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2019: efectos externos de tres elecciones presidenciales Opinión

2019: efectos externos de tres elecciones presidenciales

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Iván Witker
Por : Iván Witker Facultad de Gobierno, Universidad Central
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Si en Argentina gana la oposición, asistiremos a momentos ambiguos, de cierta tranquilidad social doméstica por un lado y al desacople del país con el FMI, EE.UU. y Brasil. Por otro lado, todo ello redundará en cuestiones gravitantes como un cambio de bando en materia de involucramiento en el proceso venezolano, así como en llevar al Mercosur a un verdadero yermo, producto del muy probable cortocircuito con Brasil. Si por el contrario Macri se reelige, vendrá un reforzamiento del actual alineamiento internacional de la Casa Rosada, acentuándose la presión sobre Maduro y fortaleciendo el eje del Mercosur mediante un probable TLC con Washington.


Argentina, Uruguay y Bolivia tienen elecciones este año. Se cierra así un ciclo inusual en el que 15 de los 18 países latinoamericanos habrán cambiado sus poderes ejecutivos y todo, en apenas 36 meses. Las tres elecciones tendrán fuerte impacto, tanto en la evolución de los asuntos políticos internos como en toda la región, debido a los visos de plebiscito respecto a cada incumbente. Veamos algunos aspectos específicos.

En Uruguay está en juego el posible final de 15 años ininterrumpidos de gobierno del Frente Amplio (FA), una abigarrada coalición de izquierda que no pasa por sus mejores momentos. Las encuestas indican que su candidato, el exalcalde de Montevideo y hombre de raigambre socialista, Daniel Martínez, si bien gana la primera vuelta con el 35% de los votos, pierde el balotaje a manos del candidato blanco, Luis Lacalle Pou.

La mayor dificultad de Martínez queda graficada en la última encuesta de Radar –una consultora afecta al FA– que otorga a Lacalle el 22%, al colorado Ernesto Talvi el 19%, al exmilitar G. Manini casi el 10%, mientras que a los grupúsculos de la izquierda del FA les da un marginal 3%. Son números que apuntan hacia un muy posible acceso al poder de una coalición blanco-colorada.

Tal resultado confirmaría el declive del FA, que se explica casi exclusivamente en hechos de corrupción que han conmocionado al apacible Uruguay. El de mayor impacto en la reputación del FA fue aquel de la petrolera ANCAP, dirigida por Raúl Sendic, hijo homónimo del legendario líder tupamaro de los sesenta, quien con posterioridad a ese cargo fue vicepresidente de la República en tiempos del popular «Pepe» Mujica. Obligado a renunciar por aquel escándalo, Sendic tampoco pudo refutar la acusación de que el supuesto grado de licenciado en Genética Humana (sic) que decía tener era falso.

[cita tipo=»destaque»]También es verdad que en el horizonte doméstico no se observan peligros reales. Los opositores se encuentran desperdigados, divididos y con desánimo respecto al futuro. Por lo tanto, solo un milagro daría la victoria a Carlos Mesa, su principal contrincante y desde luego que otro milagro sería necesario para que su triunfo sea reconocido. En definitiva, un eventual fin de la era Evo Morales no se divisa, salvo que se agudice aquello que Mao Tse-Tung designaba como “contradicciones en el seno del pueblo” y estalle un conflicto interno con consecuencias fáciles de prever.[/cita]

ANCAP desató un conflicto mayúsculo al interior del FA, pues el ministro de Economía Danilo Astori no dudó en establecer responsabilidades. El crespúsculo frenteamplista se refleja en otros dos asuntos de alto impacto: un déficit del 5% del PIB y un inusitado aumento de la tasa de homicidios, algo sorprendente en Uruguay. En consecuencia, si bien Tabaré Vásquez no va a la reelección, los comicios representan una especie de plebiscito al Frente Amplio, por lo que su posible derrota tendrá un impacto emocional no menor fuera del país, donde la figura de Mujica tiene ribetes de fascinación.

