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Crítica literaria: «Lagartos» moribundos, de Felipe Ossandón El relato cuenta la historia de Gregorio Martínez, un adolescente atribulado sin grandes ambiciones

Crítica literaria: «Lagartos» moribundos, de Felipe Ossandón

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Víctor Minué Maggiolo
Por : Víctor Minué Maggiolo Periodista, Máster en Edición. Universitat Autónoma de Barcelona.
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Lagartos, Felipe Ossandón, viene a convertirse en su segunda novela, después de “Hipervículos” 2005. El pasado del autor lo sitúa como cronista de la Zona de Contacto de El Mercurio, antologado en Cuentos con Walkman y Disco duro, esta es la carta de presentación del autor. Y no falla. ​


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Lagartos,  Felipe Ossandón, viene a convertirse en su segunda novela, después de “Hipervículos” 2005. El pasado del autor lo sitúa como cronista de la Zona de Contacto de El Mercurio, antologado en Cuentos con Walkman y Disco duro, esta es la carta de presentación del autor. Y no falla.  ​

El relato cuenta la historia de Gregorio Martínez, un adolescente atribulado medio pijo, sin grandes ambiciones , que decide tomarse un año sabático, mientras decide qué hacer con su vida. Es así como entra al Club Deportivo Lagartos, y se rodeará de una pandillita de deportistas amateurs, una manada embrutecida de unineuronales musculados, que matan el tiempo entre partidos perdidos y borracheras.  Gregorio, ante la  presión de su padre por hacer algo productivo de una vez, decide terminar un proyecto libro que dejó incluso su hermano, antes de marcharse de casa, sin dejar rastro.

Felipe Ossandón

Felipe Ossandón

De esta manera Gregorio intentará convertirse en un “gran escritor”, sin tener la más mínima vocación para ello ni la vaga idea de cómo lograrlo. Al mismo tiempo aspirará ser titular en el equipo para inventarse una virilidad incompatible con su carácter espantadizo,  su cuerpo famélico, y de paso,  validarse ante la autoridad del padre.

Escrito a modo diario, con entradas fechadas por el día y los cambios de peso del protagonista – atormentado por una increíble anorexia  -,  el relato se despliega con un orden lineal, sin otro recurso narrativo que la primera persona, y con un tono inexpresivo de baja intensidad – que se confunde con la atragantada sosería del personaje – sin matices en la oralidad,  ni en el empobrecido registro lingüístico  que termina de sepultar cualquier ambición mayor o imprevista solución estilística  por parte del autor.

Y es que,  uno llegaría a pensar que la conciencia  apática y moribunda con la que dota Ossandón a su personaje Gregorio; esa autocomplacencia culposa e inútil,  podría encontrar a lectores cómplices, a voyeurs indignados o enternecidos ante el triste espectáculo, podría, en el mejor de los casos, generar un efecto reactivo, pero no llegamos ni de cerca a este supuesto. En el mismo contexto, el retrato pintoriqui-costumbrista de la familia de barrio alto en los 90s que cría niñitos atormentados y culposos, sólo puede tener aliento o interés en la experiencia personal del autor; los arranques xenófobos, las conductas borrachinas, toxicómanas, y  jugarretas homoheróticas de los amigos, están lejos de ser un instrumento de  transgresión y proponer al menos un dilema moral,  eso no ocurre,  ocurre lo contrario: pasan inadvertidas, desactualizadas, como parte de un anecdotario juvenil retrospectivo porque no hay carga simbólica que ponga en tensión estos discursos con los paradigmas actuales.

En definitiva, el escritor de este libro  prefiere no tomar partido y esconderse detrás de la cándida perplejidad de su personaje,  de su irresoluta voluntad de destino. Una novela inserta, cierto, en la fórmula de moda hoy en día: el atributo de la brevedad y levedad como tono discursivo,  pero donde se confunde y se mal entiende, levedad,  con sosería, y brevedad con debilidad argumental.

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