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La burbuja del 39 % Opinión

La burbuja del 39 %

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Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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Es muy poca gente para fundar la legitimidad del modelo tal como viene funcionado, y nada indica que los abstinentes no puedan convertirse en una avalancha asistémica que convocada en el populismo barra con todo. Mayor ilusión es creer que si van a ir a votar, lo harán con la racionalidad del buen padre de familia del Código Cívil, reencantados por la buena nueva de la misma política algo enchulada.


En toda elección alguien gana y alguien pierde. Se supone que celebran los que ganan y se lamentan y explican los que pierden. Y se supondría hay evolución o cambio. En Chile la regla es que nadie pierde y nada cambia. Todos los dueños del poder ganan porque, en algún nivel de la escala de poder que controlan, algo es plausiblemente positivo y permite, si no celebrar, al menos explicar satisfactoriamente los resultados. Y sobrevivir.

Luego de un largo fin de semana, la elite nacional seguramente volverá reconfortada a la explicación de lo ocurrido en las elecciones. Hablará de reencantar a la ciudadanía que no fue a votar, a la promesa de hacerlo bien, a la coyuntura del cambio de gabinete, al pato cojo más cojo y solitario de todos los presidentes de la era democrática, a la espera de Bachelet.

Explicarán, sin base de ninguna especie, que es natural que en los sistemas de voto voluntario haya alta abstención. Los domina el síndrome del Ángel Exterminador (por el film de Luis Buñuel), como una clase política encerrada en sí misma, rumiando el más primitivo instinto de supervivencia, comiéndose unos a otros, fuera de la realidad del país.

El 39 % de votos emitidos es una burbuja porque, en estricto rigor, hoy existen 8 millones de ciudadanos que no han querido participar pero pueden votar cuando quieran. Descontando las naturales deserciones, buscar los votos no implica hoy siquiera tratar de competir. Simplemente hay que ir a pescar a esa enorme cantera para, eventualmente, encontrar adhesiones.

[cita]Es muy poca gente para fundar la legitimidad del modelo tal como viene funcionado, y nada indica que los abstinentes no puedan  convertirse en una avalancha asistémica que convocada en el populismo barra con todo. Mayor ilusión es creer que si van a ir a votar, lo harán con la racionalidad del buen padre de familia del Código Civil,  reencantados por la buena nueva de la misma política algo enchulada.[/cita]

Ello significa que el padrón está abierto a cualquier corredor libre que desee tomar riesgos e invertir dinero en una campaña presidencial con propuestas audaces, por ejemplo el fin de la UF, la nacionalización de los fondos previsionales depositados en las AFP, el término de las Isapres, el retorno de los derechos de agua al Estado y su otorgamiento como meras concesiones, el término de los peajes viales y carreteras gratis, el término de las sociedades anónimas deportivas, y un etcétera largo. No califica la educación gratuita pública y de calidad porque ella ya es una realidad en muchas economías capitalistas serias, sin gobiernos populistas, y en Chile, aunque la elite no lo crea, es un sentido común amplio.

Tomando en cuenta la cantidad de posibles competidores presidenciales y la existencia de la segunda vuelta, hacer lo anterior podría ser hasta un negocio. Seducir públicos con cualquier fin, en la era de la información y el marketing total es arduo, pero no imposible.

El resultado del domingo pasado es una expresión clara que el sistema finalmente ha quedado expuesto y ellos expresan un malestar con el modelo. No con la democracia, porque en un sistema de voto voluntario abstenerse tiene también un significado de libertad política democrática, ambigua es cierto, pero lo tiene.

Es efectivo que la gente que votó lo hizo mayormente contra el oficialismo, en cierta medida porque expresa un potente malestar de clase media y el gobierno actual es claramente identificado con los males de la economía que golpean mayormente a este sector. Es la clase media la que vive endeudada, la que paga una salud entre las más caras del mundo, y la educación de sus hijos con hipotecas en los bancos, la que sufre con las tasas de interés que le aplica el retail.

Pero en estricto rigor, todos los dueños del poder quedaron amenazados, los dueños del poder tal como se ejerce actualmente, con sistema electoral binominal, con Constitución de 1980, con leyes orgánicas constitucionales, con democracia indirecta en las regiones, con mucho dinero para poder competir.

De ahí lo impropio de extasiarse en el análisis de la burbuja del 39 %. Es muy poca gente para fundar la legitimidad del modelo tal como viene funcionado, y nada indica que los abstinentes no puedan  convertirse en una avalancha asistémica que convocada en el populismo barra con todo. Mayor ilusión es creer que si van a ir a votar, lo harán con la racionalidad del buen padre de familia del Código Civil, reencantados por la buena nueva de la misma política algo enchulada.

Este es quizás el punto de mayor presión sobre la expectativa del retorno de Michelle Bachelet y que la convierten de facto en el ángel custodio del modelo, para moros y cristianos. Ella, al parecer, tendría las llaves de la estabilidad y disminuiría el riesgo, pero eso, lo saben los dueños del poder, hay que negociarlo y se transforma también en un Talón de Aquiles.

Los analistas no se han cansado de mencionar que la revolución de los pingüinos el año 2006 marcó una inflexión en el desarrollo político del país. Por la aparición de las primeras oleadas de una generación digital, nacida de la democracia y el mercado, sin otro ícono de autoridad que la propia consciencia acerca de sus necesidades. Directos, veloces, empíricos, irreverentes, los pingüinos y sus movilizaciones cambiaron el escenario político, ya en el gobierno de la doctora.

Pocos recuerdan que el 14 de julio del 2008, durante un diálogo “participativo” sobre la ley de Educación en el Hotel Crowne Plaza, la ministra de la cartera, Mónica Jiménez de la Jara, fue enfrentada por una estudiante del Liceo Darío Salas, María Música Sepúlveda, quien le arrojó un jarro de agua a la cara porque no la escuchó. Todo el mundo político condenó el acto como una ofensa grave a la autoridad. Los estudiantes lo aplaudieron como una reivindicación política porque la ministra “le faltó el respeto a los derechos del niño, a los derechos humanos, a los estudiantes que han sido golpeados. Yo encontré una ofensa mucho más grave lo que ella hizo”, dijo Música Sepúlveda.

Esa generación, ya mayor de edad, no vota o va muy poco a las urnas. Y los que vienen acompañando la generación de Eloísa González y otros más pequeños, hace rato vienen anunciando no estar ni ahí con “su sistema”. Y estos son jóvenes organizados, que se movilizan. ¿Y los otros? ¿Aquellos que dejaron la escuela y mal viven en trabajos precarios y esporádicos?, los de las barras bravas o la simple periferia que ya son parte del narcopoder?

Es verdad que se requiere algo de sociología, no de encuestas, para encontrar la sintonía más profunda del nuevo padrón electoral chileno. Lo que sí es evidente es que no hay espacio para estar eufórico, incluso si se tiene un candidato tan bien aspectado a la presidencia como Michelle Bachelet. Usando las viejas imágenes de la política, que tanto le gustan a la elite nacional, se puede decir que hay una mayoría silenciosa inquieta en las sombras que acaba de enviar un mensaje, pero no sabemos cuáles son sus contornos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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