La cesantía de ser un pobre weón»

No es una enfermedad en sí misma, pero hace que todo lo que padezcas empeore. Es como tener SIDA (guardando las proporciones), como si te volvieras vulnerable ante cualquier afrenta. Si te resfrías, la sufres más, porque los gastos médicos te carcomen; si en casa incomodas un tanto, llegarás a ser ante los ojos de tus parientes como una carga, un absceso de carne pudriéndose en el sofá.

Para qué decir qué puede provocar la cesantía en tus relaciones personales. Al principio tu novia te apoya, hasta le puede gustar el hecho de que ella con su peguita poca pero segura tenga más poder que tú. Pero luego de unas semanas ya la cosa empeora, cuando a cualquier lado que vas ella tiene que sacar la tarjeta y tiene que soportar tu cara de idiota desvalido. Cuando ya comienza a quejarse de que no hacen nada, que se aburre, que siempre estás deprimido, allí es cuando la situación es crítica, es cuando comienzan a mirar para el lado a ese otro imbécil que aprovecha la ocasión.

Los buenos amigos apañan: traen una cervecita, un pitito y se quedan ahí contando las horas contigo. En general están en la misma situación que tú, pero a medida que en sus casas los van presionando más y que agarran una pegas decentes, pronto la rutina y los nuevos compadres en los nuevos bares con los nuevos tragos y las nuevas mujeres se terminan por llevar a tus yuntas. Y a veces te invitan, y preguntan en qué estás, a qué te dedicas, y tú les dices y ellos se quedan en silencio y a lo sumo te dan un golpecito en la espalda, como bendiciendo tu maldita paciencia. Las minas que antes te devolvían el llamado no responden nunca de vuelta.

Y uno termina viendo la vida de esa manera: cada uno por su cuenta. Porque pareciera que a los sinvergüenzas y a las perras les termina yendo mejor. Todos contra todos. Como en el lejano oeste, como en la jungla. Seguramente el estado natural de nuestra especie. Peleando por los huesos que nos tiran debajo de la mesa. Como palomas que combaten a picotazos unas miserables migas que caen desde el cielo, desde la mano de un pobre weón, comiendo pan batido en una plaza esperando que algo suceda, sin nada más que hacer.

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