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«Miguel Enríquez» el libro de Mario Amorós y la memoria desnuda Imperdibles

«Miguel Enríquez» el libro de Mario Amorós y la memoria desnuda

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En cerca de 400 páginas, con prólogo del Presidente Evo Morales, su autor estructura en diez capítulos una completa y documentada biografía personal y política de Miguel Enríquez. El niño, el adolescente, el joven con convicciones, el líder político y hombre de su tiempo.


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Hace una década entrevisté al poeta Gonzalo Rojas cuando cumplía 86 años, y hablando de su talante disidente, de quien no es hombre de la adhesión total, de aquél que apuesta los sesos a las estrellas, al surrealismo y a Breton, recuerdo haberle preguntado:

¿Por eso le escribes un poema a Miguel Enríquez, el líder del MIR?, y me mira y me lanza: Porque esa criatura humana me es -cuando yo digo ‘me es’ digo- ¡¡está vivo¡¡no le ha pasado nada e hizo lo que hizo, asumió su pensamiento con una conducta fina, honda, más allá del desafío y hasta del disparate para muchos…¡”

El Dr. en Historia Mario Amorós, periodista e investigador español abre su libro Miguel Enríquez, un nombre en las estrellas. Biografía de un revolucionario con algunos versos de Cifrado en Octubre, escrito por el Premio Cevantes en 1974, que prosigue así:

“Que nos dijo adelante cuando la ráfaga escribió su/nombre en las estrellas/que cayó de pie como vivió, rápidamente/que apostó su corazón al peligro/clandestino, que así como nunca tuvo miedo/supo morir en octubre/de la única muerte luminosa…”

En cerca de 400 páginas, con prólogo del Presidente Evo Morales, su autor estructura en diez capítulos una completa y documentada biografía personal y política de Miguel Enríquez. El niño, el adolescente, el joven con convicciones, el líder político y hombre de su tiempo, avanza a pasos agigantados por la segunda mitad del siglo XX, se enfrenta a la historia, la mira a la cara, la tutea, intenta torcerla, aunque sabe que en ese intento él y su generación- la mía, la tuya, la nuestra- será brutalmente diezmada y sufrirá además el castigo de la negación, del estigma y del silencio.

No hay complacencia en este texto que reconstruye el clima social y político de una época a través de fuentes directas, constituidas por cerca de una veintena de entrevistas; más una abundante bibliografía y documentos que ilustran profusamente el nacimiento del MIR, su relación con el Presidente Allende y los partidos de la Unidad Popular, los debates entre la izquierda, y los meses previos al Golpe de Estado, hasta los hechos de Calle Santa Fé, cuando muere acribillado.

No hay apología, aun cuando el libro nos va conduciendo de manera fluida, sobria y sin estridencias por las distintas etapas de una historia de corajes que deviene en tragedia.

Porque finalmente, tras el gesto político de resistir a la dictadura más sangrienta y brutal de la historia de Chile, con  la consigna de “el MIR no se asila”, está la impronta de Miguel y de una generación heroica, temeraria, y radical en su apuesta por la consecuencia, aunque con ello se le fuera la vida.

Una vida marcada por los  valores humanistas y la formación amplia de una familia de clase media, de Concepción, con un padre también médico, una madre que estimulaba la lectura y el diálogo entre sus cuatro hijos, en un país que en los años cincuenta y sesenta ofrecía desde sus liceos públicos instalados a lo largo y ancho del Chile, una educación pública laica, pluralista y de alto nivel.

A los 18 años, Miguel Enríquez juró que lo que hiciera en la vida sería “sin temor ni pusilanimidad; sin horror al qué dirán; con la franqueza que salga de mi cerebro; que ha de ser libre de prejuicios y dogmas; si no soy de constitución valiente, me haré valiente por la vía racional”, plasmando como pequeño testamento una conducta cuya primera prueba de fuego había sido un año antes.

Porque al iniciar sus estudios de medicina en la Universidad de Concepción, protagoniza una discusión con el rector por el adelanto de los exámenes que debían rendir en solo una semana todos los alumnos de primer año.

Mario Amorós cita las memorias de don Edgardo Enríquez, el padre de Miguel, quien ilustra ese momento en que cientos de estudiantes y académicos se congregaron en el auditórium para discutir sobre el tema:

“Y entonces intervino Miguel Enríquez. Desde un asiento de la sala pidió la palabra, escribió su padre. Tenía 17 años, todavía no se había desarrollado físicamente, de modo que se veía un niño, rosadito de cara y sin desarrollo piloso en el labio superior y barba. Usted señor rector, dijo con voz bastante potente, nos ha llamado mediocres porque estamos reclamando contra una medida que se toma por primera vez en la universidad…No le acepto ese calificativo señor rector. ¡Yo no soy un mediocre¡”.

La presentación de esta biografía de Miguel Enríquez en el Salón de Honor  de la Universidad de Chile es un hecho histórico. Entre otras razones por la interacción entre  historia y memoria.

A propósito de ello, en la Revista  Chilena de Estudios Latinoamericanos de abril de este año, el académico Bernardo Subercaseaux escribe un artículo que titula Memoria desnuda y memoria vestida, para contextualizar su interrogante acerca de la escasa documentación e información detallada sobre la intervención militar en el Instituto Pedagógico, en los primeros años del Golpe, y antes del despojo de 1981. Es decir, cuando aún pertenecía a la Universidad de Chile.

¿Cómo operó esa limpieza? Cuáles fueron los entretelones y mecanismos del proceso?, se pregunta el académico, porque poco se sabe de los sumarios, de las delaciones, y de los profesores, funcionarios y estudiantes perseguidos y expulsados.

Y entonces desarrolla la idea del contrapunto. La memoria vestida o memoria institucional a veces requiere de cierta alianza con el olvido, a veces sigue el camino de la prudencia, o como lo señala el propio Subecaseaux, “el investigador de la memoria renuncia a su inquietud por saber todo lo que ocurrió, se interesa por una representación del pasado que mantenga vivas las ilusiones de una transformación de la sociedad en un sentido del cual él y su equipo participan”.

La otra, la memoria desnuda, esa que también tiene que ver con el desocultamiento de ciertos poderes, “la que puede generar complicaciones con la Realpolitik”, es esta, la que estamos develando en este acto en el Salón de Honor de la Universidad de Chile, a los 40 años de la muerte de Miguel Enríquez. El personaje que por décadas ha intentado ser negado por la historia, o bien privatizado por otras memorias, nostalgias y reducciones, que es, a la vez,otra forma de hacerlo invisible.

El libro tiene muchos finales, uno de ellos, escrito con gran calidad literaria, es la narración de la muerte de Miguel, a los 30 años y enfrentando las fuerzas represivas que acribillaron su cuerpo.

Pero hay una frase que interpela esta biografía necesaria cerrándola con una frase desgarradora. La de su hijo Marco, quien con sencillez  y refiriéndose a su padre dice: “Lo amo. Lo quiero. Echo de menos no haberlo podido conocer”.

 

 

 

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