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Redes vs. mafias, ¿lealtad o traición?

Las empresas e instituciones bajo la presión del libre mercado y las personas bajo la exigencia por el éxito en un modo de vida individualista, alejado cada vez más de la solidaridad y en donde las relaciones cotidianas se caracterizan por la feroz competencia, se ven tentadas a abandonar la lealtad y traicionar.


Para tener éxito en las tareas que emprendemos siempre ha sido necesario formar equipos, aunar voluntades tras objetivos comunes, organizar grupos en pos de misiones colectivas y todo ello bajo la forma de centros juveniles, clubes deportivos o sociales, juntas de vecinos, empresas, corporaciones, universidades, partidos políticos, Estados, Gobiernos, etc. Es decir, siempre ha sido importante organizar redes y a medida que la complejidad o los desafíos aumentan estas redes también adquieren niveles crecientes de sofisticación.



La estructuración en redes no tiene sólo un carácter instrumental para cumplir objetivos específicos, sino que, a la luz de la inercia de ciertas organizaciones caracterizadas por sus afanes corporativos y por su baja productividad, constituye un anhelado objetivo general por alcanzar, que se declara al mas alto nivel del mando directivo gerencial y que se lleva a metas operacionales en los planes de desarrollo estratégico.



Una red es un conjunto de personas articuladas en torno a una visión común y a unos valores compartidos, que se organizan, proveen recursos y medios, para desempeñar una misión declarada públicamente y cuyas actuaciones se enmarcan en normas y valores universalmente aceptados por la sociedad en que les corresponde actuar. Es decir, la constitución de una red supone lealtad entre sus integrantes; pero por sobre todo, exige lealtad a principios básicos de la convivencia en sociedad. Ejemplo de red es, que duda cabe, el Hogar de Cristo.



Por el contrario, una mafia, aunque puede constituir una red, a diferencia de esta es una organización que persigue fines ilegales, antisociales o contrarios a la institución o empresa que la cobija y, en sus reales objetivos, es clandestina, usa el engaño, la trampa y el ardid. Es decir, traiciona principios básicos de la convivencia en sociedad y/o de aquella entidad que la acoge. Los carteles del narcotráfico están en esta categoría.



Por cierto, si todo fuese tan nítido, sería fácil distinguir entre redes y mafias. Pero no es así, excepto para los casos evidentes de grupos criminales comunes que ofenden directamente la ley y sólo para los delitos ya tipificados en ella.



En realidad, la frontera que separa lo correcto de lo incorrecto hace mucho rato que ya en Chile se relativizó bajo formas eufemísticas o amparadas por dichos ya cotidianos tales como: «las oportunidades hay que tomarlas o te las quitan»; «en un mercado competitivo hay que ser agresivos o te agreden»; «esto es una selva»; «el pez mas grande se come al mas chico»; «los otros hicieron lo mismo»; «el dinero es el que manda»; «total, después de esta vida no hay otra»; etc.



Mayores problemas para distinguir e identificar surgen cuando las mafias se montan dentro de las instituciones, especialmente en las de carácter público, por la connotación asociada y por el supuesto de que sus integrantes son servidores capaces de entregarse a los demás por su marcada vocación social.



Es evidente que por razones de relativismo valórico, presión social o ambición, al interior de las organizaciones pueden surgir y articularse intereses ajenos a la institución misma; aprovechándose de modalidades tales como redes de contactos, grupos de interés, redes temáticas, equipos de análisis, etc., y utilizando todas las herramientas que de buena fe y por confianza están a disposición de las personas que allí laboran. Este es el caso de los grupos corruptos en el sector público coludidos o no con privados, corrompidos o no por privados.



Las coimas o el tráfico de influencias para adjudicarse una propuesta, una concesión, un proyecto, una beca o un subsidio, no son más que la moneda de cambio en una transacción caracterizada, en realidad, por la decisión cobarde de los comprometidos de romper la lealtad y traicionar.



Las empresas e instituciones bajo la presión del libre mercado y las personas bajo la exigencia por el éxito en un modo de vida individualista, alejado cada vez más de la solidaridad y en donde las relaciones cotidianas se caracterizan por la feroz competencia, se ven tentadas a abandonar la lealtad y traicionar.



Esta tentación, tal como lo plantea John F. Nash -el premio Nobel de Economía 1994, el mismo cuya vida se cuenta en la excelente película Una Mente Brillante– ocurre porque al no conocer la decisión o lo que piensan hacer los otros, en principio la estrategia más segura es traicionar. La fría sentencia de Nash llevada al dicho popular sería algo así como lo siguiente: «El que pega primero pega dos veces». ¿Le suena familiar?



Esto, según Nash, ocurre puesto que el que traiciona primero tiene inicialmente ventajas sobre los demás competidores dejando a estos últimos en la obligación de colaborar; pero sólo hasta que se recompone el equilibrio, el cual puede tardar diversos tiempos según sea la fortaleza de los traicionados. Esto puede traducirse al chileno como: «La justicia tarda pero llega», o bien, «el que ríe último ríe mejor».



Por otra parte, si ambos competidores traicionan, el resultado para ellos es siempre peor que si ambos hubieran elegido la lealtad. Este último resultado es el más favorable y constituye uno de los llamados
punto de equilibrio de Nash, en un contexto de relaciones cooperativas. Evidentemente, esta es la única solución más estable en el tiempo para las relaciones tanto entre empresas y entre instituciones como interpersonales.



Para tener un Chile que sea más Chile para todos, es necesario fortalecer e incrementar las redes de colaboración por sobre las mafias de corrupción y en la competencia debemos relacionarnos con lealtad por sobre la traición.



(*) Vicerrector Académico de la Universidad del Bío-Bío.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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