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Crítica de cine: “Misión rescate”, la soledad celeste e infinita

Crítica de cine: “Misión rescate”, la soledad celeste e infinita

El versátil realizador inglés Ridley Scott, primer director de “Alien” y de “Blade Runner”, entre otras memorables piezas del género de la ciencia ficción, presenta ahora, su visión fílmica y audiovisual de una hipotética expedición de la NASA a Marte, en este contundente largometraje, el que también incluye un acabado trabajo dramático: la actuación de Matt Damon se sitúa entre las mejores de su carrera, para personificar a ese impotente astronauta, en la encarnación del primer hombre que intenta sobrevivir, en un planeta distinto al que habitamos.


“La sucesión misma del tiempo estallaba alrededor de él, inmóvil, entre esas tumbas que ya no veía, y los años no se ordenaban en ese gran río que fluye hacia su fin. El viajero no era más que ese corazón angustiado, ávido de vivir, en rebeldía contra el orden mortal del mundo, que lo había acompañado y que latía siempre con la misma fuerza contra el muro que lo separaba del secreto de toda vida, queriendo ir más lejos, más allá, y saber, saber antes de morir, saber por fin para ser, una sola vez, un solo segundo, pero para siempre”.

Albert Camus, en El primer hombre

Por fin la civilización terrícola ha llegado a Marte, el planeta rojo, con una avanzada que incluye a un respetable contingente de profesionales, educados en las reglas del espacio sideral. Una tormenta de viento y arena, un pronóstico mal hecho, y los planes de colonización deben abortarse imprevistamente. Uno de los miembros de la tripulación se accidenta, se pierde, y sus compañeros abandonan la atmósfera del cuerpo rocoso, creyéndolo muerto y tendido, sobre la arena roja.

Pero Mark Watney (así se llama el individuo, en el rol interpretado por Matt Damon) sobrevive, despierta después de estar inconsciente durante esa noche marciana de seca tempestad, y se asoma a la luminosidad arcillosa, solo, sin más compañía que sí mismo, en ese astro misterioso y cercano, que desde siempre ha cautivado a la humanidad, por su color, por su tamaño y por su semejanza con la Tierra.

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Con ese lógico camino, se inicia argumentalmente el nuevo hit del cine interespacial, a cargo, esta vez, del director inglés Ridley Scott (1937), famoso por sus versiones de Alien, el octavo pasajero (1979), y de Blade Runner (1992), próximas de alguna manera, en sus intenciones artísticas por lo menos, a esta Misión rescate (The Martian, 2015).

Así, el concepto escenográfico que se aprecia detrás de la dirección de arte en este crédito, se acerca mucho más, en ese sentido, a una noción de realismo posible de suceder, en estos días o en un futuro cercano, que a la inventiva desbordante de los títulos anteriormente mencionados. De hecho, la régie marciana se filmó en locaciones desérticas de Jordania y de Hungría, y el efecto visual que las hace extraordinarias devendría de una intervención en el foco de la cámara utilizada, y en la fuerza de la luz ocupada para “revelar” la fotografía.

El único elemento que rondaría en una semejanza estética al crédito protagonizado por Sigourney Weaver, sería, sin ir más lejos, la idea de diseño y de utilería que se observa, por ejemplo, en la creación exterior e interna, del transbordador galáctico que sirve para desplazarse por la inmensidad extraterrestre, a los elencos de uno y otro bando.

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Pero, también anotábamos que, una de las fortalezas audiovisuales de la presente cinta, radicaba en sus interpretaciones dramáticas: tanto desde un punto de vista actoral, como en otro literario o de trama. En el primer aspecto, sugeríamos que el desempeño de Matt Damon alcanzaba uno de los mayores estrellatos de su carrera: su personificación de ese astronauta errante y abandonado a su suerte, en una metáfora cinematográfica de la soledad absoluta del hombre ante la infinitud e incomprensibilidad del cosmos, asemeja sus motivos casi a una disyuntiva de orden existencialista o metafísico.

La lucha por la sobrevivencia que emprende el botánico y científico, devenido en viajero galáctico, Mark Watney, en un entorno hostil, no sólo representaría la batalla desmesurada que ha llevado a cabo el género humano, desde sus inicios, por controlar los ímpetus de los fenómenos físicos, químicos y climáticos que se originan dentro o fuera de la Tierra, sino que, asimismo, la constatación de un objetivo audiovisual: el protagonista se encuentra absolutamente solo, y la cámara persigue sus pasos y movimientos en esa dirección: un par de primeros planos y de ángulos cerrados, son continuados por tomas generales que nos avisan de esa realidad demencial: Damon combate como un vigía anónimo, y espera, aguarda, en el campo abierto del desierto rojo; sus motivos son fílmicos y dramáticos, lo anotábamos, pues busca salvarse y conseguir la quimera de salir con vida de Marte, y así poder regresar a la Tierra.

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La aridez marciana surge, entonces, como el espacio fílmico de lo imposible, de la ensoñación fantasiosa, y de una cotidianidad sojuzgada por el agobio y, paradójicamente, por la esperanza. Scott, es cierto, cede a las exigencias de la gran industria con la aparición de una serie de personajes intrascendentes en el libreto, especialmente, cuando se lanzan líneas para pensar en el rescate y en la redención de Watney, desde las oficinas de la NASA, en los Estados Unidos.

No obstante, el tópico cinematográfico continúa siendo el mismo: como en el mito de Sísifo, el protagonista parece enfrentarse a un absurdo y a un “sin sentido”, que le supera, y ante el cual, en primera instancia, estaría derrotado de una manera inapelable. En efecto, salvo sus padres, que resultan mencionados en uno de los diálogos de la película, se evidencia que el personaje encarnado por Matt Damon es un tipo de solitario que no tendría otros afectos ni objetivos (salvo el de hacer bien su trabajo), que permanecer respirando: nadie le espera en la Tierra, es sólo él quien lo ansía y lo aguarda “todo”.

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En esos límites audiovisuales, Misión rescate exhibe credenciales que la emparentan más con Gravity (2013), de Alfonso Cuarón, que con Interestelar (2014), de Christopher Nolan: su “existencialismo”, y el imperativo de la premisa “filosófica”, de un hombre que estaría arrojado a la nada, ni siquiera conceden la apertura para alguna forma de religiosidad o de creencia supersticiosa. Para salvarse, Mark Watney y la tripulación, deberán ahondar esfuerzos biológicos y cálculos matemáticos y físicos: la cámara los retrata en ese abordaje espacial, donde una suma o resta mal hecha, por mínima que sea, les reportará el desastre y la muerte.

Ridley Scott, además de entregarnos una de las cintas con mayor credibilidad técnica y dramática en cuanto a cómo serían los trayectos astronómicos desde la Tierra hacia el planeta Marte, también construye una soberbia metáfora audiovisual, en torno a la orfandad, y soledad aterradora, en las que parecería situarse el género humano, dentro de un Universo, cuyos márgenes y razones, aparte de incomprensibles, se vislumbran ignotas, misteriosas, magníficas y maravillosas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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