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Animal político: Nociones de Educacion Cívica


Una cosa es el político y otra es el animal político.



De mi viejo profesor de Educación Cívica intramuros del Liceo Amunátegui aprendí que el hombre es un animal político. Ante una caterva de adolescentes barbilampiños cuyo único horizonte era el sexo y la pelota, practicadas ambas cosas en la medida de lo posible, el señor Palma citaba a Aristóteles mientras estiraba su sobresaliente mandíbula de prócer republicano y escribía en la pizarra: Zoon Politikón. Intentaba Palmita decirnos que el hombre en tanto perteneciente al reino animal era, sin embargo, un espécimen social gracias a que el lenguaje le permitía no sólo emitir sonidos de dolor o placer, como el resto de los animales, sino que además expresar lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. «Sólo el hombre, entre los animales, posee la palabra». Por ello el hombre es un animal político.



Tiempo después, a pesar de Aristóteles, se produjo en Chile la animalada de eliminar de las aulas las clases de Educación Cívica y meter presos a los Palmitas. Pero éstos ya habían importado para Chile el invento griego de la democracia, los quinceañeros crecieron y sus piernas le daban tanto para correr detrás de una pelota y de una chiquilla como también delante de un policía pidiendo que lloviera libertad. La libertad, que al final siempre se obstina en llegar, llegó.



Aparece entonces el animal político. Un sujeto éste que se exhibe orondo en las tribunas definiéndose como tal pero no tiene nada que ver con el Zoon Politikón del que nos hablaban Palmita y Aristóteles. Su hábitat está en los mismos templos de columnas levantados para morada de hombres o mujeres convocados al servicio público. Con éste tipo de servidores el animal político se mimetiza copiando sus ademanes. Es camaleónico. Su alimento es el fogonazo de los flashes y el resplandor de cartón piedra de los escenarios televisivos. Es fotofágico. Anida, indistintamente, en un distrito electoral o un ministerio pero tiene marcado todo el resto del territorio y del Estado. Es transhumante. Carece de cola o trompa prensil pero es de alma trepador. Necesita ampliar su medio todos los días. Es predador.



Se le podría clasificar dentro del género de los políticos aunque es una mutación degenerativa de aquél. Azorín les llamó galopines, truchimanes y trapisondistas (El Político. Austral, 1957) y Savater, para aclararle las cosas a su hijo, escribió Política para Amador (Ariel, 1993) una obra de obligada lectura para jóvenes y veteranos que han llegado a creer que la política es el reality show que este animal ofrece diariamente.



Cuando se aproxima una elección, como está ocurriendo ahora, para este animal ha llegado un momento de paroxismo. Un auténtico allegro molto de adrenalina en el que despliega toda su potencia de cazador de candidaturas y sufragios. A su paso van cayendo uno a uno los políticos que soñaron un día que para ser representantes populares se requería tener ideas, trayectoria, austeridad y vinculación con la gente. Todo eso se puede comprar y él lo compra. Aquí no hay que ser. Es la hora del parecer.



A él no hay quien lo sujete en su desenfrenada carrera para ganar la interna de su partido, para matar al socio de la coalición y llegar al éxtasis del día en que se vea proclamado con licencia para fiscalizar los vericuetos del poder, husmear en las entrepiernas de propios y extraños, desafiar con guardaespaldas, auditar cafés con piernas, dictar las reglas de la moral; insultar y escupir a la gente con fuero de seguridad y comunicar su opinión insulsa sobre lo humano y lo divino.



Si a su presencia en el escenario público se añaden el poder del dinero imponiendo el rumbo del país más la rumba que imponen los medios de comunicación, la democracia terminará siendo un cisne de cuello negro flotando a la deriva hacia su propia extinción.



¿Solucion? Menos farándula y más Educación Civica.





Enrique Sepúlveda R. es abogado.(enriques@vtr.net).






























  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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