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Revuelta árabe: ¿occidente a favor o en contra de la historia?

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Antonio Leal
Por : Antonio Leal Ex Presidente de la Cámara de Diputados, Director de Sociología y del Magister en Ciencia Política, U. Mayor. Miembro del directorio de TVN.
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En el trasfondo de la situación árabe esta la reivindicación Palestina, la plaza árabe está con Palestina y si uno o varios de estos regímenes se transforman en una verdadera democracia ello significará un cambio de status también del tema palestino, obligará a Israel a modificar su política y a buscar el entendimiento para la existencia de dos Estados soberanos.


Parafraseando a Marx, un fantasma, el de la democracia y las libertades, recorre el mundo árabe desde el Mediterráneo al Golfo Pérsico.

Las revueltas no fueron previstas ni por los aparatos de inteligencia de EE.UU., ni de Europa, ni por los analistas del tema Medio Oriente. El mundo Occidental miró con complacencia la estabilidad que han garantizado las dictaduras militares, las monarquías y regímenes autocráticos del mundo árabe.  Estabilidad para el petróleo, el gas, el impedimento que olas de emigrantes llegaran a sus territorios.  No importaron, por decenios, los valores de la democracia y el respeto de los derechos humanos en estos países.  Más bien, en estos últimos años, todos en Occidente, se peleaban por meterse en la jaima de Gadafi.

Francia ha sido el principal sostenedor del régimen de Túnez, EE.UU. entrega a las fuerzas armadas de Egipto, directamente,  1.500 millones de dólares, Italia hizo grandes negocios con Libia y Berlusconi besó la mano de Gadafi, mientras su Ministro de Relaciones Exteriores hace sólo dos meses declaraba que Gadafi era el símbolo de un líder positivo, ejemplo de la democracia árabe.

Cinismo, desconocimiento, un cierto desprecio.  Probablemente todo junto.  Lo claro es que de pronto hay una ruptura de la  imaginaria occidental sobre los países árabes. Quisieron estar  desconectados de la realidad hermética de muchos países árabes donde las sociedades civiles han sido eliminadas y donde el reclamo de los intelectuales árabes nunca fue escuchado por Occidente.

Sin embargo, bastó que un joven en Túnez se autoinmolara para que las sociedades árabes asomaran nuevamente a la historia.  En Túnez, se derrocó a Ben Ali, en Egipto a Mubarak y las revueltas se extendieron rápidamente a Libia, Yemen, Bahrein, Marruecos, Siria y están apenas contenidas en otros países árabes.

[cita]En el trasfondo de la situación árabe esta la reivindicación Palestina, la plaza árabe está con Palestina y si uno o varios de estos regímenes se transforman en una verdadera democracia ello significará un cambio de status también del tema palestino, obligará a Israel a modificar su política y a buscar el entendimiento para la existencia de dos Estados soberanos.[/cita]

Sin embargo, existían condiciones en los países árabes para el asomo de una revuelta de una sociedad civil que crecientemente contestó un modelo de enquistamiento en el poder de los militares y la monarquización de la política.

Muchos árabes comenzaron a preguntarse por qué vivimos en condiciones de pobreza, vulnerabilidad y sin futuro para los jóvenes si nuestros países nutren de petróleo y gas al mundo y si nuestros gobernantes acumulan riquezas incontrolables.  En estos decenios se han producido cambios políticos y económicos significativos que han modificado las viejas  estructuras sociales. Nuevos sectores emergentes, capas medias más instruidas, profesionales y 200 millones de jóvenes son la base social de las protestas árabes contra regímenes dictatoriales y monarquías desgastadas, corruptas, que han gobernado cercenando cualquier libertad. La apertura económica a Occidente y la instalación de centenares de empresas europeas ha comportado una contaminación de hábitos, de culturas, de ideas y también de expectativas políticas y económicas por parte de la población.

