Publicidad

Popularidad presidencial: algo huele mal

Modesto Gayo
Por : Modesto Gayo Sociólogo de la Universidad Diego Portales.
Ver Más

Dada la cantidad de menciones a esta temática y la discusión que suele suscitar, estaríamos tentados de pensar que se trata de algo muy importante. ¿Y es así? Yo tengo mis dudas, por varias razones que aquí presentaré como hechos e ignorancias.


Desde hace algunos años, aproximadamente con frecuencia mensual, hemos sido testigos de la aparición en los medios de comunicación de datos o porcentajes sobre la popularidad del presidente de turno. Dada la cantidad de menciones a esta temática y la discusión que suele suscitar, estaríamos tentados de pensar que se trata de algo muy importante. ¿Y es así? Yo tengo mis dudas, por varias razones que aquí presentaré como hechos e ignorancias.

Por el lado de los hechos, podemos hablar al menos de dos relevantes. El primero se refiere a que los últimos tres presidentes, de Lagos en adelante, han conseguido altos niveles de aprobación. En los casos del presidente socialista y de Michelle Bachelet, finalizaron sus mandatos con casi unánime aplauso. Evidentemente, no sabemos qué sucederá con Sebastián Piñera, pero ya hemos visto que es capaz de puntuar bastante bien y está en su primer año presidencial.

Si progresa en la proporción en que lo hicieron sus rivales políticos podría terminar, al igual que ellos, entre vítores y cercano al 80% de apoyo. El segundo patrón, y no por ello menos importante, es que la aprobación presidencial ha dado bandazos muy notorios en el tiempo. El “annus horribilis” de la ex mandataria todavía lo tenemos en la retina, asociado a las muchedumbres estudiantiles de La Alameda -que se arrastraban de un año antes- y las masas obreras del subterráneo y los buses colapsados, célebre consecuencia del Transantiago. El actual presidente también ha tenido sus altibajos, siendo él mismo quien destaca los altos y respondiendo con un mohín, mezcla de incredulidad y desprecio, a los bajos. A este respecto, hemos asistido recientemente a discusiones sobre cuál era su nivel de aprobación más sólido, argumentándose que quizás los días post-rescate minero habían exagerado la simpatía ciudadana.

Sin embargo, las preferencias partidistas e ideológicas de los chilenos han sido muy estables durante el mismo período. ¿No será la popularidad como la espuma del champán?

Junto a los hechos, creo fundamental destacar aspectos claves que, al ignorarlos, se hace difícil clarificar la importancia de la popularidad de los presidentes. El primero de ellos es de método, y se refiere a que no sabemos cuán comparables son los datos de encuesta que normalmente se nos ofrecen como una línea continua de datos equiparables. ¿Lo son, o lo son todos? ¿O se trata frecuente y simplemente de variaciones que deberíamos entender como efectos del instrumento? La segunda y final de las ignorancias, hace mención a nuestra incapacidad para determinar con claridad las consecuencias políticas de los niveles de popularidad y sus cambios; es decir, no es sencillo saber cuál es el valor de la misma. Para entender esto, sólo hay que hacer relación de dos casos: 1) la incapacidad de Ricardo Lagos de retomar el liderazgo de la Concertación tras haber cortado las dos orejas y el rabo en la política chilena. 2) la frustrada transmisión de la popularidad de Bachelet a Eduardo Frei en las últimas elecciones presidenciales.

En consecuencia, si recientemente hemos tenido presidentes con alta popularidad de todos los colores políticos, si esta aprobación ha mostrado cambios de gran envergadura y se ha producido junto a una notable estabilidad política del electorado, si es posible que haya importantes problemas de método y, finalmente, si nos resulta imposible saber cuál es su valor político, ¿no deberíamos tomar con pinzas las reflexiones sobre tal asunto?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias