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Crítica de cine: “Adiós a la reina”, las modalidades del amor Un estreno de la Sala Blanca del Centro de Extensión de la UC

Crítica de cine: “Adiós a la reina”, las modalidades del amor

Basada en la novela de la escritora Chantal Thomas y dirigida por el realizador parisiense Benoît Jacquot, la obra que analizamos se trata de un drama de época, que ambientado en los primeros días de la Revolución Francesa (14 de julio de 1789), se centra en el desplome del Antiguo Régimen y en la compleja intimidad afectiva de la monarca María Antonieta: en sus vínculos de amistad y de dependencia femenina, que rozaban con el sentimiento erótico.


“Hubiera debido comprender entonces algo que durante años no comprendí del todo: que hombres y mujeres queremos lo mismo”.

Adolfo Bioy Casares, en Memorias

La figura trágica de la reina María Antonieta de Francia (1755-1793), ha servido de inspiración para innumerables novelistas, historiadores, artistas visuales y cineastas. Bástenos con citar tres famosas piezas producidas al respecto: la más o menos reciente película de la estadounidense Sofía Coppola (2006), el antiguo y clásico filme protagonizado por Norma Shearer y Tyrone Power, en 1938, y el libro -ya canónico-, en que se basó este ultimo largometraje, perteneciente a la vagabunda pluma del esteta austriaco Stefan Zweig.

Esta cinta, la de Benoît Jacquot (Les adieux à la reine, 2012), en tanto, se concentra en la jornada misma, y en los días inmediatamente posteriores a la emblemática Toma de la Bastilla, acontecida un martes 14 de julio de 1789; pero vistos, he ahí su novedad, desde el sosiego y la placidez artificial, el autoengaño y la fuga de las necesidades del presente, que prevalecían en el Palacio de Versalles y sus alrededores. La obra está protagonizada por la actriz alemana Diane Kruger (en el rol de María Antonieta), la francesa Virginie Ledoyen (como la duquesa Gabrielle de Polignac) y Léa Seydoux (Agathe-Sidonie Laborde), en el papel de la doncella abocada a leerle textos y volúmenes literarios a la reina.

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Aunque este largometraje no se trata estrictamente de una obra del tipo histórico –pues se basa en la trama de ficción creada por la escritora gala Chantal Thomas (Lyon, 1945)-, sí podemos referirnos a su temática en general, como el de un filme de época, que sigue en su bella dirección de arte, y en la caracterización de sus personajes principales, la fidelidad, el rigor, y la veracidad, de las fuentes bibliográficas más serias y reputadas.

El estallido social está a punto de incendiarse, y en Versalles todo se mantiene igual: las actividades de la corte, su lujo y sus paseos por el estanque, por los jardines y por las fuentes de agua del palacio, continúan con su regularidad y sus horarios precisos. De a poco, no obstante, llegan los rumores de la rebelión popular, de sus magnitudes, y de las proclamas que demandan la cabeza de María Antonieta, la vida de su círculo más próximo, y las responsabilidades de connotados miembros de la nobleza.

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En este trance, el guión mezcla instancias que sucedieron en algunas semanas y meses más tarde, con sucesos que tuvieron lugar las horas y jornadas inmediatamente posteriores al 14 de julio: la fuga en masa de la corte a las provincias o al extranjero, por ejemplo, como con el asalto ciudadano al palacio real, que finalmente haría que los reyes de Francia abandonasen para siempre Versalles, en octubre de 1789.

Bajo una simple mirada, pareciera que Jacquot enfocara sus propósitos cinematográficos y narrativos, en entregar una visión del período, por lo menos, desde el lado afectado por la revuelta. En una revisión que buscaría “humanizar” a ese sector político y social, que está a momentos, por la fuerza incontenible de los hechos, en ser definitivamente destronado, y así, dar paso a un nuevo país, a una sociedad distinta, darle la palada mortuoria a una dinastía de siglos y ver nacer a la república del tricolor. (Cómo no rememorar al respecto, una de las películas más reaccionaria de Eric Rohmer: L’anglaise et le duc, 2001).

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Analizado el asunto, a la luz de esos parámetros, la cinta del realizador de Villa Amalia (2009) y À tout de suite (2004), establece vínculos estéticos con otros dos aplaudidos filmes que se abocan a recrear una perspectiva trágica y eminentemente dramática, de la caída y el fin de un mundo, de un orden cultural y de una escala de valores ideológicos: su relación con el largometraje El arca rusa (Russkiy kovcheg, 2002), del director Aleksandr Sokurov, y con la película alemana La caída (Der Untergang, 2004), del cineasta Oliver Hirschbiegel.

Benoît Jacquot encuadra los motivos del desplome y de la desesperación ante lo funesto que se aprecia inminente, con preciositas planos y secuencias de un Versalles y sus pasillos, acosados por la sombra, por la falta de habitantes y de luminosidad, los suicidios de los ancianos, la ausencia de la servidumbre, y la debilidad de los soldados encargados de velar por la seguridad del rey Louis XVI (encarnado por el actor Xavier Beauvois), frente al empuje de la muchedumbre.

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Se vislumbra, también, ese tópico visual y argumental, en el desbande nocturno y desleal, de los nobles que tan sólo hace unos meses, preferían vivir en pequeños dormitorios -a fin de poder estar cerca de su majestad-, en vez de respirar a sus anchas y con mayores comodidades, bajo los arcos de sus castillos y en los comedores de sus feudos de las fronteras.

Pero se evidencian, asimismo, otros nudos más sutiles y que el director traslada con gran acierto técnico, desde el flujo inconsciente de un párrafo literario, hasta la imagen casi real y mágica de una fotografía de cine. Eso se lo debe, primero, a la estrategia de su cámara y de su equipo de producción, luego, a las líneas de su libreto, y en último término, a las cualidades actorales de su reparto (los desempeños del trío compuesto por Kruger, Ledoyen y Seydoux, no merecen reparos interpretativos).

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Esas tramas que avanzan silenciosas, son las que se derivan de los afectos prohibidos y las obsesiones sentimentales de María Antonieta. Las que alimentaron las murmuraciones de los que la rodeaban y las que finalmente la arrojaron a los adjetivos del descrédito inapelable, ante su pueblo y sus propios parientes: la pasión “homo erótica” que profesaba por la campesina Gabrielle de Polignac, a quien por capricho y simpatía, encumbró al título de duquesa, una de las más altas del reino.

En dos hermosas escenas, Benoît Jacquot esboza esta hipótesis acerca de las inclinaciones amorosas y sexuales del personaje abordado por Diane Kruger, y cuyo desarrollo más extenso en la novela que inspiró a este filme, le otorgó el premio “Femina” a su creadora, Chantal Thomas, cuando lanzó su libro, allá en la temporada 2002.

La primera escena es el celebrado “plano medio francés”, que las enfoca de lado, en el Salón de los Espejos de Versalles, con sus frentes juntas, sus esbeltos cuerpos casi entrelazados, y sus labios a un centímetro de juntarse. Ocupan el centro del espacio fílmico, mientras las observan por un lado los funcionarios del Estado, y por el contrario, los aristócratas más conspicuos. La otra secuencia de este tipo, es la que se desarrolla en los dormitorios de la reina: Agathe-Sidonie Laborde se desviste, queda desnuda, previo a disfrazarse de Polignac, en la frenética huída a Suiza de ésta, y María Antonieta-Kruger, no se resiste a pasarle revista de arriba abajo, para concluir el cuadro con un delicado beso, depositado en la boca de su hermosa sirvienta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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