Publicidad
El crudo testimonio en Facebook de una mujer que abortó: «Fui violada por mi pololo y me costó años asumirlo» Historia real

El crudo testimonio en Facebook de una mujer que abortó: «Fui violada por mi pololo y me costó años asumirlo»

Tenía 17 años cuando fue obligada por su pareja a tener sexo y quedó embarazada. Decidió hacerse un aborto porque no quería tener un hijo de su agresor: «Pensar en tener un hijo suyo producto de lo que me había hecho, me daba nauseas».


Mientras en Chile se discute la despenalización del aborto en tres causales y cuando algunos políticos han planteado en el debate que muchas mujeres dirán que fueron violadas para poder interrumpir su embarazo, un testimonio publicado en Facebook habla de una realidad mucho más común de lo que se cree, pero de la que no se habla: el sexo no consentido por la mujer, que debe estar siempre disponible para saciar las ganas de su pareja.

Es en relaciones violentas y agresivas donde algunas mujeres son forzadas a acostarse con sus parejas y son violadas -sí, violadas- no por un extraño, sino con el hombre que se supone que las ama, en su propia casa y cama.

La página de Facebook Mi primer abuso publicó esta historia real, luego de corroborar la identidad de quien la escribió y la veracidad de la misma. Y si bien algunos nombres fueron cambiados para proteger a la víctima, la publicación busca poner en la opinión pública la gran cantidad de veces que las mujeres deben enfrentar situaciones así donde, además, los contactos y el dinero hacen la diferencia a la hora de poder acceder a un aborto.

El testimonio completo a continuación:

Tenía 16 y pololeaba con un idiota, siempre supe que él no era el hombre de mi vida, ni nada por el estilo, pero algo en mí hizo que le diera una oportunidad. Tal vez por lástima.

Yo tenía un historial más bien complejo en cuanto a relaciones sentimentales se refiere, más bien autodestructivo, pero -quizás por lo mismo- me atrajo su dedicación casi obsesiva hacia mí.

Como en ese tiempo era bastante narcisista, era obvio que fuese así. Él se desvivía por mí. Me escribía canciones, era el pololo ideal, soñaba con ser músico -una suerte de Elliott Smith sudaca y más pretencioso-. Yo en ese tiempo pintaba mucho, tal vez como una forma de canalizar la rabia que sentía hacia el mundo, propia de una pendeja de mi edad y con mis dudas existenciales, así que hacíamos una buena pareja.

Pero algo comenzó a ocurrirme, mientras más canciones me escribía, más pensaba en lo poca cosa que era. Camilo tenía un año más que yo y me gustaba hacerlo sentir como el mejor del universo. Durante dos años tuvimos una relación bastante intensa.

Cuando llevábamos un año, las cosas se pusieron raras. Él, que era un tipo  más bien introvertido, se volvió un agresivo. Explotaba por cualquier cosa, me gritaba mucho, me miraba con desprecio. Sin embargo seguíamos tirando harto, intenso, con rabia tal vez.

Un día cualquiera le dije que no tenía ganas. Se volvió loco. “¿Te gusta otro hueón acaso? ¿Te calienta una hueona? ¡Dime, puta!” me gritaba. Yo lo miraba, con una mirada vacía, quería decirle que era un pobre hueón y que tirar con él era una verdadera, pero no dije nada. Me di vuelta y fingí quedarme dormida.

Camilo insistía, y yo lo empujaba, hasta que en un momento cedí. No porque quisiera, sino porque no tenía más fuerza para pelear con él. Tiramos. Me sentí pésimo. Sentí que me había fallado a mi misma. Que había transgredido todos mis principios, tirando con él sin estar ahí, casi inconsciente. No lo procesé en ese momento, ni menos aún quise verbalizarlo -pues eso lo haría real- pero me sentí violada. Y, peor aún, lo fui.

Como resultado de esa vez –la única vez que tiramos sin condón- quedé embarazada. Tenía sólo 17 años, pero algunos contactos. No dudé. Al día siguiente llamé a mi ginecólogo -conocido en mi ciudad por hacer abortos, y, a su vez, muy amigo de mi familia-.

Le dije: «Tío, no tengo las lucas, pero no sólo no quiero ser mamá a esta edad, sino que me rehúso a tener un cabro chico con este hueón -a esa altura lo odiaba y el pensar en tener un hijo suyo producto de lo que me había hecho, me daba nauseas-. El médico cedió ante mi desesperación y agendó una hora para unos días después.

Llegó el día y lo hicimos. Era un miércoles de julio. Uno de los pocos días bonitos que tuvo ese mes de mierda helado y lluvioso. Tal vez fue un presagio, un día de sol entre tanta lluvia invernal. Para mi no fue tema. Me pasé a la consulta desde el colegio, y después del «procedimiento» me fui a la casa. Al día siguiente fui al colegio, como si nada hubiese pasado. Y así fue, cada día, hasta que un día me atreví a contarle a mi mejor amigo. Sólo pude hablar de ello un par de meses después, cuando ya había terminado con aquel maltratador.

Terminé con Camilo un día jueves de septiembre. No recuerdo bien la fecha, pero si que era septiembre, porque es mi mes favorito (curiosamente, años después, sería el mes en que nació mi hijo, ese hijo que sí quise tener).

Terminé porque estaba aburrida, porque descubrí que no sentía nada por él , sólo que no sabía cómo salir de ahí. Estaba cansada de sus malos tratos y las inseguridades que le hacían volcar su ira en mi contra.

Cuando nos separamos, quise hacerlo pagar por todos los malos ratos y su violencia, por todas las humillaciones, por su violación. Y, en la mitad de la discusión que inicié para terminar con él, le conté del aborto. Le dije que nunca jamás hubiese tenido un hijo con él, que el mundo no merecía tal desgracia. Se enfureció, amenazó con denunciarme, con acusarme a mi mamá, y cuanta estupidez se le ocurrió.

Me dijo que nunca me iba a librar de él, que tuviera cuidado. Me reí en su cara. Nunca pensé que concretaría nada, le dije que para mí, él nunca había sido importante, y menos aún lo sería después de terminar. Insistió en sus amenazas. Yo, por mi parte, insistí en mis advertencias.

Pasaron los meses y, cada cierto tiempo lo veía en la calle. Fingía no verlo, pero él se hacía notar, me hostigaba. Hasta que un día, luego de sentirme totalmente desprotegida y amenazada hablé con un amigo de mi papá para que me ayudara, le conté y él me dijo que se encargaría que Camilo no apareciera más en mi vida. Al parecer su procedimiento resultó porque no volvió a acosarme y pude seguir adelante con mi vida, sabiendo que tomé la decisión correcta -la de abortar-, pero siempre con un poco de rabia porque fui una víctima, y aún me cuesta asumirme como tal, es difícil de admitir que no porque él sea tu pololo, tu pareja, o tu marido puede disponer de tu cuerpo, decirte cuándo y cómo tener sexo y menos aún obligarte a ceder con fuerza. Hoy después de muchos años por fin puedo asumir que no fue mi culpa, y decirlo con todas sus letras: “Fui violada por mi pololo”.

Carolina (34 años)

Publicidad

Tendencias