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La selección de los estudiantes y los problemas estructurales de la Educación en Chile Opinión

La selección de los estudiantes y los problemas estructurales de la Educación en Chile

Sebastián Donoso
Por : Sebastián Donoso Instituto de Investigación y Desarrollo Educacional de la Universidad de Talca. sdonoso@utalca.cl
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Cuando quiebra una empresa educativa no se le puede decir al estudiante “te equivocaste, parte de cero, pero te devolveremos la plata en algún momento…” hay algo más, hay un problema valórico y ético de esta sociedad que debe responsabilizarse por las instituciones, eso implica regular, lo que es un contrasentido con el mercado, por ende el mercado no debe operar en materias educacionales, eso está más que claro.


Hace unos días se dio a conocer el informe de la evaluación del sistema de selección y admisión basado en la PSU realizada por una consultora internacional. Este es un tema importante para el país, las instituciones, los estudiantes y sus familias, cualquiera sea el orden de los factores que se quiera considerar.

Los comentarios que realizo son a título personal, y no representan a ninguna institución a la que pertenezco, ni comité de que participo (Comité Técnico Asesor de la PSU del CRUCH); igualmente no buscan hacer una defensa corporativa de la PSU; ni tampoco se asientan en la teoría del “pareo o empate” de problemas entre la PAA y la PSU; por el contrario, creo que este problema se solucionaría con más facilidad en tanto se encaucen debidamente los temas de carácter estructural que afectan a la educación superior.

La hipótesis que guía este comentario es que el sistema de educación superior chileno padece de un severo problema de articulación vertical y horizontal de sus componentes, asociado a una enorme desregulación en su actuar, derivando ello en al menos dos situaciones de distinto orden de importancia: primero, un sistema de formación de capital humano basal y avanzado muy heterogéneo, el cual por lo mismo constituye una auto-amenaza para alcanzar logros de alta calidad para la educación superior, y segundo, un sistema de selección de estudiantes que refleja esta situación, es decir, es consecuencia de los aspectos anteriores.

Antes de seguir adelante quiero dejar plenamente asentado que el sistema de selección de estudiantes de pregrado basado en la PSU requiere de cambios, algunos menores y otros más relevantes, varios en la línea del informe “Pearson” y otros sobre los que el informe no se pronuncia. No obstante, siendo necesarios de llevarse a cabo en un plazo prudente, su impacto sobre la calidad del sistema de educación superior es más secundario que central, de no mediar otros cambios- al tenor de los que se mencionan.

En la “pseudocultura” educacional chilena creemos en demasía que una buena selección de estudiantes soluciona todos los problemas de la educación y es garantía absoluta de buenos resultados, aunque la evidencia empírica no diga lo mismo, más aún cuando prácticamente se selecciona por un conjunto muy reducido de variables, como es el caso. De esta sobre-importancia de la selección, dos ejemplos, uno reciente (2007/ 2008): la defensa a ultranza de los empresarios privados de la educación escolar subvencionada ante la propuesta del proyecto del Ley General de Educación (LGE) de prohibir la selección de estudiantes, cuestión que quedó formalmente aceptada hasta el 6to. grado escolar, aunque la razón de ello pudo estar en otro tema, en síntesis, seleccionar da la imagen de mayor “exclusividad” y mayor exclusividad permite cobrar más por el servicio. El segundo es la larga historia selectiva del sistema de educación superior nacional, que detallo más abajo. El énfasis en la selección se hace en desmedro de los procesos educativos. Entregar una sobre- atención a la selección, incluso en la educación escolar obligatoria, es quitar relevancia a lo más importante: el proceso de enseñanza – aprendizaje, elemento clave que le da sentido a la formación en todo nivel. Se entiende que las instituciones educativas son para que los estudiantes aprendan y, como tal, ser responsables de las oportunidades educativas, de los procesos formativos, etc. Si el aprendizaje depende esencialmente de la selección, no tendría pleno sentido lo que sigue, los estudiantes aprenderían solos, sin mediar currículo, prácticas, oportunidades, docentes, etc. Ciertamente, una buena selección ayuda, pero no es más que eso, una ayuda, cuestión sobre la que se volverá.

[cita]Llevamos 30 años compitiendo, bajo el “mítico” paradigma que la competencia mejora y que el mercado regula, con suficiente evidencia que no es tal y además, a un costo muy elevado para estudiantes, familia y la misma sociedad. Hasta la fecha tanta maravilla no se ha visto. Es más ¿podríamos garantizar que estamos produciendo buenos profesionales? ¿Cómo podemos garantizarlo?[/cita]

Nuestro país posee una larga tradición en materia de instancias o sistemas de selección de estudiantes para la educación superior, instalados prontamente en el siglo XIX, fueron “mudando” –con cierta tardanza respecto de la demanda de los tiempos- en los años 30 el sistema Bachillerato, que una década antes de su reemplazo por la PAA (1956) ya acusaba problemas severos de confiabilidad y capacidad predictiva, como lo manifestara Erika Grassau destaca directora del Instituto de Estudios Estadísticos de la Universidad de Chile, no obstante se tardó una década en su renovación por la PAA.

Los estudios sobre la PAA en materia de confiabilidad y validez, y del sistema de selección basado en esta prueba mostraron problemas importantes ya a fines de los 70, y en los años 80’ se introdujeron modificaciones, no obstante a comienzos de los 90’, los trabajos de Erika Himmel y su equipo como también del DEMRE, más otros informes y estudios del mismo Consejo de Rectores mostraban que la PAA tenía problemas muy relevantes como instrumento de selección. Estaba afecta al capital social del estudiante, es decir más que medir al estudiante, evaluaba “el capital social y económico del hogar en que había sido formado”, a lo cual se sumaba –entre muchas otras falencias- que estaba afecta a entrenamiento, a madurez del participante, de forma las “aptitudes” que formaban la base de la medición, que teóricamente se señalaba que eran de lento desarrollo, en los hechos quedó ampliamente demostrado que habían cambios anuales de tal magnitud en materia de puntajes (por ejemplo mejoras de puntajes cercanas a los 50 puntos promedio solamente por dar por segunda vez la prueba en un par de años), que hacían necesaria una cirugía mayor. Ello mermaba su capacidad predictiva, reduciéndola con suerte al primer año de estudios superiores, cuestión que no es en si negativa, dependiendo del paradigma que se quiera emplear, para los “metristas” ello podría ser considerado una debilidad.

Tres anotaciones de distinto orden antes de continuar con la secuencia de cambios. La primera, la célebre reforma de la educación superior del año 1980 cometió un tremendo error. Asoció los puntajes PAA a la provisión de recursos financieros para las instituciones de Educación Superior. El famoso AFI, no hizo sino desvirtuar el sentido de un sistema evaluativo en educación. Esta medida es una perversión para un sistema de educación que muestra una ignorancia que raya en la perversidad, de no ser ignorancia. Primero, contamina dos cuestiones que no deben estar relacionadas en ninguna circunstancia, los resultados de logros de estudiantes en pruebas con recursos financieros para las instituciones. Segundo, premia a los estudiantes que tienen más recursos, por confirmar el paradigma “que efectivamente han tenido más oportunidades y por eso logran mejores resultados”. Tercero, el gran fundamento de “mercado” del AFI es que se trata de un indicador de calidad, definido como el reconocimiento que hacen los clientes (estudiantes) a la calidad al seleccionar una universidad”, ello es no entender mucho que las decisiones en este campo están intermediadas decisivamente por “localización y precio” antes que calidad. No siempre un buen estudiante podrá asistir donde quiera, si el centro de estudios está a muchos kilómetros, o no tiene los recursos para ello, etc. Cuarto, se premia a las instituciones de Educación Superior, cuando en los hechos poco han participado de la formación de ese estudiante, si lo ha sido su familia y el establecimiento escolar. Es decir, los que hicieron la pega “bien, gracias”, los que no la han hecho sino que la van hacer, son premiados previamente.

En esta línea, todas las instituciones de educación superior cambiaron post 1980 su estructura de ponderación de la PAA. Es decir, le dieron una ponderación muy alta, casi desmedida, para así captar alumnos con mejores puntajes (no necesariamente mejores alumnos), para obtener más recursos financieros, además porque la reforma había reducido los recursos hacia las universidades. Esta sobre-representación de los puntajes afectó además la predictividad de los resultados al menos por una década, sin que los autores de esa absurda medida se hicieran cargo de este desastre silencioso.