Un rol esencial tienen los medios de comunicación global.  Esta revuelta es también hija de la globalización, de la TV satelital, de la revolución de la información y de las comunicaciones que crea las redes sociales.  Todo ello permite a la población traspasar el férreo control interno establecido por los regímenes sobre los aparatos comunicacionales e instalar visiones distintas, pensamiento crítico.  Ello ha contribuido a crear una nueva ciudadanía árabe, una conciencia árabe colectiva ya extendida y potente, una elite árabe libertaria y en esto el rol de la TV árabe Al Jazeera ha sido fundamental.  Se crea una identidad popular árabe y en el caso de Túnez y de Egipto, este largo proceso ha permeado incluso a las Fuerzas Armadas.

Alí y Mubarak cayeron cuando cientos de miles de personas se tomaron las plazas y las calles.  Pero la plaza Tharir no bastaba.  El hecho de que las Fuerzas Armadas no estuvieran dispuestas a disparar contra los manifestantes precipitó el fin de estas dictaduras.

Una conclusión fundamental es que las movilizaciones sociales rompen el eje que ha dominado la política árabe y su imaginario internacional: dictaduras o fundamentalismos islámicos.  Esta dicotomía invisibilizó a toda la sociedad civil y política, a las fuerzas progresistas árabes que siempre han existido, pero que estaban sumergidas en este eje utilizado por las dictaduras para permanecer en el poder. “O yo o el caos” decía Mubarak en los primeros días de las protestas en Egipto justamente chantajeando a la comunidad internacional con el peligro del islamismo radical.

Sin embargo, los movimientos no son esencialmente religiosos, sino sociales, autónomos, no dirigidos por un partido.  Aún cuando la Hermandad Musulmana, sunita y que crea redes sociales paralelas al Estado, participa y es un actor relevante, las movilizaciones no nacen de ella.  Es una revuelta impregnada en otros valores. Quien pierde en esta hora, con los nuevos movimientos árabes, son los regímenes autocráticos y el fundamentalismo islámico que ya no puede ser esgrimido como la alternativa al poder de las dictaduras y de las monarquías absolutas.

Caídos los regímenes de Alí en Túnez y de Mubarak en Egipto, la transición en estos países es clave para el futuro del mundo árabe.   Si lo que se instala en esta transición, son regímenes con fuerte preeminencia de las Fuerzas Armadas, y se captura así al movimiento social, se tenderá a repetir el pasado y no habrá un cambio sustantivo y si ello ocurre, paso a paso la alternativa del fundamentalismo islámico más radical volverá a aparecer en el escenario.

Las potencias occidentales debieran contribuir, sin embargo, a que la transición culmine con la instalación de regímenes democráticos, elecciones transparentes con oportunidades de participación para todos, con parlamentos que reflejen la composición real de la sociedad civil actual y con un Estado de Derecho que ciertamente tardará en madurar.  Por ello los opositores democráticos en Egipto, encabezados por el Premio Nóbel de la Paz El Baradie, votaron No en el reciente plebiscito. Compartían las reformas aún cuando eran partidarios de una nueva constitución. Pero se pronunciaron por que hubiera más tiempo para instalar el proceso en la sociedad, más tiempo  para crear una mínima institucionalidad que garantizará la viabilidad y credibilidad de las elecciones. Las elecciones en el corto plazo favorecen al Partido Nacional, que presenta, con otros rostros y algunas  convicciones nuevas,  al viejo poder heredado de Mubarak, y favorecen también a la hermandad musulmana e impide que el resto de las fuerzas se reorganicen o se constituyan como tal.

Si hay una instalación de regímenes democráticos en Túnez, y sobre todo en Egipto, país árabe por excelencia de 90 millones de habitantes, ello será un mecanismo propulsivo muy poderoso para la democratización del mundo árabe.  Fortalecerá a los movimientos populares árabes, que transformarán en un ejemplo a los nuevos regímenes democráticos, los cuales pueden representar un gran terremoto, un verdadero enjambre sísmico, para la caída de las dictaduras y para la democratización del mundo árabe.

Sin embargo, en el mundo árabe hay una gran diversidad.  En Yemen, donde Abdullah Sale es ya un cadáver político, el proceso llevará a la caída de la tiranía y allí los temas sociales, de extrema pobreza, son los más relevantes.  Yemen es un país pobre, sin petróleo, con 28 millones de habitantes y un crecimiento demográfico explosivo, con una sociedad ancestral y patriarcal muy fuerte y donde todo es más incierto en relación a lo que vendrá después de la caída de Alí.

