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El dinero es sagrado

Como lo demostró Kurnitzky en su libro La estructura libidinal del dinero, la génesis de éste está en los cultos sacrificiales de las sociedades arcaicas. Los sacrificios humanos del mundo céltico se desplazaron hacia víctimas animales con la llegada de los romanos, principalmente el cerdo y el perro, y luego fueron sustituidos por diversas formas de intercambio, hasta llegar al dinero.


La novela Plata Quemada, de Ricardo Piglia, reconstruye lo que el mismo autor llama «un caso menor y ya olvidado de la crónica policial, que adquirió, sin embargo para mí, a medida que investigaba, la luz y el pathos de una leyenda».



Los hechos que Piglia investigó para convertir en novela ocurrieron entre fines de septiembre y principios de noviembre de 1965. Una banda asaltó la camioneta pagadora de un municipio del gran Buenos Aires y se llevó siete millones de pesos (cerca de 700 mil dólares). Los pistoleros estaban coludidos con policías que les proporcionaron información y armas de guerra, pero a última hora los maleantes decidieron dejar plantados a sus socios y huir a Montevideo con todo el botín.



La policía uruguaya cercó a tres de ellos en un departamento céntrico. Ahí resistieron heroicamente, bajo los efectos de la coca y del alcohol, durante quince horas. Sólo uno, el gaucho Dorda, logró sobrevivir.



La escena en que los tres están acorralados tiene algo de ceremonia trágica. En el momento culminante de ésta, los pistoleros queman uno a uno los billetes de lo que les iba quedando del botín y los arrojaron por la ventana, provocando un rugido de indignación de la multitud que presenciaba el asedio.



Los buenos ciudadanos «daban gritos de horror y de odio, como en un aquelarre del medioevo (según los diarios). No podían soportar que ante sus ojos se quemaran cerca de quinientos mil dólares en una operación que paralizó de horror a la ciudad y al país y que duró exactamente quince interminables minutosÂ…»



En ese cuarto de hora, las acciones de guerra contra los sitiados se detuvieron. Los policías «se quedaron inmóviles, estupefactos» mientras se ejecutaba ese singular rito de incinerar el dinero sobre una lata que en Uruguay se denomina patona, y que se usa para remover las brasas en las parrillas de los asados.



La televisión grabó y repitió varias veces ese rito, mientras el periodista Jorge Foister comentaba que «quemar dinero inocente es un acto de canibalismo». De ahí surgió la singular idea de la inocencia del dinero, al que no se puede considerar culpable de los crímenes y abusos que se cometen por conseguirlo, atesorarlo y acumularlo.



Este fue un acto de sacrilegio contra el dios supremo que rige y gobierna el mundo, y los que lo habían perpetrado fueron considerados como los peores anarquistas, parias de la humanidad, que no merecían ninguna consideración.



Como lo demostró Kurnitzky en su libro La estructura libidinal del dinero, la génesis de éste está en los cultos sacrificiales de las sociedades arcaicas. Los sacrificios humanos del mundo céltico se desplazaron hacia víctimas animales con la llegada de los romanos, principalmente el cerdo y el perro, y luego fueron sustituidos por diversas formas de intercambio, hasta llegar al dinero.



La alcancía con forma de chanchito que se va llenando de dinero sólo recuperable destruyéndola, es decir, sacrificando el cerdo, tiene lejanas resonancias en estos viejos cultos.



La sexualidad femenina se sacrifica al convertirse en productividad materna. También se sacrifican las pulsiones y se difiere el deseo para acumular riqueza. El trabajo, con la disciplina y el desgaste que impone, es una forma de sacrificio. En la era del esclavismo se inmola el cuerpo del esclavo, y en la del trabajo asalariado se sacrifica el tiempo de vida del proletario.



De esta forma, el dinero es el resultado de una serie de actos sacrificiales. Dar vuelta esta situación y sacrificar al dinero mismo fue un acto iconoclasta y de desacato supremo. Ya el ser lumpen y obtener dinero sin el sacrificio del trabajo es un pecado imperdonable.



El otro fenómeno que ocurre con el dinero es que si bien nace del sacrificio y control de las pulsiones, él mismo termina por convertirse en una pulsión indeterminada, que no se dirige hacia ningún objeto específico. En efecto, en algún momento el dinero deja de ser un medio para el intercambio de objetos y servicios y se convierte en un fin en sí mismo. Anula las necesidades concretas y se transforma en necesidad suprema, en puro afán de enriquecimiento y de posesión del dinero por el dinero, más que de las cosas o de la calidad de vida que pueden conseguirse con él.



Esto es tan absurdo como si la gente se dedicara a acumular entradas para el cine sin darle ninguna importancia a la película que podría entrar a ver. El personaje caricaturesco de Rico Mac Pato es emblema de esta pulsión.



El dinero, como ídolo supremo del mundo moderno, genera sus propias servidumbres. Tiene a millones de personas a su servicio. Legiones de MABS estudian en las facultades de ciencias económicas -que vienen a ser la teología moderna- para tratar de conocer los designios secretos de este dios siempre impredecible.

Las imágenes de las bolsas de comercio, con hombres y mujeres entregados a una actividad febril, a la euforia o la depresión, son la liturgia diaria que se tributa a este dios global.



Hay iglesias, como el FMI que custodian la pureza del dogma y la ortodoxia del culto.



Lo mismo que las deidades bíblicas y mitológicas, el dinero actúa sobre el mundo y puede tener efectos devastadores para los hombres. Tal vez por esa vía puedan explicarse las pulsiones de enriquecimiento que genera. Tener dinero es tener poder efectivo o potencial. De hecho, como lo está demostrando la experiencia chilena, la posesión de dinero es fundamental para conseguir cuestiones tan diversas como ganar elecciones o acceder a las mejores oportunidades de educación.



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