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El modelo, las elites políticas y la crisis ecológica*


Una derecha incapaz de emprender el vuelo de Minerva y herida en las alas —girando en el vacío puesto que su rival es más creíble que ella en su propia función vital de garante del modelo económico del gran capital— está condenada irremediablemente a jugar el rol de segundón o de comparsa. Sus intereses materiales restringidos y las anteojeras ideológicas le impiden ver los verdaderos desafíos.



Bien lo saben tanto el ciudadano perspicaz como los operadores que se mueven en el vientre del sistema; más neoliberal y a la derecha que el proyecto concertacionista no se puede ser ni estar sin poner en peligro la gobernabilidad del régimen y el futuro del país. Así de simple. Por lo tanto, no hay «mística» ni estrategia comunicacional que valga para negar la cruda realidad.



Por lo mismo el proyecto concertacionista está agotado. Son 16 años de vanos trotes. Sin implementar los cambios estratégicos profundos: democráticos, sociales y ecológicos urgentes, que el país requiere. El bloque gobiernista es contemporizador y miope. Presa de la dinámica de la corruptela y de la pugna entre líderes que detrás de los discursos brumosos del «amor», el «deber», las lealtades («espalda con espalda» decía Frei Jr.) y ahora de re-renovación, no logran esconder la implacable lucha de apetitos personales y las ambiciones presidenciales de un puñado de hombres y mujeres adictos al poder.



La Concertación, pese a las capacidades individuales de sus miembros, es un conglomerado incapaz de empinarse por sobre los intereses político-corporativos y leer en el horizonte inmediato los ineluctables desafíos.



Pero el gobierno Bachelet tiene el poder de gastar. Quedarán para mediados de año los fuegos de artificio que serán desplegados en la carrera preelectoral anunciada. Los altos excedentes cupreros concentrados bajo la forma de superávit fiscal en manos de la tecnocracia estatal le permitirán a la Concertación poner plata en medidas sociales puntuales. Sin planificación estratégica, tales programas se inscribirán en una lógica electoralista.



Motivados por el ánimo de cosechar votos y granjearse el apoyo de sectores previamente apuntados. Marketing político obliga. Ä„Trampa! Ä„Intervencionismo! Gritarán las derechas. Las mismas que regalaron por un puñado de dólares el patrimonio nacional a los grandes tiburones y consintieron en otorgarle el 10% de las utilidades de la renta del cobre a las FF.AA. Habría que tomar palco para asistir al próximo espectáculo. Du déjÅ• vu.



La ecología y la política



En este panorama de aguas turbulentas, llaman la atención tanto el silencio de aquellos honestos militantes de la Concertación, como el neoliberalismo trasnochado de la derecha, además de las ambiciones personales que se cobijan bajo el «florismo».



Ya sean los díscolos, los demócratas y los moralistas de última hora del conglomerado concertacionista, todos se callan hoy frente a la descomposición ética y a la parálisis política. Cuán prestos elevaban sus voces cacofónicas en los grandes medios oligarcas de la buena sociedad para prometer al mismo tiempo cambios «subversivos», denunciar la violencia de los excluidos amenazando «mano dura» para calmar las angustias ‘seguritarias’ de las clases medias, denostar el «populismo» de algunos gobiernos latinoamericanos y, de paso, declararse «socialdemócratas renovados», «progresistas» y «humanistas cristianos».



Las declaraciones de «más mercado capitalista y menos Estado» de los dirigentes derechistas no necesitan comentarios. Llaman más la atención por su poca inteligencia que por ir a contrapelo de las aspiraciones de las mayorías ciudadanas y las tendencias mundiales.



Y si hoy lobbistas profesionales y gurúes tecno-linguďstas del PPD posan de liberales y honestos demócratas es porque apuestan a un nicho en el mercado político. Quieren persuadir a un segmento del electorado que son una tercera fuerza. Algo así como los liberales ingleses, una cuña oportunista, entre los conservadores y el laborismo.



Los unos y los otros, son responsables con su diversión y faltas a la ética política, de que sólo un insignificante 4% (según la última encuesta CEP) de los chilenos considere que «los problemas ambientales son graves» (**).



¿Cómo ignorar que sin un Estado estratega fuerte, interventor, legitimado en su labor de defensor del Bien Común y al servicio de un proyecto solidario, la globalización neoliberal destruye el tejido social, desestabiliza las sociedades, genera exclusión y empuja a las sociedades al borde de la catástrofe ecológica general?



¿Es posible hacer caso omiso no sólo de los datos empíricos sobre el calentamiento global del planeta y su impacto en Chile a corto plazo sino que también de la perversa e íntima relación entre el neoliberalismo, la crisis social y la crisis ecológica que se prefigura a nivel nacional y global?



Las castas políticas y empresariales desdeñosas viven peligrosamente al día. Fingen ignorar que la situación ecológica se agrava cada día a un ritmo que neutraliza todos los esfuerzos posibles hechos por los ciudadanos y ONGs. Que el punto de inflexión, de irreversibilidad y de dislocación anunciado por un sinnúmero de trabajos científicos será realidad sólo en 10 años.



Sin embargo no hay un grupo de políticos chilenos que prepare un Plan de Urgencia Ecológico con el concurso de científicos y académicos. El divorcio entre la academia y la política es perjudicial para el país. Ningún mandatario/a ha osado preparar a la opinión ciudadana y explicado las amenazas en ciernes (***).



La razón es evidente. Tal proyecto de supervivencia ecológica implicaría desmantelar el modelo y su lógica irracional y predadora. Impondría adoptar ya un plan de urgencia ambiental. Obligaría a enfrentarse para reglamentar y vigilar a poderosos intereses: contaminadores salmoneros, pesqueros voraces, multinacionales rapaces, petroquímicas envenenadoras, industrias contaminantes, medianos empresarios irresponsables, poderosos intereses agrícolas utilizadores de Organismos Genéticamente Modificados (OGM), consorcios del transporte vial y automotoras interesadas en promover el vértigo del consumo de energía, etc..



Graficando sin exagerar; mientras los ricos destruyen el planeta las elites les tocan el violín.



Es indudable que la tarea ecológica para salvar la porción chilena de la bioesfera obliga a una pedagogía destinada a los ciudadanos y a los trabajadores.



Cabe preguntarse si la consigna de las elites es: «después de nosotros el diluvio». Porque luego será demasiado tarde. Los planes de emergencia serán inadecuados. Desde ya las empresas contaminadoras y predadoras tendrían que pagar por el daño irreversible al patrimonio natural, oceánico y ecológico. También implica ponerle un freno a la ideología del despilfarro consumista. En esta tarea se necesita voluntad política y mucha pedagogía; factores inexistentes en las políticas del actual sistema de partidos.



Por eso los ciudadanos lúcidos piensan que en el actual marco político son necesarios tres conglomerados que representen los intereses y opiniones plurales de las mayorías: la derecha aliancista, el centro-derecha concertacionista y uno de izquierda antineoliberal, que está pendiente y por construirse. Para democratizar el régimen y enfrentar las grandes tareas urgentes la mitad de los chilenos considera necesario el cambio del sistema binominal.



(*) Hervé Kempf, el reconocido periodista de Le Monde, especialista en Medio Ambiente y responsable de crónicas sobre el tema en el prestigioso vespertino francés, publicó la semana pasada un libro que ha causado conmoción y que lleva por título «Comment les riches détruisent la plančte», Éditions du Seuil. Sin ambages, Kempf se pregunta en las primeras páginas: «¿Qué tienen en común el calentamiento del clima, la contaminación de la atmósfera, ríos, arroyos, lagos y océanos, el agotamiento de los recursos y, pronto, la contaminación infinitesimal e invisible que producen los nanomateriales?». La respuesta del especialista no deja lugar a dudas: «El capitalismo como causa primera y la oligarquía que usufructa de tal catástrofe anunciada». El autor añade: «El sistema capitalista que actualmente rige la sociedad humana, se opone y resiste de manera ciega a los cambios necesarios e indispensables que hay que realizar si queremos que la existencia humana conserve su dignidad y su promesa». Y agrega, «el concepto de desarrollo sustentable o sostenible es un arma semántica para evacuar la palabra ecología. En Occidente nuestra responsabilidad consiste en reducir el consumo de bienes materiales».



(**) El mismo día que los matutinos publicaban los resultados de la encuesta CEP, el periodista Víctor Zúñiga firmaba un artículo donde se leía que «Uno de los principales problemas ambientales -la desertificación del territorio chileno- se sigue agudizando, a tal punto que el fenómeno cubre ya dos tercios del territorio nacional. Ello equivale a 48 millones de hectáreas, lo que implica pérdida de suelo agrícola, según tiene detectado la Universidad Católica de Chile.» (El Mercurio, 5 de enero del 2007). El 80% de europeos y canadienses considera que los problemas ambientales son los problemas sociales de mayor gravedad.



(***) Ver en www.elmostrador.cl la columna de Francisco Pinto, «Balance 2006 de los explotadores de recursos naturales» (01 de enero 2007).




Leopoldo Lavín Mujica es profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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