Publicidad
Serie “Love Death + Robots”: pobreza espiritual CULTURA|OPINIÓN

Serie “Love Death + Robots”: pobreza espiritual

Publicidad

Lo que conecta a todas estas falencias y mediocridades es un malentendido de lo que el género tiene de atractivo en sí mismo. Siguiendo a James Cameron y su Avatar, «Love Death + Robots» entiende que el poder de la ciencia ficción y de la animación en 3D están en el servicio que pueden prestar como espectáculos: en la creación de mundos llenos de detalles, sobresaturados al máximo para ocultar su indiscutible falta de imaginación.


Netflix lanzó una nueva serie con un formato intrigante: cada capítulo, con un rango de duración variable entre unos 5 y 20 minutos, presenta una relato autocontenido y autosuficiente; en teoría, lo único que los conectaría entre sí es una cercanía con temáticas futuristas—regla que, por lo demás, por alguna razón no siempre se cumple—.

Proponiendo explorar un género —el corto de ciencia ficción— cuya pauta lo marca la maravillosa World of Tomorrow de Don Hertzfeld, que perdió el Oscar al mejor corto animado contra Historia de un oso en el 2017, la premisa de Love Death + Robots resulta sumamente intrigante. ¿Animadores experimentales con un presupuesto serio explorando los interminables temas de uno de los géneros más fructíferos de la historia del cine? Qué podría salir mal.

[cita tipo=»destaque»]Quizás seré anticuado, pero tiendo a pensar que el atractivo de la ciencia ficción se encuentra más bien en su intimidad: despojado el ser humano de sus ataduras con la contingencia, se abren espacios de exploración ética, filosófica y espiritual, manteniendo siempre un sentido de la aventura. Es, en última instancia, la contención y no el exceso la que le da a los mundos imaginarios su aura.[/cita]

La respuesta, tristemente, es todo. En sus capítulos se combinan los errores de producción, los guiones mediocres e incompletos, la mala actuación, la animación demasiado realista —que resalta cada error, cada expresión facial mal articulada— y, por supuesto, un montón de sangre y sexo gratuitos, pues eso debería salvar a cualquier serie, ¿no?

Lo que conecta a todas estas falencias y mediocridades es un malentendido de lo que el género tiene de atractivo en sí mismo. Siguiendo a James Cameron y su Avatar, Love Death + Robots entiende que el poder de la ciencia ficción y de la animación en 3D están en el servicio que pueden prestar como espectáculos: en la creación de mundos llenos de detalles, sobresaturados al máximo para ocultar su indiscutible falta de imaginación. ¿Qué había, al fin y al cabo, en el mundo alienígena de Avatar que sus creadores se tomaron una década en dibujar? Solo un puñado de humanos gigantes.

Quizás seré anticuado, pero tiendo a pensar que el atractivo de la ciencia ficción se encuentra más bien en su intimidad: despojado el ser humano de sus ataduras con la contingencia, se abren espacios de exploración ética, filosófica y espiritual, manteniendo siempre un sentido de la aventura. Es, en última instancia, la contención y no el exceso la que le da a los mundos imaginarios su aura.

La intimidad es una herramienta que frena las revoluciones y permite contemplar espacios —por ejemplo, la nave espacial— que desfamiliarizan la realidad y la vuelven tangible: en Alien, la obra maestra de Ridley Scott, tan importantes como el diseño de la criatura eran los sonidos que emitía en su ausencia. Los deslizamientos, los golpes de sus pisadas. No es fácil capturar algo verdaderamente extraño.

Al fin y al cabo, quizás no vale la pena perder tiempo pensando en Love Death + Robots. Baste con decir que fracasa y que su fracaso es radical. Más allá de no estar a la altura del género, sus episodios simplemente son aburridos: algunos son imposibles de terminar a pesar de su corta duración. Es mejor volver a ver World of Tomorrow, ese corto prodigioso, y recordar que en algunos rincones el espíritu de la ciencia ficción sigue vivo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias