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La revolución democrática que se avecina

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Adolfo Castillo
Por : Adolfo Castillo Director ejecutivo de la Corporación Libertades Ciudadanas
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Es urgente un gran acuerdo democrático entre actores sociales y políticos que establezcan las bases de desarrollo de una nueva democracia y de un orden económico y social solidario e incluyente, donde la voz social sea integrada activamente en los diseños que adopte ese proceso, al tiempo que se definan las vías y formas de trabajo para convocar a la recuperación del Estado para la sociedad, hoy cautivo de los intereses privados. La revolución democrática se ha iniciado.


No es sostenible a estas alturas del proceso político que vive Chile sostener que las demandas estudiantiles son actos aislados urdidos en las sombras por grupos antisistémicos o acciones extemporáneas ajenas al clima nacional. Los hechos siguen demostrando que irrumpe una nueva sociabilidad democrática fuertemente enraizada a los anhelos de las grandes mayorías del país, pre configurando el relieve de proyectos de renovación y recambio político y generacional con perspectiva de poder.

La crisis del orden político ideado en la dictadura sigue dando muestras de su inoperancia para expresar adecuadamente los intereses y demandas del nuevo Chile; como nunca la brecha entre gobernantes y gobernados había alcanzado los actuales límites, donde la mayoría social se ve sometida a la tiranía de las minorías políticas y elites insensibles a las dificultades que padece en el día a día, donde no parecieran existir puentes ni voluntad para avanzar hacia otro orden, abriéndose la perspectiva y convicción de que la salida a la crisis será mediante la formación de nuevas alianzas político – sociales, del recambio político y de la construcción democrática de una propuesta de cambio que abra paso a un nuevo orden estatal.

Claramente las actuales alianzas políticas se ven más como herederas y productos de la dictadura que proveedoras de nuevas certidumbres y esperanzas para la sociedad. La Coalición por el Cambio es la síntesis y núcleo del pinochetismo, aun cuando se intente ocultar ese vínculo vergonzante con los horrores que singularizan el legado de Pinochet; lo que queda de la Concertación, es el recuerdo de una alegría que nunca llegó y un grupo de amigos que hicieron un buen negocio que aún renta pese a la pérdida de acciones y credibilidad. Claramente no son apuestas ganadoras, sólo artefactos de reproducción de poder y privilegios y de eso Chile está hastiado. Por cierto, a estas alturas son poderes fácticos que se han apropiado del Estado haciendo uso de una institucionalidad que hizo posible su auto reproducción. Gestionar el Estado en todos sus niveles, en medio de una crisis de confianza nacional es una forma nueva de corrupción.

Todo el debate sobre alianzas, o el lugar del centro y de la izquierda, y los sueños de partido bisagra , el súbito sentido de responsabilidad de otros, no son sino expresiones groseras de la crisis de sentido que vive el enfermo terminal, alejado de los efectivos problemas de las mayorías sociales.

Transitar hacia una renovación de los acuerdos estratégicos político sociales requerirá de la conjunción creciente de la conexión de demandas nuevas e históricas, y de la elaboración de plataformas que hagan posible la construcción democrática de proyectos colectivos con perspectiva de transformación, proceso que ya se ha iniciado con la irrupción orgánica del movimiento estudiantil, que anuncia la recomposición de los anhelos y deseos sociales por justicia, igualdad y democracia.

Tales cambios suponen la renovación de los liderazgos políticos. No es sostenible para la nueva etapa que comienza a transitar Chile continuar con los mismos actores que se mueven en las viejas categorías de la política del siglo XX; el recambio es necesario y será el resultado de la reconstrucción de la propia política.

En lo inmediato, es urgente un gran acuerdo democrático entre actores sociales y políticos que establezcan las bases de desarrollo de una nueva democracia y de un orden económico y social solidario e incluyente, donde la voz social sea integrada activamente en los diseños que adopte ese proceso, al tiempo que se definan las vías y formas de trabajo para convocar a la recuperación del Estado para la sociedad, hoy cautivo de los intereses privados. La revolución democrática se ha iniciado.

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