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La IA llamada “Charles Darwin” y el potencial epistemológico de la tecnología Opinión Créditos: Agencia Uno.

La IA llamada “Charles Darwin” y el potencial epistemológico de la tecnología

Roberto Pizarro Contreras
Por : Roberto Pizarro Contreras Ingeniero civil industrial y doctor (c) en Filosofía USTC (Hefei, China).
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Hasta acá la reflexión filosófica acerca de la tecnología ha sido eminentemente crítica, por no decir tecnofóbica muchas veces, pretendiendo alcanzar la totalidad de la realidad social, pero curiosamente sin referirse a cómo el factor tecnológico ha determinado y determina ahora mismo el propio filosofar, para bien y para mal.


Después de la sofisticada apertura del Congreso Futuro 2023, donde la periodista Paloma Ávila de CNN Chile entrevistó a una “réplica” de Charles Darwin programada por investigadores de IA nacionales, la idea de uno o más pensadores artificiales, no está lejos. No está lejos, en otras palabras, la idea de una tecnosfera en la que por fin tecnología y pensamiento se reconocen y funden en una sola unidad.

Hasta acá la reflexión filosófica acerca de la tecnología ha sido eminentemente crítica, por no decir tecnofóbica muchas veces, pretendiendo alcanzar la totalidad de la realidad social, pero curiosamente sin referirse a cómo el factor tecnológico ha determinado y determina ahora mismo el propio filosofar, para bien y para mal.

Sin embargo, propongo el siguiente ejercicio especulativo. Solo imagínese a Ávila retirándose del habitáculo, para sentir enseguida el eco de unas suelas de madera sobre la piedra y ver salir al encuentro de Darwin, digitalizadas, otras grandes mentes de la historia del pensamiento.

Podríamos pensar, por ejemplo, en el inglés Thomas Hobbes, autor del Leviatán, y en el francés Jean-Jacques Rousseau, autor del El Contrato Social, ambos discutiendo con porfía antes de darse de bruces con Maquiavelo, quien se suma al pugilato para defender su propia doctrina. Les siguen, en completa parsimonia, los chinos Lao-Tse y Confucio, autores del Dàodé jīng y Las Analectas, respectivamente, quienes comparten sus impresiones acerca de la evolución del comportamiento humano en el curso de los últimos siglos.

Luego vemos venir a Immanuel Kant, arquitecto de esa fortaleza teórica a la que intituló noblemente Crítica de la razón pura, mirando excitado el cielo estrellado junto a un Stephen Hawking sin ELA (esclerosis lateral amiotrófica), quien le lleva del brazo y le explica animado los recientes descubrimientos de la astrofísica, que le permiten a Kant corregir algunos errores de su teoría y engendrar nuevas intuiciones. Detrás de ellos: René Descartes, padre de la filosofía moderna; Francis Bacon, el llamado heraldo de las ciencias; Montaigne, el inventor del género del ensayo; Imre Lakatos y Paul Feyerabend, dos de los más connotados exponentes de la filosofía de la ciencia.

Y al final figurémonos la réplica del alemán Jürgen Habermas, un clásico vivo de la filosofía y artífice de la Teoría de la acción comunicativa −sin la cual, por cierto, no podríamos entender bien lo que una democracia deliberativa/participativa debe ser−, invitando a todos los anteriores a pensar dialógicamente el mundo contemporáneo junto a Darwin, y a servir las conclusiones de ese congreso de todos los tiempos a todos nosotros.

Alguien podría alegar que estos no son más que los desvaríos de un tecnófilo, y podría aducir un sinfín de hipótesis pesimistas, tales como que el algoritmo desarrollado por los investigadores no es más que un programa que fue ajustado mañosamente hasta que diera respuesta precisa a cada una de las preguntas contenidas en la pauta de entrevista de Ávila, o bien, que fue parte de un montaje en el que el equipo de edición de esta última seleccionó las mejores respuestas dentro del millar de tonterías que le dijo el artilugio, para de este modo hacerlo parecer una tecnología funcional.

