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Bravo, el arquero que está de moda

Bravo, el arquero que está de moda

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Nadie podría negar la calidad del actual meta del Barcelona, pero ponerlo por sobre Livingstone y el “Cóndor” Rojas en la historia del fútbol chileno es cuando menos discutible. Usted elija al que quiera, que nunca quedará en ridículo. Los tres, en su momento, marcaron la diferencia que existe entre un buen arquero y aquel que gana partidos.


Claudio Bravo, figura del Barcelona en el último “Derby” español, es el mejor arquero chileno de la historia, de acuerdo a una encuesta realizada por El Mercurio y en la que consultó a cinco porteros nacionales, todos ya retirados. ¿De verdad lo es?

Se dice siempre que las comparaciones son “odiosas”, pero qué duda cabe que en el deporte en general, y en el fútbol en particular, se transforman en un ejercicio siempre fascinante, porque apuran una polémica habitualmente enriquecedora. Ejercicio que, por lo demás, existe desde que el fútbol es fútbol pero que hoy, con el desarrollo formidable de las comunicaciones y eso que llaman “las redes sociales”, alcanza dimensiones nunca antes vistas.

¿Es Bravo mejor que lo que fueron Sergio Livingstone y Roberto Rojas? Los arqueros consultados dicen que sí y su punto de vista es, por cierto, absolutamente respetable. Sólo que el elogiado meta de los catalanes, punteros de la Liga, cuenta respecto de sus competidores con una ventaja que ni el “Sapo” ni el “Cóndor” tuvieron: la posibilidad de sostener una suma muy superior de confrontes internacionales que, además, pudieron ser presenciados en “vivo y en directo” gracias a una televisión que ahora llega a los rincones más impensados y remotos del mundo.

En los tiempos de Rojas, nunca hubo la cantidad y variedad de confrontes internacionales que hoy existen. Y respecto del “Sapo” Livingstone, ni hablar. Aparte de que nunca contó con la televisión, podía estar un año limitado únicamente a partidos caseros que ciertamente no alcanzan similar trascendencia y, por lo mismo, carecen de la misma valoración que un partido “copero” o por la Selección.

Esos arqueros, esos aficionados que ubican a Bravo en el Olimpo de los porteros chilenos, tienen por cierto argumentos más que sólidos y valederos para respaldar al candidato que han elegido. De partida, está claro que al Barcelona no llega cualquiera. Y que no cualquiera se transforma en figura excluyente de un partido que, si no es el Clásico mayor del fútbol mundial, pasa raspando.

Ágil, seguro de manos, poseedor de unos reflejos notables y un maestro cortando centros, Bravo mostró desde joven sus credenciales de buen arquero en Colo Colo, postergando definitivamente a un Eduardo Lobos que, para la interna alba, estaba destinado a ser uno de los grandes en su puesto. Sin embargo, Jaime Pizarro, director técnico del Cacique de la época en cuestión, dejó partir tranquilamente a Lobos confiando en un chico alto y flaco que, desde la juvenil y aún antes, venía pisando fuerte.

La historia demuestra que no se equivocó. Mientras Lobos no llegó a ser lo que prometía, Claudio Bravo se transformó al poco tiempo en prenda de garantía de ese Colo Colo campeón 2006, dirigido ahora por Claudio Borghi, tras una final infartante frente a Universidad de Chile.

Mientras los hinchas de la U nunca olvidarán la “canchereada” imperdonable del colombiano Mayer Candelo en la definición desde los 12 pasos, los hinchas albos atesoran entre sus recuerdos más preciados esa reacción felina de Bravo para ir por una pelota que se le colaba en el lado opuesto a su primitiva estirada.

Un penal que, al cabo, definiría al campeón del Torneo de Apertura, nada menos.

La elección de Bravo, a mi juicio, no menoscaba en nada los méritos de Livingstone y Rojas.

El Sapo fue considerado, incluso, hasta antes de la aparición del Cóndor en el arco de Colo Colo y la Selección, el mejor arquero chileno de todos los tiempos. Y aunque por cercanía y afectos Rojas fue elevado luego a la máxima categoría en ese puesto tan fascinante como ingrato, eso no significó en modo alguno que, quienes vieron jugar a Livingstone en su época de esplendor, dejaran de considerarlo como el indiscutible número 1 de toda la historia del fútbol nacional.

Algo debe haber tenido el querido Sapo para que, en aquella época que en Buenos Aires se levantaba una piedra y salía un buen arquero, Racing de Avellaneda se lo llevara a un costo considerado toda una locura para aquellos años sin televisión ni marketing. Y más de algo para haberse transformado, en un breve lapso, en el capitán de un equipo donde seguramente los primeros días había sido tratado despectivamente como el “chilenito”.

