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Lo que no se vio de la procesión a La Habana

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Un senador con guayabera y sandalias durante la comida, una sobrina de Allende que Raúl Castro confunde con hija del ex presidente, un diputado furioso por no ser incluido entre los que le estrechan la mano al hermano de Fidel y otro que no llega al homenaje a José Martí. Todos peregrinando a “tierra santa” para pagar sus pecados neoliberales, rodeados de próceres de una revolución convertida en pieza de museo.


Teniendo en cuenta el brusco viraje de la izquierda chilena hacia el neoliberalismo con camuflaje socialdemócrata, el viaje de los parlamentarios que acompañaron la delegación presidencial a La Habana, tiene mucho de esos tours de peregrinos católicos a Jerusalén, en busca de la expiación.

Sólo mirando así las cosas se puede entender  la rabia del diputado Antonio Leal, aficionado a las cámaras como las guaguas a la leche materna, cuando en el primer saludo protocolar de la comitiva al presidente Raúl Castro antes de sentarse a comer en el Palacio de la Revolución, fue sacado de la fila de escogidos  para estrecharle la mano y en su reemplazo, por un asunto de orden alfabético y de sangre azul guerrillera, quedó el diputado Marco Enríquez-Ominami. Leal, según testigos de la situación, increpó al funcionario de Protocolo encargado de asignar los puestos. El diputado le enrostró primero su pasado reciente como presidente de la Cámara. Como las cosas no cambiaron, lo intentó usando su condición de esposo de la ministra de Bienes Nacionales, Romy Schmidt, pero esa carta tampoco funcionó. Como último recurso Leal intentó hacer notar al funcionario que su nombre de pila empieza  con A.

Las uñas del senador

Luego, a  la hora de la comida, se acabó la ansiedad. Los anfitriones ofrecieron una cena sencilla: lasaña, conejo a la cubana  y botellas de don  Melchor, de Concha y Toro,  la viña de Rafael Guillisasti. El empresario ex Mapu, uno de los pocos presentes que  representa  sin culpa  a su gremio y en esa calidad  estaba entre los invitados. Aunque su presencia fuera más discreta que la del senador Alejandro Navarro.

El presidenciable de nuestra “verdadera izquierda”, fue excesivamente consecuente y llegó a la sede de gobierno con guayabera y sandalias. Navarro estaba justo antes de la cena en  “La Bodeguita del Medio”, el bar-postal de La Habana, junto a Manuel Feliú, presidente del comité empresarial entre Chile  y Cuba. El senador  recordó su compromiso en el Palacio de la Revolución y reconoce  que no alcanzó a pasar por el hotel a cambiarse. Un diputado que juzgó la tenida revolucionaria de Navarro comenta que “la guayabera daba lo mismo, lo impactante eran las chalas que le dejaban las uñas al descubierto”. Raúl Castro, al saludarlo, le dijo que él también tenía una muy parecida. “Estoy seguro que él se siente incómodo con su traje. Aquí en Cuba no son tan importante las formas”, dice Navarro.
   
Saludos a la Tencha

Si fuese sólo por la distribución de las mesas, donde los invitados principales como los jefes de Estado y los cancilleres ocupan las ubicaciones privilegiadas, la cena en el Palacio de la Revolución hubiese sido como alguno de los aniversarios de la CPC.  Pero aquí hubo un poderoso ingrediente litúrgico, aportado por  los invitados locales. Ahí nuestros honorables estuvieron sentados con varios héroes de la revolución en formato de carne y hueso, y a sólo una palabra de sacarse fotos dignas de souvenir. Los veteranos eran absolutamente reales, pero no menos inmóviles que las estatuas de un museo de cera.

Entre ellos estaba José Ramón Machado Ventura, el hombre que sigue a Raúl y veterano de la Sierra Maestra, igual que Juan Almeida, sobreviviente del asalto al Cuartel Moncada y uno de los expedicionarios del Granma. A él lo identificaron más los parlamentarios gracias a su fugaz aparición como personaje en la recién estrenada biografía del Che Guevara.

“Yo siempre he sido de izquierda, no porque venga a Cuba voy a volver más de izquierda”, aclara Fidel Espinosa. Su encuentro con el fotógrafo de la presidencia, el mismo que le tomó  una instantánea  en los brazos de Fidel durante su visita a Chile durante la UP, ayuda mucho a que esta visita contenga la emoción de alguien que viene a renovar los votos, a impregnarse  con el discurso que en Chile sirve para enganchar votantes, pero que ya ninguno de los que viajó y quiere  mantenerse en política, puede practicar.

De cualquier forma, la emoción de tener cerca a los verdaderos revolucionarios también puede ser decepcionante, como seguramente lo fue para la diputada Denisse Pascal Allende, que quedó impresionada por la familiaridad con que Raúl Castro la saludó. Este le mencionó la cantidad de tiempo en que no se veían y terminó el diálogo con un “saludos a tu madre, la Tencha”.

Falló el despertador

Lo que no está claro todavía es cuanto impactó en el corazón de la presidenta su reunión de hora y media con Fidel, sólo comparable a un encuentro a solas con Juan Pablo II, teniendo en cuanta la condición de “tierra santa” que tiene la isla entre los hijos más autoflagelantes de la izquierda local, y que le sacan el jugo a su mejor momento histórico.  

En La Habana, la delegación chilena tuvo a la vista los últimos cambios en la ciudad. Leal y otros parlamentarios comieron en los “paladares”, restaurantes de unas pocas sillas improvisados por los cubanos en sus propias casas. “Hay muchos y está lleno de bares, yo vine la última vez y ahora se percibe más soltura”, dice el diputado.

En el “bus de la alegría”, que estuvo a disposición para transportar a los parlamentarios, la delegación masculina quedó “impresionada con la belleza de la mujer cubana”, comenta Alejandro Navarro.

Entre tanto recogimiento habrá espacio para la frivolidad, la revolución también es misericordiosa y puede perdonar el atraso de Fidel Espinosa, que no llegó al homenaje a José Martí la mañana del miércoles. Fuentes no autorizadas dicen que el despertador no sonó. Habrá que preguntarle cuando arribe a Santiago en las próximas horas.

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