Durante casi dos años, Subjetiva y la Plataforma Contexto de la Universidad Diego Portales siguieron la conversación de dos grupos de personas sobre el proceso constituyente. El punto de inicio fueron los meses antes del plebiscito de octubre del 2020. En los sucesivos encuentros observamos los relatos en torno a las expectativas que se generaron con miras a las elecciones de constituyentes, la emotividad de la instalación de la Convención y, luego, el periodo marcado por su desarrollo, hasta el cese de sus actividades con la entrega de un nuevo texto constitucional.
¿Cuándo tomamos una opción electoral? ¿Cuándo se empieza a gestar? ¿Cuánto pesa en ella la evaluación del proceso en que se gestó o de los actores que intervinieron en él? ¿Cuál es la preponderancia del resultado en relación con lo anterior?
Obviamente es imposible responder con certezas y reglas generalizables a estas preguntas. Es posible que para algunas personas ciertos factores pesen más que otros. Así, mientras para algunos fue más importante el proceso, para otros cobra más relevancia lo que han escuchado decir del texto o lo que han leído en él.
Por lo mismo, el plebiscito del 4 de septiembre es quizás una de las elecciones más complejas, y –por lo mismo– críticas en nuestra historia política. El objeto sobre el que corresponde pronunciarnos es concreto, extenso y con muchas dimensiones. Su elaboración ocupó un año, abierta al escrutinio público, en que se pudo observar las diferencias y tensiones. Los proponentes no forman parte de una partido o posible coalición de gobierno: detrás del Apruebo o el Rechazo, hay matices importantes entre los exconvencionales y las fuerzas que hoy los respaldan. En la esfera pública, como nunca antes, se debaten cuestiones esenciales de la convivencia democrática: Estado regional, derechos sociales, redistribución de poder, reconocimiento de pueblos indígenas, crisis climática, derecho al agua, propiedad, y tantos temas más.
Todo lo anterior hace necesario no solo tener a la vista los factores objetivos que inciden en el voto, sino también los subjetivos, entre ellos, las emociones.
Analizar la evolución de los relatos de las personas en este extenso periodo adquiere valor, en tanto puede aportar a entender que esas subjetividades pueden ser determinantes en la decisión del 4 de septiembre.
Durante casi dos años, Subjetiva y la Plataforma Contexto de la Universidad Diego Portales siguieron la conversación de dos grupos de personas sobre el proceso constituyente. El punto de inicio fueron los meses antes del plebiscito de octubre del 2020. En los sucesivos encuentros observamos los relatos en torno a las expectativas que se generaron con miras a las elecciones de constituyentes, la emotividad de la instalación de la Convención y, luego, el periodo marcado por su desarrollo, hasta el cese de sus actividades con la entrega de un nuevo texto constitucional.
La relación que se genera en estos grupos de personas permite confianzas y complicidades: conversaciones entre amigos, en las que generalmente lo políticamente correcto da paso a lo que efectivamente piensan las personas. Ello implica reconocer los cambios de opiniones o la ponderación de otras. Una conversación de café entre amigos que valoran ese espacio de intercambio de opiniones.
Este proceso permite reconstruir secuencias en los relatos. No hay pretensión de presentarlos como tendencias, simplemente consignar e intentar entrelazarlos en torno a una estructura en la cual pareció desenvolverse este proceso constituyente.
Secuencia 1: De un sentimiento de esperanza sobre los eventuales cambios que traería el proceso constituyente y su impacto positivo en la vida personal, se pasó a un estado de emociones positivas remitidas a la vida personal y negativas respecto del entorno económico, político y social. El inicio del proceso alimentó relatos en que ambas dimensiones se entrelazaron: la posibilidad de que la situación personal se visualizara en un proyecto político en que rigieran de una manera diferente las relaciones entre las personas, algo que no habíamos observado en ejercicios similares, por ejemplo, de reformas sociales llevadas a cabo durante el segundo Gobierno de Michelle Bachelet. La percepción negativa del entorno impactó en esferas de la vida personal, como las expectativas económicas y las demandas más compartidas en el estallido social: mejores pensiones, mejor calidad de salud y educación. Esta esperanza se fue diluyendo con el paso de los meses; posiblemente por el tiempo que demoró la discusión al interior de la Convención sobre aspectos procedimentales, por la complejidad de los temas que posteriormente fueron objeto de debate o los déficits en la comunicación. Lo cierto es que la relación de mi vida y la promesa de un entorno para todos diferente se fue diluyendo.
Secuencia 2: De un alto nivel de expectativas se pasa a una cierta frustración de las mismas. La incertidumbre previa al plebiscito de entrada y el resultado del mismo fueron un acelerador de expectativas de las personas, no tanto en los resultados del proceso, sino en la forma en que se llevaría a cabo. Se pasó de la percepción de una experiencia frustrada a otra más bien fallida en cuanto a la consecución de un acuerdo amplio, no solo entre «los políticos» sino también entre quienes parecían representar a los independientes, «personas como uno». “Es una incertidumbre, siento miedo también, que no había sentido hace mucho tiempo, inseguridad, esa sensación es como de día a día, con la gente que yo converso está igual, un poco de rabia con algunas personas, con los constituyentes”, se queja una de las participantes.
Secuencia 3: De la alta valoración de la presencia de los pueblos originarios y de la diversidad de la Convención, se transita al cuestionamiento de lo que sería –a juicio de varios participantes– la plurinacionalidad y la ausencia de una agenda común por sobre los intereses particulares. La instalación de la Convención tuvo una alta carga simbólica en cuanto a la representación de identidades que hasta ese momento no tenían cabida en la imagen oficial y que de alguna manera representaban a las personas como uno. La “morenidad” había llegado a la cúspide del poder. Pero esa conexión se vio disminuida en los meses siguientes en los relatos de los participantes de los focus, en cuanto se percibió que algunas de estas personas –tal es el caso de la expresidenta de la Convención, Elisa Loncon– anteponían la representación de su identidad antes que la de la mayoría de los chilenos. Se fue fraguando allí un relato en que, más allá de los quórums con que se iban aprobando algunos artículos, se imponían las pretensiones de algunos por sobre un sentir colectivo. Lo ejemplifica muy claramente una mujer de 59 años que había destacado meses antes la presencia de pueblos originarios en la Convención: “Cuando nosotros fuimos a juicio en La Haya, ahí no fue un abogado defensor de la derecha, ni de la izquierda, fueron abogados defensores de Chile. Yo espero de los políticos en general y eso esperaba de los constituyentes. Esa promesa no se cumplió”.
Secuencia 4: Del entusiasmo generalizado, se llega a un cansancio no solo por la extensión de los impactos derivados de la pandemia, sino de un ciclo electoral que aún no concluye. Durante estos casi dos años, los relatos fueron acumulando el efecto de las cuarentenas en el trabajo, la familia o la educación. La sucesión de comicios también fue aportando a una sensación de cansancio, no tanto por el número de los mismos sino por la incertidumbre que cada evento iba produciendo. Si al inicio del proceso las elecciones iban reduciendo esa incertidumbre sobre el futuro político, hoy ello parece diluirse en torno a un agotamiento frente a una decisión compleja no solo por la carencia de información adecuada (una crítica constante durante todo el proceso), sino también por las consecuencias que puede tener una u otra opción. «Lo único que quiero es que pase esto luego«, señala una participante que reconoce un esfuerzo junto a su familia por tratar de informarse para tomar la decisión que mejor la represente.
Secuencia 5: De la idea de que el proceso concluiría en un cambio anhelado, se pasa a la idea que ello no se concretará en el corto plazo, cualquiera sea el resultado del plebiscito. La expectativa de que al término del proceso constituyente se pasaría a otro escenario, donde se empezaría a escribir una historia diferente, se diluye en los relatos de las personas. Hay un relativo consenso en que el Apruebo o el Rechazo serán con reformas y eso necesariamente implica una prolongación de la incertidumbre que ello conlleva. Se percibe un cierto fatalismo aprendido en este período pero en dos dimensiones. En el plano personal, no se observa que las consecuencias de que gane una u otra opción tendrán en el corto plazo efectos muy grandes, atendiendo a que hay un contexto económico internacional adverso. Así lo estima un participante al señalar que «vamos a tener que volver a trabajar normal, va a ser todo normal porque se apruebe o no se apruebe va a ser un proceso largo». En una dimensión más amplia, sí hay un efecto más nítido: la percepción de una promesa que no se concretará de la forma en que se imaginó al inicio del proceso. En algunos se hace más intensa la percepción de un tiempo perdido, aunque no en forma irremediable: hay una base sobre la cual es posible avanzar hacia el cumplimiento de la expectativa inicial.
Secuencia 6: De la valoración de los independientes como una representación diametralmente distinta a los políticos tradicionales, se pasa a la de los tecnócratas capaces de reformar lo logrado o partir un nuevo proceso. La desconfianza hacia los políticos es una de las constantes en este proceso: de allí que las figuras alternativas a ellos concitaron rápida adhesión y una confianza inicial. Fue el caso de los independientes a quienes se les veía como libres de los pecados de los políticos. El caso Rojas Vade, pero también la actuación de algunos convencionales, horadaron rápidamente ese capital inicial de confianza. Hoy, cuando el producto será sometido a votación, emerge la figura de los tecnócratas, que deberán hacerse cargo –sea que gane el Apruebo o el Rechazo– de corregir lo que se considera como una propuesta con ripios e imperfecciones. “Un panel de expertos, que no distingan ningún partido específico y que esté muy centrado en crear algo y no ver sus propias preferencias según su partido político”, propone una mujer de 35 años. La forma y los roles más específicos en que operen estos expertos son menos nítidos.
Cerca de las 20:00 horas del domingo 4 de septiembre empezaremos a constatar el peso que han tenido las emociones en este momento histórico; si ha primado la valoración negativa del proceso o del producto; o el peso que han tenido algunas figuras en lo anterior. Las estrategias de campaña tanto del Apruebo como del Rechazo han detectado sus puntos débiles y sus oportunidades. El tipo de resultado y la lectura que se haga de él por parte de las personas, serán también determinantes en su disposición respecto del proceso que se iniciará al día siguiente.
Cualquiera sea el resultado, es evidente que, tanto a nivel político como social, la tarea de construir un espacio de convivencia compartida es un asunto que se arrastrará por muchos años más.