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Libro objeto «Oasis en el Desierto» de Pablo Lacroix: construir un relato de lo vivido CULTURA|OPINIÓN

Libro objeto «Oasis en el Desierto» de Pablo Lacroix: construir un relato de lo vivido

Aquí, la poesía se superpone a ese terror y encuentra la más bella forma para construir ese relato de lo vivido. Si en algún momento de la historia la sociedad chilena se pensó ordenadamente neoliberal, un oasis, la naturaleza indómita de la revuelta viene a romper y cuestionar esos imaginarios.


El libro objeto Un Oasis en el Desierto del poeta Pablo Lacroix, es un artefacto de cartón corrugado – quizás reciclado– bellamente satinado con un spray, de esos que se usan para grafitear. Tal como se estila en los grabados y las serigrafías, cada ejemplar está numerado. En palabras del autor, la decisión de hacer un artefacto y no un libro, fue una decisión tomada con la editora de Dudo María Paz Morales: El Estallido en Chile se nos presentó de golpe, sin ninguna instrucción ni fórmula…cada uno observó y participó desde un foco y una mirada particular. Esa experiencia la quisimos integrar en esta publicación.

En efecto, la caja libro se abre con cierta dificultad, hay que buscarle el lado para no romperla. Una vez abierta, como en una caja pandora o de esas cajas que usan los arqueólogos para clasificar y resguardar las piezas de la excavación, se descubren los objetos: de papel, de vidrio, de algodón y de latón. No cabe duda que tras cada uno de estos objetos ha operado un refinado ejercicio curatorial. Y en esta mixtura miscelánea de materiales artísticos, instrumentos cotidianos, géneros literarios y tipos discursivos, también el guiño reverencial al poeta Juan Luis Martínez.

En la tapa de la caja, un sobre pequeño semiabierto advierte, Si po, apruebo, Convención Constituyente. Adentro un papelito cuidadosamente doblado, Recuerden estas palabras, un discurso trasvestido de poema, del 17 de diciembre 2017, es Piñera: nueva transición, seguridad ciudadana, familias chilenas, libertad, “arriba los corazones”… partimos mal. Pero hay otros objetos como en esas cajitas con sorpresas que se usaban antiguamente en algunas celebraciones de cumpleaños: dos chapitas, una roja y otra negra, el matapacos y la bandera de luto, una bolita de vidrio ojos de gato, una postal con uno de los murales del GAM. La triangulación de objetos permite comprender que no se trata de la bolita del cuarto y chita de los tiempos de infancia, sino la menos inocente bolita que los jóvenes de la primera línea lanzan magistralmente desde la onda y la retaguardia. Es la larga y amable vida de los objetos, objetos lúdicos, objetos de guerra, objetos de protesta, objetos de tortura…desplazamientos de significados y funciones como la cacerola y la cuchara de palo que tamborilean yendo desde la cocina al paisaje sonoro de la protesta para luego regresar a su función culinaria. 

El resto de los objetos son pequeñas libretas, de esas que usamos los etnógrafos, y operan como bitácoras de viaje por este desierto que puede llegar a ser el paisaje de la insurrección. La estructura curatorial no orienta la lectura, por lo que las piezas editoriales funcionan como un caleidoscopio que provoca múltiples lecturas y relaciones de intertextualidad. Esa combinatoria del paso del objeto lúdico al objeto insurrecto que es la bolita de cristal, no solo nos conduce a diferentes niveles de significados, sino que también nos abre a cientos de posibilidades expresivas e interpretativas. En otros términos, esta caja y sus objetos, nos remiten al mismo desconcierto que cada uno de nuestros cuerpos vivió y vive en el escenario de la protesta. Aquí solo cabe, como el coleccionista o el arqueólogo lo saben hacer, reunir los pedacitos y fragmentos, sabiendo que ellos serán celosamente guardados para que otros, algún día, puedan volver a desempolvarlos y quizás, interpretarlos. Los tiempos de la historia no se juegan en un día, en un mes en un estallido…pero de lo que estamos ciertos, es que aquí algo sucedió. 

