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Las operaciones secretas de la CIA en Chile entre 1950 y 1973 PAÍS

Las operaciones secretas de la CIA en Chile entre 1950 y 1973

Carlos Basso Prieto
Por : Carlos Basso Prieto Unidad de Investigación de El Mostrador
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Los distintos informes que la CIA, el Departamento de Estado y otras agencias estadounidenses han ido desclasificando, evidencian no solo lo que es obvio –que la inteligencia de EE.UU. estaba muy preocupada de la izquierda chilena–, sino también que su opinión acerca de la derecha y de algunos de sus líderes históricos era bastante poco generosa. Los informes conocidos como National Intelligence Estimates (NIE) señalan que en los años 60 buena parte del electorado se izquierdizó, como reacción ante una clase alta a la cual la Agencia Central de Inteligencia acusaba de evadir impuestos y de mantener en malas condiciones económicas a los más pobres.


Creada en 1947, la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA, por sus siglas en inglés) comenzó a operar de inmediato en todo el mundo, incluyendo a Chile, como lo evidencian documentos desclasificados fechados en 1948. Hoy en día sabemos que ya en 1950 la estación (oficina) de la CIA en Santiago operaba a full y que su interés primario era el Partido Comunista (PC), así como la KGB, la agencia de inteligencia soviética, que operaba desde al menos 1940 en Chile. Hacia 1950, el jefe de la CIA en la capital chilena era el agente Jerome C. Dunbar. Reportes a los cuales se les levantó recientemente su condición de “top secret” demuestran que fue él quien reclutó en Santiago a un joven estadounidense llamado David Atlee Phillips, quien ejercía como periodista en Chile y que, bajo el seudónimo de “Paul Langevin”, comenzó a infiltrar a la KGB en la capital de nuestro país, logrando un éxito rotundo en su misión.

Phillips se convertiría en uno de los agentes más importantes de la CIA a nivel mundial y también uno de los más polémicos (ya hablaremos de eso), pero hay un dato que él mismo contaba en su autobiografía que no es menor: que hacia 1952 presenció un discurso efectuado por un dirigente del Partido Socialista (PS) que lo impresionó por su capacidad de oratoria. Tras ello, dijo a sus jefes que no había que perderlo de vista: se trataba de Salvador Allende.

A poca distancia de la anécdota, sin embargo, lo interesante es que, a contar de 1953, la CIA comenzó a emitir NIEs sobre Chile, siglas de National Intelligence Estimate, eufemismo utilizado para designar unos contundentes estudios de carácter académico realizados por una de sus divisiones, la Oficina Nacional de Estimaciones (O/NE, por sus siglas en inglés), con el fin de predecir diversos escenarios, habitualmente en los planos político y económico. El primero que conocemos al respecto era un análisis acerca del segundo Gobierno de Carlos Ibáñez del Campo. Parte del mismo señalaba que “en las circunstancias presentes Ibáñez es capaz de controlar las actividades de los comunistas en Chile y probablemente seguirá así. Sin embargo, un deterioro severo de la situación económica dará a estos la capacidad de fomentar disturbios a nivel sindical y desorden civil”, por lo cual los redactores aseveraban que lo más urgente era controlar la inflación. Al entonces Presidente chileno lo describían como “un oportunista adicto a mandar con fuerza” y agregaban ya algo que fue siempre de suma preocupación para Estados Unidos, es decir, que “ha surgido fricción entre el Gobierno de Chile y las compañías de cobre de EE.UU. (Kennecott y Anaconda) que operan en el país”, debido a las quejas de las empresas en orden a que –según ellas– se les pagaba un precio muy bajo.

La izquierdización

En 1963, se emitió un NIE de 33 páginas, que avisaba sobre una izquierdización del electorado, lo que –a juicio de la CIA– obedecía a que la mitad de la población chilena estaba mal vestida, mal alimentada y no tenía buenas condiciones de vivienda.

La Agencia Central de Inteligencia estadounidense atribuía dichas condiciones, entre otras cosas, a que “la clase alta –grandes terratenientes, magnates industriales y comerciales– conforma el patrón de consumo más conspicuo de América. Son capaces de mantener su estilo de vida, en parte, debido a la evasión de impuestos. Estos magnates tienen que compartir su poder político con una clase media rápidamente creciente”. En tal sentido, el reporte señalaba que el país contaba con una clase media que alcanzaba casi al 40% de la población, pero que un sistema de impuestos regresivo y una inflación crónica golpeaban duramente a las clases más bajas, lo que se incrementaba debido al fenómeno de la migración campo-ciudad.

En términos políticos, el NIE describía a los gobiernos radicales como un ejemplo del adagio chileno “gana con la izquierda, gobierna con la derecha” y aseveraba que en 1958 Salvador Allende había estado a punto de ganar, junto con asegurar que dichos comicios permitían presumir una elección presidencial de 1964 muy estrecha, en la cual los tres candidatos serían el mismo Allende, Eduardo Frei Montalva (DC) y Julio Durán Neumann (PR). Sobre Allende, la CIA indicaba que siendo “originalmente un socialista moderado, como candidato ha adoptado una fuerte línea pro-Castro y pro-soviética. Algunos de sus seguidores socialistas son revolucionarios mucho más vehementes que los comunistas”. Sobre Frei, estaban convencidos (como sucedió) de que sería el más probable ganador.

En 1969 fueron emitidos dos NIE. Mientras uno vaticinaba en forma exacta que “lo de 1970 será una carrera de tres hombres, en la cual no habrá una mayoría nítida, y la decisión final será tomada por el Congreso chileno”, el segundo advertía, una vez más, sobre los factores que permitían la izquierdización, y que eran “los ingresos per cápita que permanecen inequitativos, la productividad agrícola que permanece baja y la inflación aún crónica”.

La conclusión de los analistas de la O/NE era que lo anterior había provocado que “los chilenos se hayan puesto cada vez más impacientes con estas condiciones y que el electorado haya girado en forma estable hacia la izquierda”. Asimismo, sumaban el hecho de que –según ellos– “era difícil imaginarse un candidato más antipático que Alessandri” (con la palabra “antipático” en español).

Ello contrastaba con la opinión que la misma CIA tenía de su rival de la UP, expresada en un NIE de 1971: “Allende es un experimentado y astuto político con una gran comprensión del sistema político chileno, ganada a través de años en el Senado y como perenne candidato presidencial. Es una marca conocida para el electorado chileno, considerado un reformador que ha trabajado desde el sistema toda su carrera política. Allende tiene 63 años y aparentemente posee buena salud, a pesar de algunos problemas cardiacos previos. Trabaja duro en su oficina, tiene instinto para las relaciones públicas y es experto en cultivar nuevos simpatizantes y desarmar a sus potenciales opositores”.

A diestra y siniestra

De hecho, a diferencia de lo que se piensa, la CIA no se mostraba –al menos en el papel– amable en sus opiniones sobre buena parte de la derecha chilena. En contraste, sí lo fue en algún momento con Carlos Prats, a quien calificaban en 1969, cuando era jefe de la III División del Ejército, con asiento en Concepción, como “probablemente el comandante de campo más altamente respetado de Chile”.

No obstante, por aquellos años eso aún era harina de otro costal. La preocupación principal estaba en la posible asunción de Allende. En 1967, luego de la muerte del Che Guevara en Ñancahuazú, Bolivia, un cable emitido desde la estación de la CIA en Caracas dejaba claro que, en el contexto de Guerra Fría, la preocupación por el marxismo debía dejar de estar en el foquismo guerrillero, pues a esas alturas ya tenían claro que lo de Cuba había sido una excepción y que, tras el fracaso de distintas experiencias armadas, “la revolución no es posible en parte alguna de América Latina, porque no existen las condiciones necesarias”.

Por ende, las miradas se tornaron con mayor fuerza hacia Chile, donde el dinero de la CIA había comenzado a fluir en 1953, subsidiando “agencias cablegráficas, revistas escritas para círculos intelectuales y un semanario de derecha”, como detalla el informe Church, sin entrar en detalles, mismo reporte que precisa que los montos aumentaron a contar de 1962, cuando el Gobierno de John F. Kennedy comenzó a ayudar a la Democracia Cristiana, a fin de evitar un triunfo de Allende en 1964.

Cabe precisar, respecto de lo anterior, que la CIA tenía dos almas. Una estaba en Washington, al lado del río Potomac, y creía que si ganaba el socialista el escenario sería dantesco, visión muy distinta de la que poseía, desde su oficina en calle Agustinas, mirando hacia La Moneda, el por aquel entonces jefe de la CIA en Chile, Henry Hecksher, quien a poco de que Richard Nixon ordenara evitar que Allende asumiera la Presidencia (luego de ganar la elección del 4 de septiembre de 1970), decía –en un documento fuertemente censurado– que la idea del golpe militar –que proponía la Fuerza de Tareas, creada para tal efecto en Washington y encabezada por David Atlee Phillips– era fantasiosa, junto con añadir que, además, “no hay pretexto para un movimiento militar en vista de la completa calma que prevalece en el país”. Según explicaba Hecksher, “la apuesta se perdió la noche del 4 de septiembre, cuando las tropas que estaban en el centro de Santiago se podrían haber ocupado para disolver la manifestación a favor de la victoria de Allende, pero eso ya pasó”.

Dicha idea la compartió en Estados Unidos James Flannery, subjefe de la División Hemisferio Occidental de la CIA, quien argumentó en un análisis secreto que “Santiago no se puede comparar con Praga o Budapest hace 25 años. No hay un Ejército Rojo en Chile ni en sus fronteras”.

Ya en octubre, Hecksher insistió: “El clima en Chile ha estado considerablemente calmo desde la primera semana después de las elecciones. Hubo algunas corridas bancarias, pero pronto todo estuvo bajo control. Tanto el Gobierno como la Unidad Popular están ahora a favor de evitar un mayor caos económico”, agregando un dato que parecía esencial: “El Partido Nacional está igualmente preparado para hacer negocios con Allende”.

