Publicidad

El Zafrada, el Cisarro y el Bryan

Héctor Casanueva
Por : Héctor Casanueva Profesor e Investigador del IELAT, Universidad de Alcalá. Ex embajador de Chile en Ginebra ante la OMC y organismos económicos multilaterales y en Montevideo ante la ALADI y el MERCOSUR.
Ver Más

Al parecer, además, es más probable que la educación en valores se está dando mejor y no se distorsiona precisamente en las zonas rurales de donde proviene el Zafrada.


La columna del abogado José Luis Ugarte sobre el “Zafrada”, niño símbolo, para bien y para mal, de la tragedia que vive el país, y en particular las regiones del Sur, producto del terremoto y maremoto, me motiva a hacer algunas reflexiones, porque creo que hay matices que es necesario considerar.

Me parece que esta sociedad aún tan desigual y falta de oportunidades mejor repartidas, ha ido creando, sin embargo, espacios para que no todo sea fatalmente predeterminado, y se abran caminos de esperanza. El “Zafrada” es precisamente el ejemplo de lo que digo, hecha una comparación con otros dos niños que han estado en la noticia en los últimos meses, el “Cisarro” y el “Bryan”. Tres casos infantiles que viniendo de la marginalidad, en una misma sociedad, están situados en sendas distintas, dos de ellos incluso marcados por un sino fatal propio de una novela negra, y el otro, el de Iloca, podría ser un personaje de una película del canal Hallmark.

[cita]Al parecer, además, es más probable que la educación en valores se está dando mejor y no se distorsiona precisamente en las zonas rurales de donde proviene el Zafrada.[/cita]

¿Qué hace que en un caso -el Zafrada- nos encontremos con un niño capaz de expresarse fluidamente, que mira de frente, anhela seguir en la escuela, reconoce y agradece lo poco y malo que recibe (“porotos negros y tarallines pegados, pero que sirven pa’ la memoria”), se conduele con la desgracia de la vecina y es capaz de administrar sus diferencias con su amigo sin llegar al rompimiento y el aislamiento; y que, por el contrario, en los otros dos casos, ambos desafiantes y altaneros, uno ya es un pandillero irredento y el otro es un asesino a los quince años, que, según confesión propia, desde los ocho años abrigaba un odio por la víctima que finalmente lo llevó a matar?

Pero además, en esta línea de análisis, también habría que preguntarse las razones por las que hace un tiempo dos jóvenes de familias acomodadas, lejos de la marginalidad de los anteriores, fueron capaces de tal violencia que uno de ellos mató a un joven ciclista con un bate de béisbol, y el otro asesinó a un muchacho a navajazos, y simultáneamente, por otra parte otros jóvenes acomodados se movilizan anualmente en “Un techo para Chile”, van a cooperar a Haití, o participan en los trabajos voluntarios cuando hay tragedias como la reciente. Y qué decir, ahora en el campo de los adultos, de esa señora de Concepción, de clase popular, muy digna, que se negó a participar en los saqueos, mientras un ingeniero echaba cosas en su 4×4.

Una sociedad en la que se dan por igual estas contradictorias conductas en sectores sociales distintos y diametralmente opuestos no es producto simplemente de la mala distribución del ingreso, ni dichas situaciones se solucionan solamente con políticas de redistribución ni más gasto. Sin duda que estas sirven y deben diseñarse y aplicarse bien. Pero lo más probable es que la raíz se encuentre más en lo espiritual que lo material, y en esto el Zafrada es tal vez el mejor representante de una reserva moral y espiritual que debemos cultivar. Me atrevería a afirmar, incluso, que dicha reserva está más presente en el sector rural -y eso explicaría este y otros muchos Zafradas que seguramente existen- que en la marginalidad de la pobreza urbana, en la que crecieron el Cisarro y el Bryan, o en los ámbitos acomodados característicos del consumismo de la gran ciudad.

En esta perspectiva, parecería un lugar común mencionar a la educación como la base y la fuente de una y otra conducta. Pero es verdad, tal como reza la máxima constitutiva de la UNESCO: «Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz», es decir, la violencia y conductas antisociales pueden explicarse por factores socio-económicos e injusticias institucionalizadas, pero cambiarlas depende del cambio en las conciencias, tanto de los que tienen más como de los que tienen menos. La educación, sin duda, si en lugar de ser un sistema de instrucción y acumulación de conocimientos asociados a la producción y la competencia, es entendida por padres, profesores y estudiantes como educación en valores, juega un rol fundamental. Habría que investigar, en los casos mencionados, qué tipo de enfoque educativo prevaleció. Al parecer, además, es más probable que la educación en valores se está dando mejor y no se distorsiona precisamente en las zonas rurales de donde proviene el Zafrada. No estaría mal pensar en traspasar las bases de esa reserva moral de lo rural a lo urbano, y, por supuesto, que no se produzca a la inversa, como es el riesgo que se advierte al ver que casi la única reacción que provoca en los medios el caso del niño de Iloca es atiborrarlo de regalos materiales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias