Publicidad

La primarización de la política

Nicolás Mena Letelier
Por : Nicolás Mena Letelier Ex Subsecretario de Justicia
Ver Más

Reconociendo que en muchos casos las primarias son una solución necesaria y participativa para resolver el siempre complejo problema de la selección de las candidaturas de los partidos políticos, sobre todo en un sistema electoral mayoritario como el nuestro, tanto su utilización abusiva como la mutación de su uso desde un mecanismo de selección a un fin en sí mismo, pueden terminar generando graves consecuencias.


Con cierta periodicidad, en nuestra sociedad y más específicamente entre aquellos que hacen de la política un oficio, se instalan ideas o conceptos que con mucha liviandad generan grandes consensos, no obstante los evidentes perjuicios que su implementación puede llegar a ocasionar en un futuro no muy lejano.

Tras varios años de paulatino descenso de los inscritos en los registros electorales, gran parte de la derecha, principalmente Renovación Nacional, y la mayoría de los parlamentarios de la Concertación, instalaron la idea de que en este país la política sería más participativa y por ende de mejor calidad, si transitábamos desde el voto obligatorio al voluntario. De esta forma, ad portas de una campaña presidencial, en marzo de 2009 se promulgó la reforma constitucional que con un amplio consenso modificó el artículo 15 de la Constitución convirtiendo en voluntario el voto y transformando el sistema de inscripción en los registros electorales. Con esto, se materializó la reforma al sistema de votación más relevante desde el fin del voto censitario y la incorporación del derecho a voto de la mujer.

El voto voluntario tuvo su debut en la última elección municipal, y más allá de las opiniones de algunos liberales fanáticos, la mayor parte del mundo político e incluso de quienes votaron a favor de esta reforma, están hoy contestes en que el resultado fue un desastre. El dato duro es que tenemos Alcaldes y Concejales cuya legitimidad se encuentra sustentada por minorías, si se toma en consideración el total de habilitados para sufragar. Es decir, en vez de transitar a un sistema en que las autoridades representen a más ciudadanos, generamos el efecto contrario. Esto, en ningún sistema democrático es bueno y a la larga puede generar grandes trastornos en nuestro sistema de representación-

[cita]Reconociendo que en muchos casos las primarias son una solución necesaria y participativa para resolver el siempre complejo problema de la selección de las candidaturas de los partidos políticos, sobre todo en un sistema electoral mayoritario como el nuestro, tanto su utilización abusiva como la mutación de su uso desde un mecanismo de selección a un fin en sí mismo, pueden terminar generando graves consecuencias.[/cita]

Ahora estamos asistiendo a la entronización de otro nuevo fetiche, que como el anterior, obedece a tendencias transitorias sin atacar el fondo del problema de la deslegitimación del sistema político. Me refiero a las primarias.

Estas son un mecanismo institucionalizado en Estados Unidos y están íntimamente ligadas a la tradición política Norteamericana. Sus promotores las presentan en Chile como un mecanismo que nos va a permitir tener candidaturas más representativas y validadas por la ciudadanía, atenuando el pernicioso efecto del sistema electoral binominal y corrigiendo las arbitrariedades en la toma de decisiones de los partidos políticos. En la Concertación ya tienen trayectoria, fueron utilizadas bajo distintos sistemas para la selección del candidato presidencial en 1993, 1999 y 2009, y en la derecha, debutarán próximamente conjuntamente con la implementación de una ley que las institucionalizó.

En la política moderna se conocen tres sistemas para seleccionar candidaturas: la negociación política, los instrumentos de selección como las encuestas o focus groups, y las primarias. Todos estos sistemas son legítimos, todos tienes sus costos y beneficios, y algunos pueden ser más útiles que otros para la consecución de los fines que se han propuesto los partidos políticos. Pero en ningún caso existe un mecanismo que utilizado como fin en sí mismo permita corregir las fallas del sistema político y menos aún, erigirse como método dotado de una autoridad moral que lo haga más legítimo y democrático que los otros.

Las primarias voluntarias – no pueden ser de otro modo – se justifican cuando dentro de un Partido Político o una agrupación de estos, existen liderazgos que ostentan niveles de representatividad similares, haciendo hace muy difícil la selección del candidato. De no estar motivadas por este propósito, las primarias persiguen otro tipo de propósito, de tipo político y no de selección.

Esto último es lo que se ha venido dando en el último tiempo en nuestro país. Las primarias se han constituido en un procedimiento que se justifica, no como mecanismo de selección de liderazgos o contraste de ideas, sino que como “rito político”.

En efecto, los partidos políticos han enarbolado la bandera de las primarias como un ritual, ya que no se les contempla como un mecanismo dirimente de candidaturas dentro de un mismo partido o coalición, sino que como una liturgia de la cual irrumpen candidatos dotados de una legitimidad ciudadana supuestamente incuestionable.