No se ha sabido en la historia del fútbol sudamericano (y quizás si mundial), que todo un equipo, terminado un partido, cumpla con el insólito gesto de levantar en andas al arquero rival. Lo hicieron los paraguayos durante las clasificatorias para el Mundial de Suiza 1954, en noble reconocimiento a un Sergio Livingstone que había evitado por sí solo que la derrota por 3-1 que había experimentado la Roja, llegara a cifras catastróficas.

Aquellos que lo tuvieron siempre como el mejor, no escatimaron jamás elogios para ubicarlo en la privilegiada posición que lo acompañó hasta la histórica noche de su retiro, cuando, en 1959, la Selección Chilena pudo, por fin, ganarle por primera vez a su similar argentina. De todos los argumentos, el más poderoso fue sin duda que “Livingstone ganaba o al menos empataba partidos”. Dicho de otra forma, atajaba mucho más allá de lo que normalmente podía esperarse de cualquier portero.

Pero si ese argumento era válido con Livingstone, también lo fue -y con creces- respecto de Roberto Rojas.

Son muchos los partidos en que, tras el análisis, se llegaba a la conclusión que, de no haber estado el Cóndor en el arco de Colo Colo o de la Roja, la derrota habría sido el resultado lógico. Y no era para nada una exageración. Era rotundamente cierto.

Vayan unos pocos ejemplos: si Chile en mayo de 1989 pudo empatarle a Inglaterra sin goles en Wembley, el cero en el arco nacional tuvo nombre y apellido: Roberto Rojas. Si Colo Colo le ganó a Ferrocarril Oeste por 1-0 en Santiago por la Copa Libertadores de 1983, fue porque el Cóndor atajó todo lo que tenía que atajar, y mucho más, hasta antes del gol de Alfonso Neculñir que significó el triunfo albo. Y, por último, si la Selección goleó por 4-0 a Brasil en la Copa Sudamericana de 1987, en Córdoba, fue porque las atajadas portentosas del arquero de la Roja impidieron una y otra vez la apertura de la cuenta a cargo del Scratch.

Partidos tan extraordinarios como esos Roberto Rojas tuvo muchos. ¿Acaso no era él el causante de que la noche vergonzosa del “Maracanazo” Brasil “apenas” pudiera ir ganándonos por 1-0?

A esas alturas arquero del Sao Paulo, Rojas estaba destinado a llegar, más temprano que tarde, al fútbol europeo. Su fama ya había traspasado hacía rato las fronteras del fútbol Sudamericano, pero él mismo, con esa trampa absurda que montó, frustró su carrera para siempre y, por cierto, jamás pudo llegar a un club grande del Viejo Continente.

¿Acaso el Cóndor era menos que el ruso Rinat Dasaev o el belga Michel Preud’homme, dos de los metas contemporáneos suyos con los cuales siempre lo comparaban?
Por eso, decir que Bravo es el mejor arquero chileno de todos los tiempos es una afirmación desde luego respetable, pero al mismo tiempo absolutamente discutible.
Nada hará cambiar la opinión de aquellos que le ponen todas sus fichas al Cóndor Rojas. O a aquellos más veteranos y memoriones que siguen reverenciando al Sapo.

Como se dijo al comienzo, es un ejercicio fascinante ese de la comparación. Mire que a la propia FIFA, años atrás, se le ocurrió preguntar vía internet si el mejor jugador de todos los tiempos era Pelé o era Maradona, y recién sus personeros se vinieron a dar cuenta de la tremenda metida de pata que habían cometido luego de ver que el argentino ganaba por masacre.

Obvio: los jóvenes, que sólo vieron jugar a Maradona, dominan de memoria esa tecnología arrolladora y nueva, mientras que sus padres y sus abuelos, que afirman con razón que en la historia del fútbol no ha habido jugador mejor y más completo que Pelé, piensan mayoritariamente que un computador es lo más parecido a una máquina infernal y la internet la mensajera del demonio mismo.

En resumen, ¿Bravo, el Sapo Livingstone o el Cóndor Rojas? Cualquiera que usted elija, tenga claro que en ningún caso quedará en ridículo.
Finalmente, y considerando lo buenos que fueron o son los tres, la elección puede perfectamente ser cuestión de gustos. Y, como siempre decía un chispeante amigo mío, “si no hubiera gustos, no habría carreras de caballos ni se venderían las telas”.

¿Acaso el fútbol mismo no vive y se desarrolla porque a Pepito le gusta Colo Colo, a Juanito la U y a Pedrito Cobreloa?

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