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“Somos tan iguales”: la experiencia de una mezcla forzada en el aula

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Académicamente, el aspecto más controvertido de las aulas heterogéneas es si acaso beneficia a los más avanzados. Se sabe que permite consolidar y ampliar aprendizajes al tutor, pero además el que enseña experimenta sensaciones transformadoras, como se advierte en una narración: “Me gusta poder ayudarlos cuando tienen dudas con algo, me ha generado una sensación nueva y enriquecedora”. De hecho, para muchos alumnos nuevos, las tutorías entre estudiantes fueron un aspecto que destacaron, “el poder crear un clima de estudio (enseñando estudiante-estudiante)” fue un aporte en la experiencia.


Recordará usted lo sucedido a mediados de agosto de este año: un éxodo masivo de alumnos de establecimientos emblemáticos a otros liceos de la capital buscando obtener una mayor bonificación de su puntaje ranking y así poder ingresar a la Universidad. El establecimiento municipal de Estación Central donde trabajo hace tres años no fue la excepción: en el 4° Medio científico, recibimos un total de 14 alumnos nuevos, principalmente del Instituto Nacional y del Liceo Carmela Carvajal.

Hubo muchos cuestionamientos sobre las posibles consecuencias adversas para nuestros estudiantes producto de la llegada de este grupo de alumnos. Sin embargo, una vez superadas estas dificultades iniciales, estudiantes y profesores nos dispusimos a aprovechar esta inusual diversidad académica, social y cultural, que tuvo resultados sorprendentemente positivos, a todo nivel. Escribo esta columna basándome en los testimonios de los propios alumnos, porque siento una profunda responsabilidad de transmitir esta exitosa experiencia a la comunidad, sobre todo por el vergonzoso ranking que lideramos a nivel internacional: somos el país más segregado educacionalmente.

Es posible que el grupo humano que hoy conforma el 4° B cumpla ciertas condiciones favorables para convivir en diversidad; por un lado los alumnos recién llegados tomaron voluntariamente la decisión de cambiarse de colegio, abiertos a vivir esta experiencia; por el otro, los alumnos antiguos del liceo han sido parte de un establecimiento con una mixtura cultural importante –un 25% de los alumnos son extranjeros– y con un proyecto de integración escolar, lo que los ha expuesto a varias formas de diversidad. Sin embargo, los testimonios de los estudiantes, reflejan la tremenda desconfianza que existe en nuestra sociedad: los alumnos nuevos manifestaron haber llegado “llenos de prejuicios”,“un poco preocupados”, incluso con “miedo” esperando una acogida “hostil”. Por su parte, los antiguos señalaron: “Al comienzo… debo reconocer que no me gustó mucho la idea”, “fue un poco chocante los primeros días”, “al principio no me sentía muy a gusto”, “al inicio fue problemático debido a lo que algunos pensaban con respecto a ellos”.

[cita]Académicamente, el aspecto más controvertido de las aulas heterogéneas es si acaso beneficia a los más avanzados. Se sabe que permite consolidar y ampliar aprendizajes al tutor, pero además el que enseña experimenta sensaciones transformadoras, como se advierte en una narración: “Me gusta poder ayudarlos cuando tienen dudas con algo, me ha generado una sensación nueva y enriquecedora”. De hecho, para muchos alumnos nuevos, las tutorías entre estudiantes fueron un aspecto que destacaron, “el poder crear un clima de estudio (enseñando estudiante-estudiante)” fue un aporte en la experiencia.[/cita]

Pero con el paso de los días y semanas, las diferencias se fueron atenuando y las similitudes fueron aflorando. En los elocuentes testimonios de ambos grupos van apareciendo las expresiones “me di cuenta” y “somos iguales” con mucha frecuencia. Enfatizan la sorpresa que les causó reconocerse unos a otros como pares. Las narraciones de alumnos nuevos y antiguos se van asemejando y convergen en ideas muy similares: “Muy pronto conocí más a mis nuevos compañeros y me di cuenta de que son muy distintos a lo que imaginaba, de hecho son muy parecidos a mí, tienen sueños y metas al igual que yo”, “fue increíble, ya que viéndolos tan distintos, somos tan iguales”, “lo que realmente me impactó es que ellos no eran tan diferentes como yo me imaginaba, incluso tenemos muchas cosas en común”, “somos iguales, son como nosotros, nos damos cuenta de que ellos también pueden ser parte de nosotros”.

Un alumno incluso cuestiona la idea de mezcla, que presume una diferencia. “Esta llamada mezcla”, señala, no es un buen calificativo, “ellos nos dieron a entender que… no se sienten más que uno; no por ser catalogados de emblemáticos son mejores… cada uno es bueno en lo suyo”. Tanto la actitud de humildad y respeto de los nuevos, como la buena acogida y apertura de los antiguos, fueron factores determinantes en esta experiencia. “Estoy agradecido de quienes abrieron sus puertas y nos recibieron”; “me ha parecido muy buena la acogida, lo que se agradece”, señalan.

