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Kenneth Cook y el infierno alcohólico de la Australia profunda CULTURA|OPINIÓN

Kenneth Cook y el infierno alcohólico de la Australia profunda

Sergio Sepúlveda A.
Por : Sergio Sepúlveda A. Sergio Sepúlveda A. Profesor Escritura Creativa PUCV. Escritor.
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El escritor plasmó en “Pánico al amanecer” (Sajalín, 2020) la cruda realidad de los pueblos escondidos en el interior remoto y semiárido de Australia (outback). La historia, ambientada y escrita en los años 60, narra la senda de autodestrucción de John Grant, un profesor rural que busca pasar sus vacaciones en Sídney, no sin antes hacer una escala en Bundanyabba, una polvorienta localidad minera repleta de ludópatas y ebrios, y donde la vida salvaje se desarrolla sin tapujos ni moral. Entre canguros muertos, borracheras que no ceden y calles que son como laberintos sin salida, Kenneth Cook nos revela la miseria espiritual que subyace en la superficie de los pueblerinos y nos hace cuestionarnos sobre si la maldad y la crueldad son circunstanciales o si realmente forman parte de nuestra naturaleza humana.


Cuando pensamos en Australia es probable que se nos vengan a la cabeza imágenes de la Ópera de Sídney y de ciudades tecnológicas, multiculturales y de gran sofisticación. Nada más lejano que lo descrito en “Pánico al amanecer” (Sajalín, 2020), primera novela de Kenneth Cook (1929-1987) que nos adentra en el caótico mundo de la Australia rural donde mineros y jornaleros luchan contra las inclemencias del calor bebiendo cerveza, apostando su dinero y cazando canguros de maneras nunca vistas.

La novela —publicada en 1961 y con una adaptación al cine titulada “Wake in fright” (1971), dirigida por Ted Kotcheff y alabada por Martin Scorsese y Nick Cave— está escrita con una fuerza narrativa descomunal y nos lleva por la senda autodestructiva de John Grant, un profesor rural que busca pasar sus vacaciones en Sídney, no sin antes hacer una escala de una noche en Bundanyabba, una localidad minera llena de ludópatas y ebrios.

El protagonista, producto del aburrimiento o para hacer más corta su estadía, decide mezclarse en la masa de lugareños y apostar en un caótico juego de azar. Luego de un par de partidas favorables, que le hubiesen asegurado una holgura económica considerable, termina perdiendo todo su dinero. Grant, sin esperanzas y con unas pocas monedas en el bolsillo, queda atrapado en ese pueblo del fin del mundo donde la temperatura haría ver al infierno como un lugar agradable para pasar la tarde.

Es probable que exista un punto de inflexión donde el camino que tomamos determine las futuras opciones. En el caso de Grant es una tierra baldía sin más que el recuerdo difuso del mar y de una mujer improbable en Sídney. Como lectores seguimos esa vida que se apaga al ritmo de una borrachera apoteósica y nos cuestionamos si esa vía autodestructiva es producto del azar o si el autor nos propone que todos tenemos ese botón suicida dentro de nosotros.

La inquietante belleza de perder

En esta novela mueren muchos canguros y de formas que no pensábamos posibles. Y sin caer en lo grotesco del hecho en sí, la novela nos propone un ejercicio de resistencia y de resignificación ante la crueldad humana. La muerte desprovista de moral, como sucede en la naturaleza, se convierte en una tentación ineludible para Grant, que ve en esos actos una liberación de sus propios instintos salvajes.

“Pánico al amanecer” se configura como una de las grandes novelas australianas, porque a través de su argumento nos propone una visión sin prejuicios de esas vidas mínimas al borde de la locura.

En uno de los grandes párrafos del libro está el germen que condiciona la conducta de los habitantes de Bundanyabba “curioso rasgo de la gente de por aquí, pensó Grant: puedes dormir con sus mujeres, aprovecharte de sus hijas, gorronearles, estafarlos, hacer casi cualquier cosa que en una sociedad normal te llevaría, cuando menos, a sufrir el ostracismo. Aquí, en cambio, casi ni se dan por enterados. Ahora, basta con que te niegues a beber con ellos para que pases de inmediato a convertirte en su enemigo mortal”.

Como lectores no saldremos a salvo después de leer esta novela. Personajes como John Grant enriquecen al mundo porque dentro del patetismo y la miseria, nos hace descubrir que dentro del horror también hay lugar para la belleza. Hacia el final del libro, se escucha el canto de una conmovedora tonada popular que serviría como banda sonora del descenso a los infiernos de nuestro protagonista “Envolvedme con mi lazo y mi manta/y enterradme en lo profundo/donde los dingos y los cuervos no me molesten/bajo la sombra en la que crecen los eucaliptos”.

Kenneth Cook pasó por su propio infierno etílico y miseria económica. Al final de su carrera desconocía los méritos de una novela que traspasa la crueldad y el alcoholismo, y nos habla sobre la tristeza humana y esa parte salvaje que vive en nosotros. Es probable que bajo ciertas circunstancias —y en lugares específicos—, un pequeño fuego en nuestro interior dé lugar a una vida sin reglas y en el delirio, al borde del suicidio o de la muerte, y que en ese pánico que se eleva con el amanecer de un nuevo día conozcamos la parte más oscura de nosotros. El origen de un nuevo comienzo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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