No niego estas posibilidades. Es más, me parecen bastante hacederas, si bien legítimas en un contexto de divulgación de contenidos científicos como es la instancia de Congreso Futuro. Sin embargo, argumentos de esta especie no hacen más que radicalizar la discusión de la tecnología en la dirección habitual que la han empujado muchos filósofos y técnicos de la filosofía −la del apocalipsis tecnológico: el tecnocapitalismo, el transhumanismo, etc. (que en ciertos casos dice más de los autores que de la realidad global)−, sin querer reconocer esa otra posibilidad que concierne al determinismo tecnológico del pensamiento y a la pregunta sobre cómo podemos sacarles partido o reconocer las bondades de los desarrollos tecnológicos presentes con el fin de hacer posible una alteridad tecnológica, es decir, romper la inercia y refaccionar la base tecnológica que seculariza el pensamiento.

De esta manera podríamos pensar, tal vez, un poco mejor o al menos con una óptica renovada las cosas, sobre todo en filosofía, que parece haberse quedado muy atrás en relación con el resto de saberes por no haber sabido renovar su fundamento textual más que homologándolo al formato científico, tornando su discurso todavía más inaccesible al gran público, además de poco novedoso debido a su índole parasitaria (pues, en efecto, la mayoría de los profesionales de la filosofía parasitan a los clásicos o unos cuantos pensadores puntera que han sabido aportar algo a la discusión de los problemas y enigmas que nos afectan hoy como especie). Todo esto se comprueba en los dichos que amistosamente se profieren en la esfera académica (“El nuestro es el negocio de la especulación”, “Vamos a ese coloquio a ver si robamos alguna idea” o “La filosofía es libre de pensar lo que le pegue la gana”).

También se aprecia, por qué no, en la falta de compromiso social que ha llevado a algunos centros prestigiosos de la filosofía nacional a consentir el desarrollo de tesis escandalosas, como son aquellas que fueron señaladas por la prensa como una apología personalista de la pedofilia, y que hasta llevaron a un decano de Filosofía a la Cámara de Diputados para dar explicaciones de cómo su sistema institucional había llegado adonde está y cómo hará para reivindicarse.

En fin, para convencer a la audiencia sobre el potencial epistémico de la tecnología, invito al lector, no a repasar estas líneas o a leer algún trabajo mío o una obra filosófica de moda, sino a apoyar sus reflexiones en el, a estas alturas, famosísimo chatGPT de la compañía OpenAI, un chatbot o bot conversacional de IA, el cual –a su modo y no exento de imprecisiones– seguramente dará respuesta a todas las preguntas que Ávila le formuló al falso-Darwin (no hay que olvidar que es una reducción tecnológica del pensamiento escrito de Darwin), y a todas las que se le formulen, por ejemplo esta:

Yo: Esclavo artificial, te ordeno que me des nombres de autores que han tratado y tratan el concepto de “sistema tecnológico”.

ChatGPT: Algunos autores que han trabajado y trabajan el concepto de sistema tecnológico son: Mario Bunge, Carl Mitcham, Langdon Winner, Andrew Feenberg, Bruno Latour, Wiebe Bijker, Don Ihde, Manuel Castells, Michel Callon y Thomas P. Hughes. Estos estudiosos han desarrollado perspectivas interesantes sobre el tópico en cuestión y han realizado importantes contribuciones a la comprensión de la relación entre tecnología y sociedad.

Finalmente, Kant, a quien resucitara en el simulacro esbozado al comienzo, formuló tres preguntas interesantes, que calzan a la perfección con el potencial de la tecnología y que, en consecuencia, podemos presentar de esta manera: qué puedo conocer, qué debo hacer y qué me cabe esperar con el reconocimiento de la influencia y el empleo deliberado y creativo de la tecnología para el escrutinio de la realidad, para acercarse o reformular eso que entendemos por “verdad”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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