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Hijas de la memoria

Patricia Castillo Gallardo
Por : Patricia Castillo Gallardo Psicóloga Clínica. Pontificia Universidad Católica de Chile. Magister en Psicoanálisis. Universidad de Buenos Aires. Ph.D en Psicología. Université Paris VIII
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El proyecto inconcluso de la Unidad Popular, los sufrimientos de las víctimas de la dictadura y la memoria de la resistencia, no son asuntos privados, individuales, ni familiares. Todo aquello excede lo estrictamente familiar, consanguíneo y es parte medular de nuestra sociedad. Después de 40 años ya no más de vivir en silencio, ni de hablar con el terapeuta para intentar sanar.


Un cambio de mando lleno de simbolismos, en medio de un intenso y complejo debate respecto a cuál es el papel que cumple la historia y la memoria de los hijos en el escenario actual de la política.

A los 23 años Michelle Bachelet se enteró de la muerte de su padre en prisión (1974), ocurrida un día 12 de marzo. El general probablemente nunca supo que su hija sería dos veces Presidenta de Chile. Mucho menos se pudo imaginar que en la segunda ocasión quien tomaría el juramento sería la hija de Salvador Allende.

La memoria es necesaria y a veces incómoda. No deja de interpelarnos respecto a cuál es el papel que las generaciones futuras tenemos ante la historia.

[cita]El proyecto inconcluso de la Unidad Popular, los sufrimientos de las víctimas de la dictadura y la memoria de la resistencia, no son asuntos privados, individuales, ni familiares. Todo aquello excede lo estrictamente familiar, consanguíneo y es parte medular de nuestra sociedad.  Después de 40 años ya no más de vivir en silencio, ni de hablar con el terapeuta para intentar sanar.[/cita]

La memoria, para  el filósofo y antropólogo francés Ricoeur (2004), está asociada a un deber para con los que nos precedieron, aquellos que nos han dado una parte de lo que somos y que, como Jeffrey Blustein (2008) plantea, este acto tiene una significación moral cuyo imperativo es discernir la verdad, es decir, se requiere desmadejar lo reprimido, poner luz en ciertos trozos de olvido para poder constituir una historia que pueda ser transmitida a las nuevas generaciones. Y en esa tarea el Estado no puede estar ausente, tampoco sus autoridades.

Tanto Michelle Bachelet como Isabel Allende son hijas no sólo de personajes que pasaron a la historia por sus propios méritos, sino también, son hijas de un proyecto de sociedad inconcluso. Proyecto sobre el cual ambas han evitado referirse en profundidad.

La herencia es algo que no elegimos, es parte de la transmisión histórica. ¿Qué se puede esperar de quien es hijo/a de un general que junto a otros redacta en prisión un mensaje para la posteridad, como lo hizo el general Bachelet? Muchos dirán que los hijos no tienen responsabilidad de lo que hicieron sus padres y de cierta forma tienen razón. Sin embargo, nada exime a los hijos de tener que hacer algo con esa herencia, de posicionarse frente a ella, de establecer clara y frontalmente qué de eso, qué de esa comunidad, será parte del hoy y de qué forma estará presente.

El proyecto inconcluso de la Unidad Popular, los sufrimientos de las víctimas de la dictadura y la memoria de la resistencia, no son asuntos privados, individuales, ni familiares. Todo aquello excede lo estrictamente familiar, consanguíneo y es parte medular de nuestra sociedad.

Después de 40 años ya no más de vivir en silencio, ni de hablar con el terapeuta para intentar sanar. Son temas públicos que deben ser contextualizados para debatir sobre las medidas que hay que tomar, las legales, las políticas y las culturales. Medidas que reparen, medidas que abran nuevos escenarios de justicia social. Justicia social con todas sus letras.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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