La causa de este fenómeno está meridianamente clara. Tras veinte años de democracia y con la persistente oposición de la derecha a reformar el sistema electoral binominal que rige la asignación de curules dentro del parlamento, nuestra política se encuentra fuertemente desprestigiada, tanto por los niveles de participación ciudadana como por la legitimidad y credibilidad de los actores políticos. Si bien, tras la vuelta de la democracia la sociedad chilena exigía una democracia de grandes consensos, muchas veces a costa de la confrontación de ideas y proyectos, en la actualidad ocurre lo contrario, demandando ésta mayor diversidad en la oferta política y perdiéndose el temor de antaño al disenso, situación propia de los primeros años de la transición.

También existen razones de coyuntura política que permiten entender el que prácticamente todo el espectro político se la juegue por dicho sistema. En el caso de la Concertación, este conglomerado se encuentra rehén de este mecanismo producto de un complejo de culpabilidad que se instaló tras el desastre de las primarias del 2009 y que se agudizó con las movilizaciones estudiantiles del 2011. En la derecha en cambio, se las ve como un mal menor, ya que estableciéndolas como un sistema institucionalizado se deja tranquilos a quienes bogan por mayor competitividad, manteniendo incólume el sistema electoral binominal bajo el pretexto de que éste será más atenuado. Se piensa que recauchando el sistema y atiborrándolo de primarias, nuestra política por arte de magia conjurará todos sus males.

A mi juicio, esto constituye un exceso que denota falta de liderazgo y visión. En un sistema democrático estructurado en base a partidos políticos, son estos los llamados a promover liderazgos y zanjar sus candidaturas. Los partidos políticos no tan sólo existen para representar visiones de sociedad dentro de la competencia político electoral, sino que por definición son asociaciones voluntarias de personas que bajo una misma concepción de sociedad, aspiran al poder político, y para ello requieren necesariamente de márgenes de discrecionalidad en la generación y selección de sus candidatos, de lo contrario, devienen en agrupaciones sin cuerpo, electorales y carentes de identidad propia.

Otra consecuencia de la instauración indiscriminada de las primarias, es que al ser éstas  abiertas a los independientes, la militancia partidaria se torna irrelevante, perdiendo su razón de existir, lo que a la larga termina vaciando a los partidos políticos, adquiriendo la selección de las candidaturas una dinámica propia de la selección de mercado, en donde concurren consumidores influenciados por el marketing más que por las propuestas programáticas.

De este modo, con esta “primarización” de la política, los partidos se van paulatinamente desligando de una función consustancial a su esencia, cual es la selección de candidaturas, transitando a un modelo desvirtuado de democracia directa, en donde no existe ningún sistema de filtro ni de promoción que permita darles coherencias a los liderazgos. Por consiguiente, los partidos pierden parte importante de su rol y se termina traspasando a la ciudadanía la selección de las candidaturas, cosa que no necesariamente es buena, ya que ésta se mueve por intereses que no siempre coinciden con el bien común de la polis, siendo muy susceptibles a factores tales como la popularidad, la simpatía o los recursos del candidato.

Así entones, el abuso de las primarias puede terminar distorsionando el sistema democrático basado en partidos políticos.

Por otro lado, desde un punto de vista empírico, tampoco es cierto que las primarias sean un mecanismo que dé garantías de legitimidad ciudadana. La práctica indica que en muchos casos las candidaturas vencedoras en las elecciones primarias son aquellas que cuentan con una mayor red clientelar, con mayor capacidad de movilización de sus adherentes y principalmente con más recursos, en un universo extremadamente reducido de participación, en donde no vota más del 2% o 3 % del padrón, quitándole toda representatividad al resultado. No se eligen a los mejores candidatos, sino a quienes mejores conocen y articulan la “maquina”.

Pero lo más grave de todo, es que esta instauración de las primarias presentadas como panacea va a terminar postergando una vez más los problemas endémicos del sistema democrático instaurado en la Constitución de 1980, principalmente el referente al sistema electoral que impide la competencia y perpetúa el empate entre dos bloques.

De esta manera, se vuelve a prorrogar las verdaderas reformas de fondo que nuestro sistema político requiere para mejorar su calidad y representatividad, las que son esencialmente tres: el cambio del sistema binominal por uno proporcional, el financiamiento público permanente de los partidos políticos, y restablecer el sistema de voto obligatorio manteniendo la inscripción automática en los registros electorales. A ello se suman otras reformas complementarias, como el voto de los chilenos residentes en el extranjero, una nueva ley de Partidos Políticos que haga exigible una verdadera democracia interna en éstos, la creación de una Superintendencia de Partidos Políticos y la introducción urgente de educación cívica como asignatura obligatoria en los colegios.

En conclusión, reconociendo que en muchos casos las primarias son una solución necesaria y participativa para resolver el siempre complejo problema de la selección de las candidaturas de los partidos políticos, sobre todo en un sistema electoral mayoritario como el nuestro, tanto su utilización abusiva como la mutación de su uso desde un mecanismo de selección a un fin en sí mismo, pueden terminar generando graves consecuencias, que en vez de resolver la insatisfacción con la política, van a terminar por descomponerla aún más, agregándole a la falta de participación, que no se va a solucionar con las primarias, una paulatina degradación de los partidos políticos, base de todo sistema democrático moderno.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias