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Recuerdos de una hazaña inédita

Recuerdos de una hazaña inédita

Julio Salviat
Por : Julio Salviat Profesor de Redacción Periodística de la U. Andrés Bello y Premio Nacional de Periodismo deportivo.
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Hace algunos días (22 de marzo) destacamos el aniversario del subcampeonato mundial logrado por el básquetbol femenino chileno en 1953. Aquí están los detalles.


Sesenta y dos años atrás, el país deportivo no sabía ni reír o llorar: alegrarse, porque el equipo nacional de básquetbol femenino se había consagrado subcampeón mundial; o lamentar, porque ese conjunto -que vestía de azul- había creado perspectivas enormes y muchos estaban seguros de que sería coronado como campeón del orbe.
¿Por qué esa disciplina llegaba a instancias tan altas en ese entonces, y ahora ni siquiera se asoma a los puestos altos del concierto sudamericano?

Hay una razón obvia: lo demás crecieron y Chile quedó donde mismo. Idéntica situación vivieron casi todos los otros deportes de nuestro país. En ese tiempo, años 50, había chilenos compitiendo de igual a igual con la élite del mundo. Hoy sería impensable.

El país consiguió medallas olímpicas en atletismo, boxeo y equitación; títulos mundiales en el tiro; notables niveles del básquetbol masculino y femenino.

Paralelamente, el público se desbordaba para ver los apasionantes duelos en el automovilismo, con Lorenzo Varoli y Bartolomé Ortiz como pilotos deslumbrantes. Atletas y ciclistas paseaban su calidad y protagonizaban destacadísimas actuaciones en los campeonatos sudamericanos. Una golfista convertida en reina del continente (Sara García), el mejor tenista del mundo en arcilla (Luis Ayala) y un récord mundial en tiro skeet (Gilberto Navarro) completaban un cuadro irrepetible.

Hasta el fútbol se acercó a sus más altos niveles al conseguir tres subcampeonatos (dos sudamericanos y uno panamericano) en cuatro años.
El básquetbol -hoy reducido a clubes del sur y capitalinos- se desarrollaba en todo el país y los campeonatos nacionales eran fiestas de alto nivel. Los varones fueron terceros en un mundial. Las mujeres, segundas. Y esto último queremos recordar al cumplirse otro aniversario de la hazaña del 22 de marzo de 1953.

VATICINIOS ERRADOS

Cuando se hacían los cálculos antes de comenzar el torneo, cuando sólo jugaban los antecedentes, aparecían dos países como favoritos: Estados Unidos y Chile. El primero, por su indudable poderío, ratificado en justas olímpicas y mundiales. El segundo, por su condición de local, por sus muy buenas jugadoras y por su prolongada preparación.

La realidad fue diciendo otra cosa en el brillante torneo que organizó nuestro país. Así lo ratifican esas multitudes que no bajaron de las 15 mil personas y que en las jornadas decisivas llegaron a 20 mil, con otras 10 mil sin poder entrar sencillamente porque no cabían.

Cumplidas un par de jornadas de la ronda final, ya había cambios en los vaticinios. Chile había decepcionado al caer con Argentina, el rival más débil de la serie, y las preferencias se volcaban a Francia, un equipo revelación que podía ponerse al lado o arriba de Estados Unidos.

Poco después, sin embargo, había otro candidato en cartelera: Brasil. Las morenas habían derrotado a las norteamericanas en una gran exhibición. Por lo tanto, brasileñas y francesas pasaban a ser las favoritas.

Tres días después, todo estaba igual que al principio: Chile había mejorado mucho su juego ante Paraguay y posteriormente había cumplido dos presentaciones deslumbrantes, con triunfos sobre Francia y Brasil.

El pronóstico inicial, tan cambiante después, era el que valía: Chile y Estados Unidos, con una derrota cada uno, disputarían la final.

Si uno equipo nacional lograra en nuestros días un subcampeonato mundial, provocaría un delirio. Pero, siendo segundo en ese torneo, el país deportivo festejó con alegría, pero con un dejo de insatisfacción. Chile era campeón sudamericano y, de acuerdo a esos niveles, no había cumplido a cabalidad. Había estado lejos de rendir como lo había hecho al ganar el Sudamericano de Quito el año anterior. Y echaba de menos la mano conductora de Iris Buendía, una de las grandes jugadoras de la época.

De hecho, el quinteto tiular se había formado en el transcurso del campeonato. El inicial, el que había delineado la entrenadora Tonka Karzulovic en la fase preparatoria, no funcionó como se esperaba y debió cambiarlo sobre la marcha.

Tras la derrota con Argentina (único triunfo de las trasandinas en la etapa decisiva), Chile alineó a tres jugadoras fogueadas (Fedora Penelli, María Gallardo y Catalina Meyer) y dos novatas que fueron revelaciones (Onésima Reyes y Amalia Villalobos). Para las emergencias quedaron Marta Ortiz, Alicia Hernández, Hilda Ramos, Lucrecia Terán y Laura Piña, algunas de las cuales eran titulares indiscutidas antes del torneo.

BUENAS Y BELLAS

El público cestero era querendón con sus basquetbolistas, pero también exigente. No perdonaba la derrota con las trasandinas ni el triunfo opaco, aunque amplio, con las paraguayas (67-42). La quería ver siempre como en las presentaciones con Francia (45-35) y con las brasileñas, a las que logró sacarles una ventaja de 15 puntos, reducida muy al final (terminaron 41-36) cuando ingresaron las reservas nacionales para que las titulares guardaran fuerzas para la confrontación final con Estados Unidos.
Ese era el nivel real del baloncesto femenino nacional.

En el encuentro decisivo, Estados Unidos sacó a relucir todo su poderío, con una figura fenomenal en la marca, en la creación y en las anotaciones: la colorina Pauline Bowden. Ganaron las norteamericanas por 49-36, y eso opacó algo la fiesta final.

De cualquier manera, el campeonato resultó muy bueno. El bloque de los grandes se definió con Estados Unidos campeón, Chile segundo, Francia tercero, Brasil cuarto, Paraguay quinto y Argentina sexto.

Los eliminados en la ronda preliminar se fueron a jugar a Osorno, y allá definieron también sus posiciones: séptimo Perú, octavo México, noveno Suiza y décimo Cuba. En la galería de figuras quedaban para el recuerdo la estadounidense Bowden, las chilenas Catalina Meyer y Onésima Reyes, la francesa Edith Trabert-Kloeckner y la brasileña María Aparecida Ferrari.

A ese quinteto no le ganaba nadie en el mundo.

Ni en básquetbol ni en belleza.

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