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La filosofÍa y el crimen: Woody Allen y Martin Heidegger en «Un hombre irracional» Opinión

La filosofÍa y el crimen: Woody Allen y Martin Heidegger en «Un hombre irracional»

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Woody Allen ha creado esta notable película, a los dos años que la opinión pública alemana y europea registran la publicación de Los Cuadernos Negros con asombro y desprecio. Esos cuatro volúmenes encierran todo el desprecio del pensador por lo humano, niega el Holocausto, ataca la razón como judaización del espíritu, e incluso convierte a los nazis y a todos los alemanes en víctimas. En el Hombre irracional, Woody Allen ha logrado que, con los medios del arte verdadero, Heidegger definitivamente reciba lo que merece.


En 1987 se inició el gran «affaire Heidegger» en que se discutió en todo el mundo los problemas que planteaba a la filosofía y la cultura el evidente vínculo del afamado filósofo con los nazis y sus monstruosidades.

Cuando en 1990 apareció la edición norteamericana de mi libro, quise de inmediato hacer llegar a Woody Allen un ejemplar dedicado. A mi juicio, él y los otros grandes cineastas de nuestro tiempo (Chaplin, Fellini, Kurosawa y Bergman) son la más alta expresión del arte de nuestro tiempo. Por eso le envié un ejemplar como una suerte de homenaje agradecido.

Un periodista de Newsweek que publicó una recensión de la obra, me dijo que lo escuchó decir: «Comentaré el tema a mi manera». Más no supe.

La primera alusión clara apareció en Otra mujer, cuyo personaje central es una catedrática de Literatura y Cultura Alemana. Desde su cuarto de trabajo, ella escucha a través de las cañerías de la calefacción, las confidencias de una joven paciente a su terapeuta psicológica y que reflejan descarnadamente sus propias frustraciones. Es una fría intelectual, de vida sin vínculos emocionales, frustrada.

En una fiesta que le ofrecen sus amigos, ella les revela que está escribiendo un libro sobre el Romanticismo Alemán. Uno de sus amigos (un gordo simpático y humano) le espeta: «Espero que esta vez Heidegger reciba lo que merece».

La segunda y definitiva alusión al tema ha llegado -por fin- en Un hombre irracional. Se trata de un joven catedrático de filosofía, Abi (Abraham) Lucas inmerso en la depresiva filosofía y cultura continental europea. Sumido en una vida incapaz de crear y dar afectos, sin proyecciones humanas, reducido incluso a la impotencia sexual, está totalmente bloqueado para terminar un libro que define sus intereses: la relación de Heidegger con el nazi-fascismo. Es así como el irracionalismo más extremo, el que afirma que la ratio es la causa de todos los males del mundo, se va a proyectar sobre su vida y la trama. Inventando, como Heidegger, un Kant que no existe, expone un malabarismo siniestro. «Como Kant, afirma a sus estudiantes que nunca se debe mentir. Si hubiese estado allí en Holanda, cuando los nazis le hubiesen preguntado si Hannah Frank se ocultaba en el piso mÁs arriba, habría tenido que denunciarla».

Entretanto, aparece en su vida una joven alumna, una suerte de figura luminosa, como una apertura a los afectos humanos. Juntos escuchan en un restaurante a una mujer desesperada que, a manos de un juez corrupto, debía perder sus hijos a manos de un marido vicioso y cruel. Abi, en una típica intuición «genial», romántica e infundable, como una suerte de autoafirmación («basta de mierdas teóricas ¡Hay que actuar!), para recuperar heideggerianamente una «existencia auténtica», encuentra una insólita solución: asesinar al corrupto «a fin de hacer el mundo un poquito mejor». El exterminio como «liberación». «La brutalidades y el terror es lo que le da ser y sentido al Pueblo y eso es nuestro Nacionalsocialismo», escribía Heidegger en los tiempos aquellos.

Curiosamente entonces, el desprecio a la razón aquí también libera los demonios. El desprecio de Kant conduce a Abi Lucas a asumir el crimen de otra Hannah Frank y a emular a sus hechores. Al descubrir finalmente el crimen, la joven, desde su conciencia moral americana, el common sense, su respeto a la ley, que es lo que diferencia al humano del animal, le exige a Abi, entregarse a la justicia incluso le amenaza con denunciarlo.

Entretanto la trama se ha hecho más compleja y siniestra: se descubrió un supuesto y falso «culpable» a condenar. El filósofo, desatado en su irracionalidad agresiva ya sin límites, decide «salvar su vida auténtica», su recuperado «gozo de la vida» asesinando a la  portadora  de la verdad y lo ético. La fortuna, sin embargo, hace que en lugar de ella, Abi Lucas, como Don Giovanni, se precipite finalmente él mismo al abismo vacío y negro, manipulado en el ascensor para que se tragara a la estudiante-amante. Magistralmente, Woody Allen había preparado la escena y su sentido. Cuando felices, Abi y la joven se divertían en una feria de diversiones, él gana en una rueda de la suerte un premio que la joven debía elegir. Ella, sin más, escoge una pequeña linterna: un instrumento de la luz para la mano humana. Es precisamente en ella que Abi iba a resbalar cuando forcejeaba por precipitar a su estudiante al vacío.

Cuando en 1967 asistía a un seminario privado dictado por Martin Heidegger, durante una pausa, y sin ulteriores intenciones, un compañero holandés y yo, le preguntamos al filósofo, si alguna vez iba a escribir una Ética. Su respuesta, inesperada y casi agresiva, fue terminante: «Jamás».

Woody Allen ha creado esta notable película, a los dos años que la opinión pública alemana y europea registran la publicación de Los Cuadernos Negros con asombro y desprecio. Esos cuatro volúmenes encierran todo el desprecio del pensador por lo humano, niega el Holocausto, ataca la razón como judaización del espíritu, e incluso convierte a los nazis y a todos los alemanes en víctimas.

En el Hombre irracional, Woody Allen ha logrado que, con los medios del arte verdadero, Heidegger definitivamente reciba lo que merece.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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