En Siria, hay un régimen hereditario, fuertemente militarizado, que vive en el Sur del país grandes protestas, violentamente reprimidas por el régimen de Al Assad.

En Bahrein, donde la estabilidad del régimen es muy precaria y las protestas arrecian, se produce la paradoja que mientras la comunidad internacional manda tropas a Libia para impedir la masacre de los opositores  a Gadafi, en este país la misma comunidad internacional permite el ingreso de tropas de Arabia Saudita para lo contrario, para reprimir a los manifestantes que lucha por la caída del dictador.

Por cierto, Libia, es también una realidad propia. Hay que recordar que Gadafi encabezó un golpe militar de jóvenes oficiales nasseristas en 1969 y derrocó el Rey Idris.  La sociedad líbica es patriarcal, con cerca de 140 clanes distribuidos en el territorio nacional.  Predominan los clanes Warfalla, que reúne a 1 millón y medio de habitantes, y el clan Qadafa, de donde proviene el propio Gadafi.

En 42 años de un  régimen basado en la ideología del Libro Verde inspirado en el Libro Rojo de Mao, donde Gadafi mezcla teorías maoístas, consignas nacionalistas, tesis rousseuanianas, sostiene una democracia directa de tipo asambleístico y teoriza una revolución sin Estado, una Jamahiriya, estado de masas sin instituciones definidas. Esta estructura ha impedido la existencia de toda posibilidad de partidos y de sociedad civil organizada, más allá de aquella que Gadafi construyó a su alrededor. Hay que comprender que en Libia la pertenencia a un clan es anterior y más fuerte que la ciudadanía del país.

Gadafi transformó los clanes y tribus en una nación, gobernó  con una alianza sanguínea, patriarcal, entregando altos cargos a los jefes de los clanes en el ejército, la administración pública, los negocios.  Su no Estado, ha sido la alianza entre los comités revolucionarios y las redes clánicas, gobernadas por el clan familiar Gadafi y con Fuerzas Armadas – relativamente pequeñas, entre 10 y 12 mil soldados, 800 tanques, 1000 blindados y 394 aviones – estrechamente ligadas a los clanes, y hasta ahora básicamente fieles a Gadafi, y con una componente mercenaria africana, proveniente de Nigeria, Chad, Sudán y Malí, que ha jugado un rol determinante en la represión a la revuelta líbica.

La crisis se produce porque parte de esas alianzas y de la estabilidad impuesta por Gadafi, se ha roto en virtud de la dinámica impuesta por las revueltas árabes en Egipto y Túnez que contagiaron a los jóvenes en Trípoli. Ellos se volcaron antes que nadie a las calles y fueron de inmediato reprimidos. Se movilizan también sus enemigos históricos: los clanes Warfalla, dominantes en Bengasi, y donde Gadafi no ha podido nunca tener una hegemonía plena y no ha logrado dominar a opositores que han sido armados desde Egipto ya que cuentan con el apoyo de las nuevas autoridades militares de ese país. Pero también Gadafi ha perdido el apoyo de los clanes Zuwayya, que controlan los yacimientos petrolíferos, los Zintan, los Rojaban, los Riaina y se encuentra debilitado por el asedio de los ataques de mísiles internacionales. Sin embargo, Gadafi ha mantenido a su lado además del clan Qadafa al clan Al – Magarha que es la segunda mayor tribu después de Warfalla.

Lo que vivimos en Libia es una Guerra Civil de un Ejército regular que a punta de tanques y bombas se enfrenta a milicianos armados y a civiles totalmente desprotegidos.  La situación de hoy es que Gadafi y sus tropas controlan la mayor parte de las ciudades en el Oeste líbico y aún cuando ha tomado posesión de Misurata, y podrían aún tomar posesión de Ajdabiva, no logra entrar a la ciudad de Bengasi que es controlada totalmente por los rebeldes.

