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La victimización como política comunicacional Análisis Político

La victimización como política comunicacional

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Arturo Arriagada
Por : Arturo Arriagada Sociólogo y periodista
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Bachelet comenzó a proteger su figura –y de paso minimizar sus errores- culpando silenciosamente al sistema político y a los partidos de la Concertación. Y así lo entendieron los chilenos, quienes comenzaron a ver que las intenciones de Bachelet –y sus logros- respondían a un estilo de gobierno muy distinto al de sus antecesores.


Los altos niveles de aprobación a la gestión de Michelle Bachelet han sido atribuidos al manejo económico de su gobierno, pero también se deben a su capacidad para construir una política comunicacional basada en la victimización de su figura. Bachelet fue la primera mujer en llegar a La Moneda –y probablemente así quedará en los libros de historia- pero también una víctima de la Concertación y de una forma de hacer política que no era santo de su devoción y que terminó usando a su favor.

Para destacar sus fortalezas y minimizar debilidades, los gobiernos definen una política comunicacional. Esta es una especie de GPS que los sitúa en el tiempo y espacio político para hacer públicos sus objetivos – es decir, lo que quieren hacer- y los mecanismos para lograrlo -a través del diseño e implementación de políticas públicas-. Ya que los medios de comunicación se han convertido en el espacio a través del cual la opinión pública evalúa el desempeño de los gobernantes, la política comunicacional de un gobierno apunta a superar el filtro de los medios para dar a conocer sus logros a la ciudadanía. Por esto una alta aprobación presidencial -en parte- se debe a una eficiente política comunicacional.

Pero la política comunicacional de Bachelet también ha estado llena de contradicciones. Si bien fue consecuente al no rendirle funerales de Estado a Pinochet, muchas veces confundió la simpatía con la farándula. Bachelet terminó recibiendo en La Moneda a más artistas internacionales que a representantes mapuches o deudores habitacionales.

En su primer año de gobierno, Michelle Bachelet tuvo serios problemas para echar a andar su política comunicacional. La promesa de un gobierno ciudadano, sin que nadie se repitiera el plato y en torno a cuatro proyectos –reforma previsional, reforma educacional, fomento a la innovación y mejoramiento de la calidad de vida- se vio frenada por conflictos políticos que cuestionaron su liderazgo. Las protestas estudiantiles y el desastre de Chiguayante –donde familiares de víctimas de aluviones increparon a Bachelet frente a las cámaras de televisión- fueron crisis que reflejaron las primeras señales de incongruencia en su gobierno. Su programa y la desordenada política comunicacional para difundirlo eran más bien una serie de intenciones que no se materializaban en logros concretos. Si para llegar a La Moneda prometió gobernar con los ciudadanos, Bachelet optaba por culpar a sus ministros, demorándose en la toma de decisiones y –muchas veces- escondiéndose de los conflictos.

Pero la política comunicacional de Bachelet tiene un antes y un después de su célebre expresión del femicidio político. Con esa analogía intentaba posicionarse como víctima de una forma de hacer política en la que no lograba encajar. En ese momento –septiembre de 2007-sólo alcanzaba un 35% de aprobación. Ya habían pasado las protestas estudiantiles, el cartillazo a sus ministros y la crisis del Transantiago con la frase del instinto incluida. Su liderazgo era poco comprendido por los chilenos y las cúpulas de los partidos de la Concertación se enredaban en sus propios conflictos de identidad. Bachelet iba en su segundo cambio de gabinete y claramente su corazón socialista no bombeaba lo suficiente como para hacer realidad las promesas de un gobierno ciudadano, desde abajo hacia arriba, más incluyente.

Después de su denuncia pública en contra de la violencia política de la cual era víctima, Bachelet encontraba una brújula para refundar su hasta entonces dispersa política comunicacional. La idea de ser víctima de una forma de hacer política que ella no pudo cambiar le daba un relato a la segunda mitad de su gobierno. Bachelet comenzó a proteger su figura –y de paso minimizar sus errores- culpando silenciosamente al sistema político y a los partidos de la Concertación.  Y así lo entendieron los chilenos, quienes comenzaron a ver que las intenciones de Bachelet –y sus logros- respondían a un estilo de gobierno muy distinto al de sus antecesores.

La crisis económica y la decisión del ministro Velasco de ahorrar para los tiempos de vacas flacas solo vino a reforzar la política comunicacional de Bachelet. Independiente de los bajos niveles de crecimiento económico del país, Bachelet tenía una gran billetera para aumentar los niveles de gasto social. Así se encargó de comunicarlo, retomando su promesa de gobierno de construir una red de protección social iniciada con la educación preescolar y la reforma previsional. En ese contexto, Bachelet se anotó un triunfo al lograr que los candidatos presidenciales hablaran sin atorarse de “más Estado” y “protección social”.

Pero la política comunicacional de Bachelet también ha estado llena de contradicciones. Si bien fue consecuente al no rendirle funerales de Estado a Pinochet, muchas veces confundió la simpatía con la farándula. Bachelet terminó recibiendo en La Moneda a más artistas internacionales que a representantes mapuches o deudores habitacionales. En su posición de víctima y espectadora –pese a los altos niveles de aprobación a su mandato- Bachelet siguió en su aislamiento de los conflictos políticos, evitando dar conferencias de prensa y responder las preguntas de periodistas.

Las políticas comunicacionales de los gobiernos van adaptándose a los contextos políticos y económicos del país. Al mismo tiempo permiten comunicar los objetivos y logros de un gobierno. La crisis económica, las primarias truchas de la Concertación y la baja votación de Eduardo Frei, terminaron por reforzar la política comunicacional de Bachelet basada en la victimización de su figura. Más allá de sus errores y omisiones como gobernante, los chilenos terminaron queriendo a Bachelet gracias a una política comunicacional que la presentó como víctima de un contexto político que le hizo la vida imposible. El “femicidio político” contribuyó a definir un estilo de gobierno que interpretó los miedos y preocupaciones de un país ansioso por más inclusión. Así Bachelet estableció un vínculo poderoso con los chilenos cuyo mejor ejemplo son los niveles de aprobación a su figura y la probable derrota de la Concertación el próximo 17 de Enero.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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