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Desafección y decepción: así está la compleja relación de los partidos de la Nueva Mayoría con la candidatura de Guillier Estilo del candidato tensiona a la coalición e instala ánimo de derrota en la militancia

Desafección y decepción: así está la compleja relación de los partidos de la Nueva Mayoría con la candidatura de Guillier

Marcela Jiménez
Por : Marcela Jiménez Periodista de El Mostrador
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En las colectividades oficialistas afirman que ya asumieron esas características de su abanderado, saben que carece del “carisma necesario”, que “es lo que hay”, pero que el problema radica en que con el correr de los meses, en vez de crecer los adherentes, han ido creciendo los arrepentidos, que el “ninguneo” permanente a los partidos puede traer consecuencias en la campaña, que los militantes se aboquen más a trabajar por las candidaturas parlamentarias que por un abanderado presidencial que no los reconoce y cuyas opciones de triunfo están cada vez más cuesta arriba.


Simplemente no cuaja. Se ha intentado, se han hecho esfuerzos, pero a cuatro meses de la elección presidencial ya nadie oculta ni desconoce que entre el eje progresista de la Nueva Mayoría y su abanderado, Alejandro Guillier, abunda una peligrosa desafección, igual que un matrimonio mal avenido, que no se entiende, que no logra llegar a acuerdos y que va directo a un desenlace predecible. Más allá de que el candidato es reconocido por no gustarle que lo manden, el principal choque se da en las distintas opiniones que coexisten sobre lo acertado acerca de si la estrategia de distanciarse a todo evento de los partidos alcanza para evitar una derrota en las urnas.

No se trata de simples malentendidos divulgados en la prensa, sino de un problema de fondo y que es bilateral. En el comando de Guillier, en los partidos y entre los parlamentarios coinciden en que el conflicto nace de la convicción del candidato y su núcleo duro respecto a que la crisis de credibilidad que atraviesa la elite en general, alimentada por los casos de colusión y financiamiento irregular de la política y sumado esto al bajo apoyo que tiene el actual gobierno, han generado un clima de rechazo ciudadano a los partidos tradicionales que hará que “la sencillez, transparencia y ese estilo medio campechano” del abanderado constituyan el factor que incline la balanza a su favor en la elección presidencial.

“Guillier tiene la convicción de que la gente no quiere políticos tradicionales y su entorno piensa igual, creen en eso y a la vez es una estrategia, creen que con eso se puede ganar”, explicaron en el radicalismo.

Una estrategia que electoralmente rinde, que no es nueva, ya la aplicó Joaquín Lavín en la campaña de 1999 con la que forzó una segunda vuelta con Ricardo Lagos; que también usó la propia Presidenta Michelle Bachelet el 2005 y el 2013. Pero en estos casos había diferencias claras: existía una estructura de funcionamiento, de organización del despliegue territorial con la que los partidos podían estar a gusto o no, pero en la que tenían las reglas claras y, además, las encuestas los favorecían, cosa que desde marzo le ha sido esquiva a Guillier.

El problema es que en el PS, el PPD, el PR y el PC, como también en el comando, están convencidos de que la “simpatía” del candidato no es suficiente para ganar, que se requiere no solo una estrategia de trabajo y despliegue territorial sino además un contenido, una razón, algo que motive a las huestes más allá del mero temor y amenaza constante a que regrese la derecha al poder de la mano de Sebastián Piñera. “La estrategia es acertada, pero no es suficiente, el problema que hay, donde está el tira y afloja entre los partidos y Guillier, es cómo se implementa la campaña en terreno”, explicaron en el PR.

“Guillier es simpático, es una buena persona, bienintencionada, pero eso no basta para ganar”, agregó un senador oficialista.

Los partidos dicen que han hablado en privado muchas veces con su candidato, pero que no los escucha. Así, se pasó a la discusión pública que por estos días giró en torno a la necesidad de contar con un generalísimo de campaña, lo que se convirtió en el mejor y más fiel reflejo del problema de la tensión entre Guillier y sus colectividades.

Hace una semana fue el senador PPD Guido Girardi quien públicamente pidió al comando pasar de la fase amateur a una profesional y luego la coordinadora del equipo estratégico de la campaña, la senadora Adriana Muñoz, se sumó al explicar que ella cree en el estilo horizontal del liderazgo de Guillier, pero cuando hay tiempo para ello y que, por lo mismo, comparte “la necesidad de tener un jefe de campaña (…) tiene que haber la necesidad de generar una fuerza, una sinergia, y coordinaciones fuertes en el tiempo, que es escaso. Yo creo que requerimos una persona que nos pueda coordinar con energía, con fuerza y con la rapidez que requiere el tiempo que nos queda».

La respuesta del candidato no se hizo esperar y fue lapidaria: “No me gusta eso de generalísimo, esa nomenclatura, el comando, las operaciones, ah, los generalísimos (…) lo que hay son gerentes, personas que coordinan, pero a mí no me gustan las estructuras muy piramidales que son más propias del siglo XX. Lo que pasa es que tenemos que hacer la transición a la política del siglo XXI, más horizontal, más ciudadana, más abierta”.

Quienes conocen al candidato de años, entre los que conviven con él en el Congreso, como los que han compartido diversas reuniones durante estos meses de campaña, coinciden en señalar que Guillier “no soporta que lo manden”, no le gusta “que le digan lo que tiene que hacer”, que su esencia “es ser independiente”, que es desconfiado y bastante terco. Sus más cercanos dicen que el senador por Antofagasta jamás mintió en lo que era y cómo era, que a estas alturas los partidos “no se pueden hacer los sorprendidos” y que, si querían otra cosa para esta carrera presidencial, “simplemente no debieron nominarlo”.

En los partidos de la Nueva Mayoría afirman que ya asumieron esas características de su abanderado, saben que carece del “carisma necesario”, que “es lo que hay”, pero que el problema radica en que con el correr de los meses, en vez de crecer los adherentes, han ido creciendo los arrepentidos, que el “ninguneo” permanente a los partidos puede traer consecuencias en la campaña, que los militantes se aboquen más a trabajar por las candidaturas parlamentarias que por un abanderado presidencial que no los reconoce y cuyas opciones de triunfo están cada vez más cuesta arriba. “Guillier es simpático, es seductor, es de fácil hablar, pero no ha logrado construir una solvencia política para conquistar seguidores reales, hay una relación con la coalición que no cuaja”, agregó un diputado PS.

[cita tipo=»destaque»]El temor que abunda en muchos en la coalición no es que se pierda la presidencial, lo que no pocos ya consideran inevitable, sino que eso desate una “descomposición absoluta” del conglomerado, quedar sin visión de futuro, condenando al sector a “una travesía por el desierto de no menos de 8 años”.  “Habrá una desestructuración profunda los primeros años tras la derrota, porque no hay un ningún liderazgo que convoque”, advirtió un ex dirigente PS.[/cita]

Todo este escenario se ha traducido en un problema de conducción y desorden en la campaña guillierista, porque el abanderado –explicaron en el PPD– trata de mantener un control que no tiene en la práctica, porque no son los independientes los que hacen el trabajo en terreno. En los 4 partidos ponen de ejemplo que en la jornada del sábado 8 de julio fueron sus militantes los que salieron a las calles en todas las regiones a recoger firmas de independientes para que Guillier pueda inscribirse como abanderado ante el Servicio Electoral, que ese solo día se juntaron más de 15 mil firmas, más de lo que se hizo en los últimos dos meses.

“El PPD en privado ha transmitido todos los cuestionamientos a la campaña, hemos dicho que se entiende que Guillier sea independiente, que tiene todo el derecho a tener un equipo de su confianza, no se trata de cuotas de poder, el tema es que no hay una estructura de trabajo que sostenga la campaña estos meses”, indicó un dirigente de la colectividad.

El punto donde chocan las peticiones de los partidos, detallaron varios integrantes del propio comando de Guillier, es que el abanderado está convencido de que con el equipo de confianza que tiene ahora –Osvaldo Rosales, Enrique Soler, Osvaldo Correa– puede ganar las elecciones. En una entrevista en The Clinic, el ex ministro radical Isidro Solís fue categórico sobre el comando: “No veo gente ahí que haya dirigido una campaña nacional. Algunos de ellos han sido candidatos a parlamentarios, pero no es la misma lógica. Los partidos están subutilizados”.