Es en este contexto en que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas decide intervenir militarmente para proteger a la población agredida por las fuerzas armadas de Gadafi.  La resolución habla de crear una zona de exclusión  aérea, lo que ha permitido el bombardeo por parte de EE.UU, Francia, Inglaterra, España e Italia con la venia, además  de la Liga Árabe.  La ONU parece aprender del error cometido en Ruanda en 1994 donde frente al genocidio que allí se produjo se restó indiferente y no intervino y fue a partir de esta experiencia que en el año 2005 aprobó el principio de la “responsabilidad de proteger” las poblaciones amenazadas por los propios regímenes con la imperativa aprobación del Consejo de Seguridad.

Es este el principio invocado en estos días, a través de la resolución 1973, para el ataque a Libia que está consagrado en  Carta de la ONU, que pide al Consejo de Seguridad acertar la existencia de una amenaza a la Paz, a una violación de la Paz, de un acto de agresión contra la población y que le permite llevar a cabo acciones para restablecer la paz y la seguridad internacional.

Por ello, la intervención militar occidental en Libia no es comparable a la intervención norteamericana en Irak.  Sin embargo, ella plantea problemas, contradicciones y consecuencias que pueden ser de gravedad.

Uno de ellos es que no se puede intervenir en Libia para proteger a la población sin utilizar el mismo criterio en otros países árabes donde las revueltas están siendo violentamente reprimidas por los regímenes.  No se puede realizar esa acción militar en Libia para proteger a los rebeldes y a la vez hacer vista gorda al ingreso de las tropas saudíes en Bahrein para aplastar a los rebeldes  de este país.

El otro gran problema es si esta operación militar de occidente, resuelta tardíamente, no divida definitivamente el país en dos zonas, una al Este controlada por los rebeldes, con capital en Bengasi y otra al Oeste, con capital en Trípoli controlada por Gadafi y que al final Libia termine como Somalia, en un país totalmente dividido, dominado totalmente por los clanes y con tropas de la ONU entre medio para impedir a cada minuto una guerra tribal.

Hay que tener presente, además, que los clanes y la población líbica tiene aún fresca en la memoria el dominio italiano fascista sobre su territorio y el centenar de miles de muertos que ello significó. Si la guerra se alarga, el sentimiento nacionalista favorecerá a Gadafi. Ningún clan impuesto por la fuerza militar exterior puede tener legitimidad para gobernar sobre los demás.

En Europa el bloque occidental no es compacto.  Hay fuertes contestaciones a la acción de estos gobiernos en sus propios parlamentos.  Alemania no participa. Parte importante de los integrantes del Consejo de Seguridad y de las potencias mundiales, Rusia, China, India, Brasil, entre ellas, piden terminar con las acciones militares en Libia.

Retrocede la propia Liga Árabe que comprende que no puede apoyar totalmente las acciones militares contra Libia sin que éstas en algún momento puedan revertirse en contra de sus propios regímenes.  En Francia, Sarkosy, tarde o temprano enfrentará a su propia población árabe que en algunas ciudades representa ya el 25% de la población y en el país a cerca de un 10%. La crisis líbica significa el aumento del precio del petróleo a 110 dólares el barril y una caída del euro, además de la llegada ya de 300 mil refugiados, todo lo cual crea una grave dificultad a los europeos y los obliga a buscar una salida mas allá de las acciones militares. La gran incógnita es si occidente estará a favor o en contra de la historia, por la democracia en el mundo árabe o por el equilibrio y el resguardo de los intereses petrolíferos. Pero cuidado, porque esta vez la historia, como ya ocurrió con la caída del muro de Berlín, les puede pasar por encima.

Es claro el mundo árabe se está librando una batalla democratizadora que, de rebote, podría producir una Revolución Geológica en el sistemas de Estados de la zona. En el trasfondo de la situación árabe esta la reivindicación Palestina, la plaza árabe está con Palestina y si uno o varios de estos regímenes se transforman en una verdadera democracia ello significará un cambio de status también del tema palestino, obligará a Israel a modificar su política y a buscar el entendimiento para la existencia de dos Estados soberanos en la zona como condición para su propia seguridad y existencia y los propios palestinos estarán obligados a generar un acuerdo entre la Autoridad Nacional Palestina y Hamas para aprovechar a su favor la nueva situación que se crea.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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