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La liviandad del videojuego: «¿Violemos y matemos juntos, hijo mío?» Opinión

La liviandad del videojuego: «¿Violemos y matemos juntos, hijo mío?»

Carolina Pérez Stephens
Por : Carolina Pérez Stephens Máster en educación, Universidad de Harvard.
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Hace unos días leí una columna de Cristian Warnken que me llegó al corazón. Se las escribió a sus hijos mientras los miraba dormir. Hablaba de cómo la desertificación de nuestro espíritu es lo que nos ha llevado a consumir el planeta y a estar desconectados de los que queremos. Todo por estar hipnotizados con toda la tecnología existente.

Veo profesores que en vez de estar conversando (debatiendo, haciendo experimentos con sus alumnos de un taller de verano), están serios, mirando hacia abajo, idiotizados mirando sus smartphones. Niños a la deriva.

Pero al igual que Warnken, tengo esperanzas, las tengo que tener porque soy mamá y educadora. No me puedo dar el lujo de obviar todo esto e irme a vivir a una cabaña en la mitad de un bosque en el sur, aunque les juro que muero por hacerlo.

Porque me importan los niños es que me despierto todas las mañanas pensando en qué puedo hacer para ayudar a mis hijos, a su generación y a sus papás y mamás.

Leo y leo investigaciones de doctores y educadores y veo que la evidencia es avasalladora. Me parte el corazón cuando leo que a los niños que juegan videojuegos les sube la presión arterial, el nivel de azúcar en la sangre, se les dilatan las pupilas… ¡¡¡a los 3 minutos de partir el juego!!!

He visto como muchas familias, a partir del debate de ideas con fundamento científico, han cambiado sus dinámicas y hábitos, pero también veo como aparecen expertos y libros que van en la línea opuesta y que dejan muy felices y tranquilos a los padres.

El otro día escuchaba en el Congreso Futuro a Yasmin Kafai que decía que ella veía que los niños, cuando estaban jugando videojuegos, estaban muy felices y concentrados, hasta por 3 horas y que es por esto que la educación debiera cambiar y debiéramos tener programas de videojuegos para los distintos ramos.

La audiencia estaba en llamas… ¡¡¡nos dieron permiso para jugar a todos!!!. Incluso el moderador dijo: “Con esto no le voy a poder decir a mi hijo de octavo básico que no juegue, voy a tener que jugar con él”.

Y más encima ahora sale un libro que invita a los padres a que sus hijos tengan redes sociales desde los 7 años y recomienda jugar juegos violentos con sus hijos, para conversar de violencia en familia después del juego. ¿Me están tomando el pelo?

Imaginen esta escena:

-Papá: Hijo mío, ¿juguemos a violar y matar a una mujer en el videojuego? ¿te tinca ahora, antes de comer? Así, durante la hora de comida, en familia, hablamos sobre la importancia de la igualdad y el respeto hacia las mujeres.

Sin comentarios.

Hoy los juegos de video son impactantemente hiperrealistas, donde los jugadores matan, violan y descuartizan a destajo, con sangre que salpica en la pantalla.

Estos juegos tienen claras consecuencias en el cuerpo y mente de nuestros hijos, y no podemos darnos el lujo de ser tan ingenuos para pensar que podremos establecer vínculos simplemente por estar sentados uno al lado del otro matando zombies.

Muchos papás me han dicho que les cuenta entablar conversaciones con sus hijos, que no tienen tiempo para salir, tomarse un jugo, mirarse a los ojos y hablar de sus penas y alegrías, entonces que mejor: se sientan en un sillón, comen tonteras y juegan videojuegos juntos. Esta es la nueva paternidad, externalizar y externalizar.

Claro que cuesta forjar lazos, hay que trabajar, esforzarse, darse el tiempo. Querer y cuidar requiere tiempo, tiempo que muchos prefieren pasarlo revisando sus WhatsApp y no estando con sus crías.

Me niego a creer este canto de sirena que invita a los padres a pasarle smartphones a sus hijos a los 7 años para que «aprendan a convivir con la nueva tecnología», me niego a que se incite a las niñitas a tener redes sociales desde los 8 años, me requete opongo a que se invite a los padres a hablar de homicidios y violaciones a través de videojuegos.

A ser buena persona se enseña con el ejemplo en vivo y en directo, nuestros niños van a aprender a ser generosos si nos ven siendo generosos con el que no tiene. Mi hija va a aprender a respetar a su amiga si me ve ayudando a una amiga mía, no lo va a hacer mirándome poner un like y un comentario en su Instagram.

Cortemos la estupidez de una vez. Se nos derriten los glaciares del sur, se desertifica nuestro país, ignoramos a los inmigrantes pero posteamos nuestras selfies editadas mostrando lo lindos que somos en nuestra perfecta y encuadrada vida.

Como madre yo espero que mis hijos sean mejor que yo y para eso los tengo que querer, educar y dar un buen ejemplo.

¿Cómo modelo la amabilidad en mi vida? ¿Cuándo demuestro mi generosidad? ¿En qué momentos mis hijos me ven ser esforzada? Se nos viene difícil la pega, y feliz la hago, pero nos necesitamos a todos, a la tribu.

Saquemos la voz de una buena vez y no dejemos que las mega industrias se traguen a esta generación. Porque cuando quede la escoba, yo ya voy a estar muerta y enterrada, como muy bien lo dijo Gastón Soublette, el mejor maestro que he tenido en mi vida.

Los invito a volver a vivir…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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