Con todo este clima, ayer, al final de la tarde, el propio Guillier salió a explicarse y dijo que había formado “un comando muy pequeñito, muy efectivo, porque el objetivo era recolectar las firmas, pero quiero agregar que finalmente, cuando se despliegue la campaña, los equipos se van a ampliar, porque necesitamos integrarlos a todos”.  La duda sigue instalada.

El plan B

En la Nueva Mayoría hay preocupación, no solo por la posibilidad real de perder, sino por el efecto que eso tendrá en la coalición. Muchos ponen como ejemplo lo sucedido con Eduardo Frei Ruiz-Tagle el año 2009, sobre quien no consideran que haya sido un buen candidato, pero trabajó sin descanso –reconocen todos– y logró cohesionar a la coalición y dar una pelea hasta el final; perdieron, pero ordenados, lo que contribuyó –reza el análisis en el eje progresista– a que, después que se lamieron las heridas de la derrota, había una base de entendimiento de la centroizquierda que facilitó la generación de la Nueva Mayoría.

El temor que abunda en muchos en la coalición no es que se pierda la presidencial, lo que no pocos ya consideran inevitable, sino que eso desate una “descomposición absoluta” del conglomerado, quedar sin visión de futuro, condenando al sector a “una travesía por el desierto de no menos de 8 años”. “Habrá una desestructuración profunda los primeros años tras la derrota, porque no hay un ningún liderazgo que convoque”, advirtió un ex dirigente PS.

El desorden que impera en la campaña presidencial ha alimentado, en las últimas semanas, la versión de que se estaría buscando un plan B, sacar una carta bajo la manga, la posibilidad de remecer el escenario con un nuevo candidato, que sobre todo imprima grados de orden y mística a la campaña, para potenciar las candidaturas parlamentarias. Esto, porque, junto con las presidenciales, el otro par de desafíos que tiene el oficialismo a fin de año es tratar de mantener la mayoría de escaños en ambas cámaras del Congreso e intentar resguardar la unidad de la centroizquierda.

Lo del plan B es más que un rumor, según cuentan en la propia coalición, pero no es en todo caso una operación en marcha, aunque reconocen que se ha pensado en todo tipo de figuras, desde el canciller Heraldo Muñoz, el senador Carlos Montes, hasta resucitar al ex Presidente Ricardo Lagos o a José Miguel Insulza. Ninguno habría estado dispuesto, relataron en los distintos partidos de la Nueva Mayoría.

La idea no encontró asidero alguno, no solo porque –reconocieron en las colectividades– no hay con quien reemplazar a Guillier, sino porque además es inviable su implementación a cuatro meses de la elección. “Sería un desastre”, afirmó un senador oficialista.

A pesar de eso, la idea ha marcado los “análisis de pasillo” y los almuerzos en la Nueva Mayoría y en la propia coalición reconocen que es un síntoma inequívoco de la desafección que atraviesa a la coalición frente a su candidato. “La desilusión en los partidos es enorme”, agregaron en el PS, el mismo partido que optó en abril por ungir a Guillier como su abanderado y le dio la espalda a Lagos, lo que selló que el oficialismo quedara fuera de las primarias que se realizaron el 2 de julio.

Si bien el ánimo de derrota anticipada ha calado los huesos de la coalición oficialista, incluso entre los más críticos del estilo Guillier insisten en que no está todo perdido, que tiene una línea de oxígeno abierta aún para la segunda vuelta. “Ayuda que se desinfló un poco el fenómeno del Frente Amplio después de las primarias y que en la encuestas aún sigue siendo competitivo ante Piñera en segunda vuelta. Hay una chance”, sentenciaron en el PPD.

Los cálculos internos del oficialismo hablan de que en noviembre Guillier estaría en el promedio del 30% de los votos y que, por lo mismo, desde ya se debe trabajar el balotaje, pero que para eso es clave revertir la ausencia de un diseño claro de la candidatura.

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