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Gente Mala, la mala novela de Juan Cristóbal Guarello Crítica literaria

Gente Mala, la mala novela de Juan Cristóbal Guarello

Víctor Minué Maggiolo
Por : Víctor Minué Maggiolo Periodista, Máster en Edición. Universitat Autónoma de Barcelona.
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Los personajes excesivamente estereotipados son una licencia del autor que va enchambonando la promesa narrativa. Los agentes represivos son tan incomparablemente estúpidos, tan bestias, tan burdos en sus clichés, que si son culposos o víctimas o si defecan en los pantalones o eyaculan en revistas, son episodios anecdóticos revelados por una cierta pulsión por el gag escatológico del autor o misteriosa vocación por el absurdo no aprovechada.


Gente Mala – Ediciones B – se titula la primera novela del periodista deportivo, Juan Cristóbal Guarello, inspirada en el rapto y asesinato del niño Rodrigo Anfruns Papi en 1979 a manos de las brigadas represivas de la CNI, y bajo las órdenes de generales de las FFAA. Un hecho ominoso y triste que avivó la náusea y condena de casi, toda la sociedad chilena de la época. Guarello, utiliza entonces, esta trama histórica para volver a ventilar los interiores irrespirables de la violencia en dictadura, pero sin interés de razonar sobre los laberintos genealógicos del mal, la vulgaridad sistemática del poder, o la miseria espiritual con que son iluminados sus personajes, posibilidades discursivas que han quedado suspendidas.

[cita] Un buen thriller de ficción ajustaría el uso de la violencia explícita al de la creación de atmósferas inquietantes y turbadoras por medios sutiles y convincentes y no sólo por repetición de topicazos efectistas acumulados capa a capa lo que cabría llamar como “grasa” narrativa. Y a esta novela, la primera del periodista Juan Cristóbal Guarello, pues le sobra mucho de ésta. [/cita]

Y para sostener esta propuesta literaria –en ningún caso inatendible: el mismo autor la llamó de “acción” y no de “reflexión” – , Guarello compone, gracias a una prosa lacónica y directa, un thriller de 216 páginas, con brevísimos capítulos estructurados por diálogos que dan agilidad y favorecen la fluidez orgánica del relato, pero que no podrían aguantar en sus espaldas el valor literario de un libro por si solo. Es así como en la primera mitad de este, después del secuestro del niño, la acción como bandera narrativa se ve asfixiada en seguida. Los agentes, el Willy, Sepúlveda, Varelita, y la “Gorda” una improvisada niñera de la “Organización”, no proponen mayor interés informativo que la gracia de su propia degradación al convivir, encerrados e incomunicados, como míseros trogloditas que amontonan inmundicia, a la vez que realizan las obligaciones domésticas necesarias de una situación aberrante pero ineludible. Si el autor buscó aquí inocular una cierta atmósfera claustrofóbica irrespirable y repelente, el efecto queda en duda; y aún cuando la narración gana en frescura cuando se traslada a exteriores, muy pronto se pone de relieve una gradual, casi radical incongruencia en los recursos que la propia escritura promete con los resultados que genera por tres motivos principales: la memorabilia fetiche de Guarello con afinidad obsesiva para el detalle de época, deslumbra con un variadísimo catálogo vintage de marcas de todo tipo que, en un principio sitúan, pero a la larga agotan, saturan y entorpecen, de esta manera nos enteramos que los “chitecos” que usa el niño para conservarlo con vida por once días son marca “Ruliter”. ¿Detalle innecesario? Juzgue usted.

guraelloLos personajes excesivamente estereotipados son otra licencia del autor que va enchambonando la promesa narrativa. Los agentes represivos son tan incomparablemente estúpidos, tan bestias, tan burdos en sus clichés, que si son culposos o víctimas o si defecan en los pantalones o eyaculan en revistas, son episodios anecdóticos revelados por una cierta pulsión por el gag escatológico del autor o misteriosa vocación por el absurdo no aprovechada. En continuidad con aquello, posiblemente la aparición de Pinochet en un pasaje del libro sea un acierto, aunque que figure hablando por teléfono como el mismísimo Palta Meléndez.

Pero retomando los ‘quid’ principales en cuestión, la violencia es un tema central en el relato propuesto por el autor y oralidad de su escritura. Desafortunadamente tiene las máscaras de sus personajes: es una violencia explícita. Un buen thriller de ficción  ajustaría el uso de la violencia explícita al de la creación de atmósferas inquietantes y turbadoras por medios sutiles y convincentes y no sólo por repetición de topicazos efectistas acumulados capa a capa lo que cabría llamar como “grasa” narrativa.  Y a esta novela, la primera del periodista Juan Cristóbal Guarello, pues le sobra mucho de ésta y aún cuando esté privada de la otra –la que se utiliza para cocinar buenas novelas– ha ido encontrando sus lectores según el rating de ventas, sin embargo, en suspenso quedarán sus ambiciones respecto a su debut literario que expresó en una entrevista: “traté de romper un poco con ciertas convenciones de la literatura chilena”, dijo muy entusiasta.

Pues qué bien.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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