El mismo 27 de octubre, los argentinos están convocados a dirimir si aprueban o no un segundo mandato de Mauricio Macri. Su reelección se ve efectivamente cuesta arriba, aunque no imposible, dado que la polarización y la crisis económica no lograron unificar a la oposición. Sin embargo, a diferencia de Uruguay, se estima que el desenlace de esa batalla electoral tendrá un efecto internacional muy relevante.

Si gana la oposición, asistiremos a momentos ambiguos, de cierta tranquilidad social doméstica por un lado y al desacople del país con el FMI, EE.UU. y Brasil. Por otro lado, todo ello redundará en cuestiones gravitantes como un cambio de bando en materia de involucramiento en el proceso venezolano, así como en llevar al Mercosur a un verdadero yermo, producto del muy probable cortocircuito con Brasil. Si por el contrario Macri se reelige, vendrá un reforzamiento del actual alineamiento internacional de la Casa Rosada, acentuándose la presión sobre Maduro y fortaleciendo el eje del Mercosur mediante un probable TLC con Washington.

Los bolivianos también concurrirán a las urnas, en una suerte de plebiscito para determinar el futuro de Evo Morales, quien busca un cuarto mandato, pese a que numerosos constitucionalistas e incluso un referéndum de febrero de 2016 rechazaron tal deseo. Pero Morales y su vicepresidente, García Linera, optaron por la vía de “darle tormentos a la Constitución”, como suele denominar Enrique Krauze esta regularidad latinoamericana de no apegarse necesariamente a las disposiciones.

Más allá de lo pintoresco, la verdad es que dichos tormentos no desataron grandes tumultos ni protestas. Sus partidarios, que ya dominan todos los resortes del poder, manifestaron sin sonrojos que prolongar el mandato de Morales era y sigue siendo “un derecho humano de él”.

También es verdad que en el horizonte doméstico no se observa peligros reales. Los opositores se encuentran desperdigados, divididos y con desánimo respecto al futuro. Por lo tanto, solo un milagro daría la victoria a Carlos Mesa, su principal contrincante, y desde luego que otro milagro sería necesario para que su triunfo sea reconocido. En definitiva, un eventual fin de la era Evo Morales no se divisa, salvo que se agudice aquello que Mao Tse-Tung designaba como “contradicciones en el seno del pueblo” y estalle un conflicto interno con consecuencias fáciles de prever.

Y es que la historia boliviana está salpicada de traiciones, golpes de Estado y sangrientos enfrentamientos. De hecho, la sede presidencial se llama Palacio Quemado, porque fue incendiado por una turba en 1875 y ha sido testigo de decenas de trágicos sucesos que magistralmente describe Mariano Baptista Gumucio en su libro «Biografía del Palacio Quemado». Una de las historias más fascinantes del siglo XX altiplánico la proporciona el asesinato del presidente Gualberto Villarroel, quien inmerso en una huelga de profesores fue linchado, acuchillado y colgado en uno de los faroles en la plaza adyacente al palacio presidencial el 21 de julio de 1946.

Ahora bien, sumando y restando, Morales ha logrado interrumpir esta secuencia, generando un cierto nivel de estabilidad política interna basada en un discurso que sus simpatizantes denominan indianista. Sin embargo, el malestar por las denuncias de corrupción se ha tomado parte del debate político en tiempos recientes. Aquí destacan, por un lado, la figura de Gabriela Zapata, quien fuera contratada por la empresa china CAMC para labores de lobby y que algunos medios asociaron sentimentalmente a Morales, y por otro, posibles coimas pagadas por la constructora brasileña Camargo Correa a funcionarios en el contexto Lava Jato. Ninguna de las dos tuvo consecuencias legales.

El ambiente vecinal que espera a un reelecto Morales no será amistoso ni cómodo, pese al sorprendente pragmatismo con que trata a Macri y Bolsonaro. En la región ya no se respira el aire impregnado de socialismo de principios del siglo XXI. Por eso, es muy posible que Bolivia entre a una etapa de cierto aislamiento.

En suma, el panorama político de estos tres países tiende a mostrar horizontes más bien fragmentados.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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