Segundo, se ha buscado por diversos medios corregir este error, tras 20 años de su primera sugerencia se incorporó la bonificación de notas (mal llamada ranking) seguida de una serie de críticas más ideológicas que reales. Pero detrás de este tema hay demasiados intereses, no solamente financieros de algunas instituciones de enseñanza superior, sino también de ciertos preuniversitarios y de la industria de educación superior en general que ha mostrado ser demasiado rentable, por lo cual amerita que siga desregulada.

Suprimir el AFI es “sencillo”, podría transformarse en becas para estudiantes del primer quintil, ¿quiten contar con la PAA/ PSU como én podría negarse? … seguramente quienes no reciben estos estudiantes, para que cambie de opinión podríamos compensarle por un par de años con un aporte sustentado en el promedio histórico de este ítem, para no enemistarnos.

Tercero, si hoy estamos cuestionando un sistema (PSU) que con todo responde a parámetros aceptables en materia de normas de medición (confiabilidad, validez y capacidad predictiva), en los más de 30 años tras la reforma del 80, la mayor parte de los estudiantes de las instituciones privadas no tradicionales ha sido seleccionado sin contar con la PAA/ PSU sino referencialmente. Solamente desde hace dos años, algunas UES privadas se han incorporado al sistema PSU. La pregunta es si el sistema PSU con todo el soporte que tiene presenta problemas de confiabilidad que afecta su capacidad predictiva, ¿cuántos problemas registran en este ámbito los sistemas que cada centro superior ha implementado? … ¿Por qué no se evalúa esta materia por una consultora internacional?

Si somos creyentes absolutos en los sistemas de selección, deberíamos ser consistentes y cuestionar seriamente a los graduados de estos centros. Y por tanto confirmar que la desregulación del sistema ha permitido que esto se produzca, que cada institución seleccione bajo los criterios que quiera, gravando las imperfecciones de los procesos de selección con mayor fuerza al sistema privado de educación superior que al del Consejo de Rectores.

Alguien preguntará ¿y la acreditación institucional y de carreras tiene algo que decir? Sí tiene, pese a la innoble dirección que le imprimieron algunos directivos del sistema y de los centros de estudios superiores, no es algo que haya que desestimar del todo. De igual forma todo lo obrado seriamente por las instituciones, incluyendo el sistema de selección valen y deben ser rescatados en su esencia.

Para concluir, nuestros sistema está desregulado, no existen mayores obligaciones de las instituciones en esta y otras materias, lo cual es grave, pues se entiende que los títulos que entregan, representan una equivalencia mínima de competencias que debería estar garantizada inicialmente desde la selección. Es decir, deberíamos exigir sistemas de selección con estándares adecuados para todos, adscriban o no al sistema PSU, y quien no lo haga deberá demostrar la capacidad y calidad del suyo. Al menos por dos razones: una, para que el “orden” de los postulantes que genera un sistema de selección responda a criterios validados y consistentes con los requerimientos y competencias de la profesión a la que ingresan y, segundo, algo muy relevante que ha estado ausente del sistema privado en muchos casos, definir un mínimo de requerimientos que garantizan que los estudiantes podrán tener éxito en sus estudios. Es decir, establecer un sistema de puntaje que sea aceptado como mínimo (con fundamento) y que transparente esta condición para que los estudiantes y sus familias puedan diferenciar las promesas reales de éxito, de los “engaños”.

Complementariamente, el principal problema que tenemos en la educación superior en este ámbito es la retención de los estudiantes, al menos un tercio sino más de quienes ingresan a la Universidad al tercer año abandona sus estudios. Aquí hay diferencias muy importantes entre cada institución. Ello tiene varias causas, desde las instituciones que se ofertan vacantes sin que detrás de ellas existan las verdaderas oportunidades para que el estudiante con deseos de aprender lo pueda hacer: disponibilidad adecuada de textos, campos de práctica, docentes y ayudantes, etc. ¿Quién regula esta situación?

¿Quién puede hacer cumplir el contrato tácito que si se oferta una vacante es que la institución dispone de las oportunidades (no solamente de una silla en una aula) para que el estudiante aprenda?…  el mercado.

¿Qué pasa cuando una universidad no cumple, cuando quiebra, etc.?….. el mercado. ¿Quién le devuelve no solamente la inversión financiera sino los años invertidos a ese estudiante y su familia en una falsa promesa?… el mercado.

¿Qué ocurre con la oferta indiscriminada de carreras, con la saturación de oferta de carreras y de instituciones? ….. el mercado. Con los campos de práctica… el mercado.

Llevamos 30 años compitiendo, bajo el “mítico” paradigma que la competencia mejora y que el mercado regula, con suficiente evidencia que no es tal y además, a un costo muy elevado para estudiantes, familia y la misma sociedad. Hasta la fecha tanta maravilla no se ha visto. Es más ¿podríamos garantizar que estamos produciendo buenos profesionales? ¿Cómo podemos garantizarlo?

Si aceptamos que la formación y el campo profesional es más complejo y extenso que antes, no se entiende mucho que sigamos haciendo selección de estudiantes basado en una reduccionismo extremo de calificaciones de enseñanza media y resultados en pruebas de algunas áreas, casi todas asociadas entre si. En las UES más prestigiosas del mundo anglófono, que tanto nos gusta mirar, no se selecciona solamente por estos criterios, es más, prácticamente nadie lo haría. Se consideran además antecedentes de la vida escolar del estudiante, de sus actividades extracurriculares, de su vocación e intereses, de la opinión de sus profesores, y de una entrevista personal, etc.

¡Que es más caro este proceso, indudable, que es mejor, indudablemente!

¿Cuánto le cuesta al país anualmente la deserción en la educación superior? …estimativamente US$ 200 millones al año (sino 300)…. ¿Eso no es caro? …podríamos invertir en un mejor sistema de selección, … sí, pero para que este esfuerzo valiera la pena necesitamos un sistema de educación superior bien regulado, que mida correctamente, que transparente los mínimos requeridos para alcanzar con éxito una profesión, que defienda a los estudiantes ante ofertas de carreras no sustentadas, ante instituciones que quiebran, etc.

La articulación entre los niveles es un tema aparte, relevante, hoy no existe y es algo que debe ser incorporado para que haya abusos, sino mejor inteligencia en todo plano.

La preocupación que ha mostrado la autoridad ministerial por los temas de duración de carreras y por la selección son importantes, pero si tenemos dudas acerca de las competencias iniciales de los estudiantes ¿no es mejor garantía que estudien más años? así al menos hay mayores probabilidades de que aprendan más.

Carreras más cortas pero sin mercado laboral tampoco son una solución. Por donde miremos el sistema hace agua, por ello, sino atacamos los problemas estructurales mejorar el sistema de selección difícilmente será una solución valedera.

La ideología neoliberal no permite regular sino mínimamente, lo que en la práctica no sirve: hay dos cuestiones que el mercado no puede solucionar y son vitales para anular su vigencia en la educación: primero, la gran asimetría de información entre oferentes (instituciones) y demandantes (estudiantes), el sistema es muy complejo para que pueda ser conocido en sus detalles más relevantes, se requiere de un ente rector que regule esta asimetría y defienda a los desinformados. Un ejemplo, existen cerca de mil aranceles de referencia de carreras en el sistema universitario ¿cree usted que un postulante será capaz de compararlos en un lapso de tiempo razonable? Segundo, la educación esta asociada indivisiblemente al tiempo, esta es una variable que no tiene compensadores equivalentes, el tiempo invertido en algo no se recupera, por lo mismo, cuando es inconducente con su objetivo, cuando no se logra la meta, no puede ser error solamente del estudiante, si aquello no fue de su responsabilidad. Es decir, cuando quiebra una empresa educativa no se le puede decir al estudiante “te equivocaste, parte de cero, pero te devolveremos la plata en algún momento…” hay algo más, hay un problema valórico y ético de esta sociedad que debe responsabilizarse por las instituciones, eso implica regular, lo que es un contrasentido con el mercado, por ende el mercado no debe operar en materias educacionales, eso está más que claro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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