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De amor y de crimen: “La mujer del río” de Paula Ilabaca CULTURA|OPINIÓN

De amor y de crimen: “La mujer del río” de Paula Ilabaca

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Luis Valenzuela Prado
Por : Luis Valenzuela Prado Académico de la Universidad Andrés Bello.
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La novela realiza un tratamiento sutil de las historias de amor, los crímenes relacionados al amor que tapan hilos más complejos y políticos del fondo histórico del relato. Por cierto, la novela muestra con sutileza la marca de época de la dictadura de Pinochet.


La mujer del río es la tercera novela policial de la escritora Paula Ilabaca. Antes publicó La regla de los nueve y Camino cerrado. Las tres ofrecen variaciones de lo que constituye un género que, si bien está en constante mutación, sigue manteniendo y obedeciendo a criterios reconocibles. En la novela, a partir de su protagonista, Mercedes Torrealba, se trazan territorios sociales de un mundo masculino y policial en los que ella debe transitar y disputar un lugar. A partir de un crimen, el descubrimiento de un cuerpo descuartizado en las riberas del río Mapocho, se desencadena un entramado institucional delictivo, en torno al aborto; y policial, en torno a la investigación, donde opera todo un sistema de peritos, prefectos y policías. Y como correlato que aporta al espesor de la novela, se despliega una secuencia de afectos, egos y amores.

La novela escenifica una ciudad, Santiago de los años 80, en la cual no hay ley sin crimen, ni crimen sin ley.Una ciudad con matices sociales, donde se reconoce la comuna de Renca, en un sector periférico de la ciudad; la comuna de La reina, en uno más acomodado; y otro en Santiago centro, específicamente el Paseo Bulnes, casi enfrentando el Palacio de La Moneda, detrás de la antigua Llama de la libertad, como dicta el año 84 en el que transcurre la novela. Los tres espacios citadinos ofrecen una capa simbólica que esconde otra más oscura detrás suyo. Una ciudad, un país, que la hija de Mercedes conocía, a partir del “trabajo oscuro y urgente”, de sus padres, “en una ciudad, en un país, que, en secreto, llevaba años desmoronándose”. A estos tres espacios se le agrega el río Mapocho, nuestra herida fluvial citadina. Un río que recuerda al 6 de junio de 1923, y el crimen “cajitas de agua”, cuya asesina, Rosa Faúndez, de 32 años, estranguló a su marido, Efraín Santander, de 47, y luego lo descuartizó y repartió sus restos por varios lugares de la ciudad, para aparecer en las rejas que filtraban el caudal del Mapocho. En ese sentido, Ilabaca retorna y reconstruye un Mapocho como un hito urbano, y también literario, en donde van a parar los deshechos, tanto sociales, como materiales. El cadáver de la novela aparece descuartizado, como resto, en una bolsa de basura, por lo que es resignificado, desde el aspecto fronterizo y abyecto.

La novela se inscribe en la tradición de la literatura negra, con un manto de corrupción y de lúgubres tratos sociales e interpersonales, desde los cuales se va hilando un relato que avanza entre los cimientos de un true crime, un crimen real que articula el relato. Se da, de este modo, un entramado del crimen, donde la novela muestra un devenir que opera tanto en un nivel institucional de lo ilegal, el aborto; y lo de lo legal, la policía. Ilabaca maneja con soltura los hilos de este entramado negro y construye una estructura novelesca que, como ya comenté, muestra una ciudad con tintes precisos de una época, la dictadura de 1984, en la figura del “Trucho” Cáceres y del Gringo Gerardo, hilos que darían para escribir otra novela.

Los tintes negros que usa Ilabaca son matizados por otros elementos como la sonoridad del relato, la relación con la música y con la poesía. La primera, tal como en Camino cerrado, queda manifiesta en la playlist que acompaña a la novela, en forma de paratexto. La segunda, en los recursos poéticos de la poesía de Ilabaca, como la anáfora, la musicalidad y ritmo de ciertos pasajes de la novela. La repetición da cuenta de una pluma que sabe de sonoridades escritas. Tampoco se puede dejar pasar el tránsito que lleva a la escritora desde la poesía a la novela y de la novela a la poesía, ya que La mujer del río despliega una ciudad imaginada que ya estaba en su poema “La ciudad lucía”, que la lleva a volver al Paseo Bulnes. Otro detalle que decora la escena negra es el énfasis en el vestuario de los personajes, el cual engalana, de cierta forma, la escena gris desarrollada. En ese sentido, la elegancia con la que se viste Mercedes es una marca específica de la novela: “Se arrodilló en el suelo, sin importarle sus medias de nylon nuevas, sin importarle los tacones, el piso estaba encerrado y limpio” (21).

Por último, en La mujer del río surge una variante que Paula Ilabaca desarrolla con sutiliza: los afectos. Pienso específicamente en la doble historia de amor que se desarrolla en la novela y que anuda vínculos institucionales y criminales. “Las membranas del amor son frágiles; frágiles el roce más fortuito puede desgarrarlas”, versa el epígrafe de Alan Pauls. La novela realiza un tratamiento sutil de las historias de amor, los crímenes relacionados al amor que tapan hilos más complejos y políticos del fondo histórico del relato. Por cierto, la novela muestra con sutileza la marca de época de la dictadura de Pinochet. Ilabaca construye un true crimen con ecos del relato negro clásico, y erige una historia de los protagonistas donde el crimen y el amor no temen encontrarse en una ciudad y en un país que se cae a pedazos.

Ficha técnica:

La mujer del río

Paula Ilabaca

Santiago: Sudamericana, 2024

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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