No obstante, ni Richard Helms, entonces director de la CIA, ni mucho menos Phillips, oyeron la opinión de Flannery y Hecksher y el plan que habían iniciado, el Track II (es decir, la vía militar), se finiquitó con el innecesario crimen del general René Schneider, opereta absurda iniciada como un plagio y que el mismo hombre de la CIA en el downtown santiaguino había previsto cómo terminaría: “El intento de secuestro quizá conduzca a un baño de sangre”, escribió varios días antes.

Pese a Nixon, Allende terminó por asumir la Primera Magistratura chilena. Con ello, se acabó también el trabajo de Hecksher. Aunque se trataba de uno de los principales artífices del derrocamiento de Jacobo Árbenz en Guatemala, exjefe de la CIA en Laos y oficial histórico de la agencia, terminó su carrera acusado de ser “socialista”.

Un par de años más tarde, cuando Ted Shackley asumió como jefe de la División Hemisferio Occidental de la CIA, la explicación que se le dio en relación con el hecho de que Allende estuviera gobernando Chile fue que había existido “una falla de inteligencia” que se atribuía, no a quienes habían intentado el golpe, sino –todo lo contrario– a Hecksher.

Vuelta de tuerca

Sin embargo, para el 11 de septiembre de 1973 la actuación de la CIA fue muy distinta, pese a la creencia popular que le atribuye a ella el golpe. Hecksher fue remplazado por un oficial llamado Ray Warren, muy aficionado a los cálculos políticos, que comenzó a implementar una suerte de continuación del plan Track 1, es decir, el financiamiento a los partidos políticos, que benefició principalmente y en primer lugar a la DC, luego al Partido Nacional y, en menor medida, a la colectividad Democracia Radical (DR) y al Partido de Izquierda Radical (PIR).

Una de las situaciones que más evidente resulta de la lectura de los documentos de la CIA es que la Democracia Cristiana siempre fue el partido chileno mejor evaluado por los estadounidenses. El Partido Nacional, de hecho, les gustaba poco. Estimaban que Sergio Onofre Jarpa no era un buen líder y que la colectividad carecía de estructuras de base (como organizaciones de mujeres, por ejemplo), a diferencia de la DC, uno de cuyos líderes –nombre que está borrado en la documentación– viajó en 1971 al cuartel general de la CIA a pedir más dinero, pues ya se les habían acabado las partidas entregadas unos meses antes.

Ese mismo año, el golpe ya era tema recurrente y Warren quiso ponerse a tono con ello. Por eso, en un documento interno que circuló en Washington, se leía que “la estación (en Santiago) cree que debemos intentar inducir a los militares todo lo que sea posible, si no todo, para que tomen el control y desplacen al Gobierno de Allende. Obviamente eso no será fácil de hacer. Los militares chilenos tienden a actuar en concordancia con su cadena de mando y solo cuando el consenso es evidente. Más aún, el general Prats no parece dispuesto a avanzar con este objetivo”.

Posteriormente, el propio Warren enviaría a Washington un cable en que diría querer hablar con ciertos oficiales “clave”, para estimularlos a acometer una asonada, agregando que “debemos trabajar consciente y deliberadamente en la dirección de un golpe”, frase que causó ronchas en Washington. Le respondieron que no podían aceptar dicha “conclusión”, pues no existía autorización para ello ni, mucho menos, podían permitirle “hablar francamente sobre las mecánicas de un golpe” con algunos militares, como él lo pedía, aconsejándole que “veamos cómo se desarrolla la historia, no la hagamos”.

Claro, la situación en Washington era muy distinta de la de 1970. Ya tenían una experiencia que les indicaba que no era tan simple gatillar un golpe en Chile –por ello habían privilegiado la vía política– y además Nixon estaba con muchos problemas en el frente interno.

En marzo de 1972, el periodista Jack Anderson destapó en The New York Times el escándalo de las comunicaciones entre la CIA y la ITT (International Telephone & Telegraph), alentando los intentos golpistas de dos años antes, y debido a ello se había formado una comisión investigadora en el Congreso de EE.UU.

Vietnam era otro punto de conflicto para Nixon y, en junio de 1972, comenzó a estallar el caso Watergate. De ese modo, Chile –aunque seguía siendo muy importante dentro del combate al marxismo– había dejado de tener la preeminencia de antaño. Tan consciente estaba la CIA sobre las miradas que tenía encima, que en un informe de su Dirección de Operaciones, fechado en septiembre de 1972, se decía que “la tentación de asumir un rol positivo en apoyo al golpe militar es grande”, pero que debían refrenarse, debido a que serían acusados de “ingeniar el colapso del Gobierno de Allende”.

En medio de las cavilaciones de Washington, Warren siguió insistiendo hasta el final en la posibilidad de dar un golpe, asegurando que existía un ambiente totalmente propicio para ello y, quizá como una muestra de que el hombre en terreno siempre –necesariamente– sabe más que quien está en un escritorio a miles de millas de distancia, se mantenía informado con mucha exactitud de los movimientos golpistas, como fue el traslado de los Hawker Hunter a Concepción varios días antes del 11 de septiembre, la constitución del grupo de 15 generales y almirantes que planificó la operación, las cavilaciones e, incluso, el día exacto del golpe de Estado.

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