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La muerte como hecho político


A través de la historia, hay innumerables personajes cuyo deceso es, ineluctablemente, un hecho político. Sin ir más lejos, durante el siglo XX hubo muertes que conmovieron al mundo: Stalin, Hitler, Kennedy. En el caso de Chile, la figura de Balmaceda y de Allende resultan paradigmáticas a este respecto. Hombres que ocupaban u ocuparon un lugar importante en la historia, sea como protagonistas o antagonistas. La muerte de grandes héroes y grandes villanos siempre ha merecido mención. Los héroes y los antihéroes se caracterizan por arrastrar a los pueblos a grandes cambios, sean éstos loables o deleznables: figuras que cada cierto tiempo nos muestran los límites de la miseria humana o, muy raras veces, los horizontes de la grandeza.



En la actualidad, dos sobrevivientes de la llamada «Guerra Fría» se debaten en los umbrales de una muerte próxima: Augusto Pinochet y Fidel Castro. Situados en los polos opuestos del espectro político que caracterizó el siglo pasado, ambas figuras protagonizaron en su momento la historia en nuestro continente. Ambos personajes reclamaron para sí la condición de «líderes» de una cruzada «revolucionaria» uno, «contra revolucionaria» el otro.



Los héroes y los antihéroes pertenecen al universo de los mitos: personajes portadores de ideas, discursos y proyectos que los exceden, de allí el «aura» casi sobrenatural con que los invisten sus prosélitos. Se trata del «super hombre» aquel capaz de realizar el sueño que proclama.



Si bien es cierto que no se pueden establecer comparaciones históricas y políticas, no es menos cierto que, finalmente, la muerte viene a relativizar los sueños de grandeza de héroes y antihéroes. Ni la Revolución Rusa, ni el Tercer Reich, rasguñaron siquiera los mil años soñados : «Sic transit gloria mundi» decían los antiguos. En la hora postrera de la muerte, vuelve a emerger el hombre de carne y hueso, el hombre despojado ya de sus vanos delirios.



Quizás, la más importante lección que nos dejan siempre los grandes héroes o grandes villanos, y que constituye finalmente su sutil fracaso, es que las empresas humanas reconocen la medianía y mezquindad de la estatura humana. Pareciera que más que a empresas milenarias, estamos convocados a un esfuerzo colectivo a escala humana para construir un mundo que nos sea soportable y sustentable en el tiempo, un mundo en que podamos soñar con ser «libres» y, con suerte, por momentos nos sintamos felices.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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