En el cuadernillo cosido a mano, Las paredes son la imprenta de los pobres, en clara alusión a Las paredes son las imprentas de los pueblos de Rodolfo Walsh, la serie de 170 fotografías de  grafitis nos advierte que “los muros nunca van a silenciar la realidad”. El quehacer metafórico, mágico y a ratos mítico de los grafitis de las paredes del estallido nos confirma que aquí lo que se juega en esta revuelta o insurrección de los cuerpos jóvenes es, además de la demanda por DIGNIDAD, el grito por los AFECTOS. Que además de la ira y la rabia por la desmesura de un modelo neoliberal que explota y estruja hasta el cansancio, lo que hay detrás de estos cuerpos, de sus expresiones artísticas y poéticas, de estas bolitas y peñascos lanzados a los pacos, es el reclamo y el ideario – denuncia y enunciación – por una sociedad más amorosa y apañadora. La invitación que nos hacen estos jóvenes es a liberarse de las viejas y originarias ataduras de la aburrida política logocéntrica para dar curso a la escucha de la imaginación y de las subjetividades allí implicadas. En esta sociedad del cansancio, como diría el filósofo coreano, lo que las paredes gritan es la demanda por más abrazo, más cariño, arrope, abrazo, contención… de los casi 200 muros que aparecen en esta bitácora, casi la mitad contiene gritos y gestos que hablan de “NANAY Y RESISTENCIA, cito uno de los grafitis. Pero no es el único, sigo con algunos de los escritos: LUCHA CON AMOR, y corazoncitos que decoran el muro/ NO ERA DEPRESION / DESPERTE DESTRUIDO, PERO CONTENTO, INDOMITO/ PORQUE EL AMOR EN LA REVUELTA VENCE CUALQUIER OPRESOR HUMANO/ NO TENEMOS MIEDO/ AMOR Y PURA REBELDIA PARA TI, NO TE RINDAS JAMAS¡/EL NIÑO QUE NO SEA ABRAZADO POR SU TRIBU, CUANDO ADULTO, QUEMARÁ SU ALDEA PARA SENTIR SU CALOR/ A(R)MATE Y SE VIOLENTA, HERMOSAMENTE VIOLENTA y un corazón/ PENSION DIGNA A MI ABUELA (y esto sí que lo vimos en miles de carteles durante las movilizaciones) / LLORANDO POR DENTRO. LUCHANDO POR FUERA/ SOMOS LOS QUILTROS QUE EL ESTADO NUNCA ADOPTA / ERA PENA. ERA RABIA. ERA SOMOS/ YO TE CUIDO / LUCHA POR TU MANADA/ ME CUIDAN MIS AMIGXS YUTA ASESINA/ y finalmente, el grito que explica todo, incluida la ira: TAMO ENTEROS CHATOS.

Finalmente, está el librillo blanco, de potente título: EN MEDIO DE ESTA AMERICA LATINA CONVULSIONADA. Ciertamente este conjunto de poemas y discursos fragmentados constituye una buena entrada a los imaginarios culturales de esta franja angosta que es Chile. Frases desafortunadas como “En Chile falta cultura de toque de queda” de la periodista Macarena Pizarro o el titular de CHV, “militares juegan con manifestantes” anuncian el desparpajo de la elite de este país en su lectura de la sociedad, desparpajo y violencia, de la peor. Las instrucciones del juego conocido como “SOPA DE LETRAS”, es claro: el único sentido para encontrar la solución al ejercicio de entrelazar las palabras es la derecha. Y las habilidades que ello exige son muchas, pero una parece central: “dolor y rabia”.  Cuatro son las re – versiones, los re-make o las re-lecturas de poemas que Pablo Lacroix nos ofrece: ZONAS DE SHOCK, de Carlos Soto Román; A DISCRECIÓN del libro Raso de Carlos Cardani Parra; DOCUMENTAL de Jaime Pinos y cierra este librillo blanco, LA BANDERA DE CHILE, título del poema de Elvira Hernández, pero siempre en clave reversión. Los versos finales tomados de Elvira Hernández, condensan la tragedia y el humor de este ejercicio curatorial:

La bandera de Chile

Perdió su mástil

Su color 

Shh

Su forma

La bandera de Chile lo perdió todo

Y sabe que perderá cuando termine la pandemia

Shh

Finalmente hay que señalar que el horror encuentra en este artefacto su camino a través del operar oblicuo de un lenguaje de muchas capas, cortezas y objetos. Es la maravilla del arte: dejarnos abierta la puerta para los desencuentros y los referentes múltiples, contradictorios. Porque el poeta se sabe testigo, las dudas en la interpretación de lo sucedido proliferan [Dudo se llama la editorial]. Pero al poeta eso no le importa, porque de eso se trata, de hacerle el quite al saber unívoco. El poeta “desmigaja” nuestro dolor y desconcierto, y a través de su verso forja la poética que los de la calle insurrecta no sabríamos como nombrar. Aquí, la poesía se superpone a ese terror y encuentra la más bella forma para construir ese relato de lo vivido. Si en algún momento de la historia la sociedad chilena se pensó ordenadamente neoliberal, un oasis, la naturaleza indómita de la revuelta viene a romper y cuestionar esos imaginarios. El verso poético irrumpe para anunciar la pérdida de legitimidad de la mirada única y patriarcal; y nos devuelve la confianza en esa primera persona que narra, canta y revuelve el movimiento de una sociedad desigualmente lastimada.

Un Oasis en el Desierto, Pablo Lacroix, Dudo Ediciones, 2020

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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