La segregación que vivimos en nuestra sociedad también se manifiesta en el desconocimiento mutuo de la realidad que enfrenta el otro, el diferente a uno. Algunos estudiantes afirman agradecidos haber salido de la “burbuja” en que se encontraban: “Ahora que estoy afuera me doy cuenta de la realidad de la educación, tengo otra perspectiva de la vida”, “este cambio me ha ayudado a probar esa mentalidad que tanto te inculca el ‘Carmela’: una conciencia social, la no discriminación, tener una mentalidad abierta”, “me di cuenta de los reales problemas de la educación… esos problemas por los que en el ‘Nacional’ peleábamos y ni siquiera sabíamos lo que en realidad eran”, “pude concientizarme en lo complicado que se torna el desempeñar la actividad docente en otras aulas”, “me abrió mucho más los ojos acerca de cómo es el país en el que vivo y cuáles son sus verdaderas problemáticas”.

Nuevas experiencias como esta ponen en perspectiva las valoraciones que tenemos de la propia realidad. Como señala un alumno, el cambio “es difícil pero a la vez bastante enriquecedor, se aprende a valorar…. cosas que nunca habría apreciado si no me hubiese cambiado”. Pero además la riqueza proviene de aspectos nuevos, como la diversidad cultural que tiene el liceo: “He aprendido a conocer a compañeros con otras culturas, lo cual es fantástico, conocer nuevas maneras de expresarse y comunicarse, a su vez las costumbres”.

Ciertos comportamientos de estudiantes nuevos tuvieron un positivo y rápido impacto en el curso: “Ellos(as) saben cómo ganarse el cariño de otro, por ejemplo, nos ayudan cuando no entendemos algo, son pacientes, y saben cómo tratar a una mujer y eso no se veía en mis compañeros de curso”, “llegaron con una disponibilidad muy buena para explicarnos lo que no sepamos”, “eso fue lo que de alguna manera me produce un cambio… superarme y pensar que puedo ser mejor… ellos son muy preocupados de sus estudios o lo que van a hacer en el futuro, por eso reflexioné y ahora tengo más claro lo que voy a hacer al salir del liceo”. Pero la ayuda académica fue mutua y el trabajo colaborativo la práctica más común. Los recién llegados estaban acostumbrados a pruebas de selección múltiple y en el liceo se trabajan otras habilidades, como la argumentación y opinión; en matemática usualmente trabajamos con un software dinámico que favorece la conjetura por medio de la visualización, desconocido para los estudiantes nuevos. Una alumna señala: “Jamás pensé que un compañero nuevo (antiguo del liceo) me ayudaría a mí, es triste pensar así antes de conocer a las personas, pero así lo plantea la sociedad”. Además afirma: “Académicamente fue una segunda oportunidad con varios ramos, ya que me parece más humanitario y los profesores más accesibles… el colegio tiene su exigencia, tiene su calidad, al igual que los alumnos”.

Académicamente, el aspecto más controvertido de las aulas heterogéneas es si acaso beneficia a los más avanzados. Se sabe que permite consolidar y ampliar aprendizajes al tutor, pero además el que enseña experimenta sensaciones transformadoras, como se advierte en una narración: “Me gusta poder ayudarlos cuando tienen dudas con algo, me ha generado una sensación nueva y enriquecedora”. De hecho, para muchos alumnos nuevos, las tutorías entre estudiantes fueron un aspecto que destacaron, “el poder crear un clima de estudio (enseñando estudiante-estudiante)” fue un aporte en la experiencia.

La gran mayoría de los alumnos antiguos afirmaron que el cambio había sido positivo: “Con la llegada de ellos mejoró el curso completo”, “nos unieron a todos pasando por alto algunos problemas y conflictos del curso anteriores a su llegada”, “hoy en día somos un curso sólido y unido”.

A mi juicio, la idea que sintetiza esta experiencia es la de complemento: “Los dos (grupos) salen favorecidos, en mi caso mis compañeros ‘antiguos’ se complementaron conmigo y yo me complementé con ellos… se pudieron intercambiar ideas, lo cual fue grato”, «aprendimos cosas nuevas de ellos como también se que ellos aprendieron de nosotros”.

Queda de manifiesto que son los jóvenes los que están dispuestos a avanzar en inclusión y diversidad, y que muchas veces somos los adultos los que, atrincherados en nuestras posiciones, entorpecemos las transformaciones: “Cuando me fui del Instituto, me dejaron un estigma en la mente, una advertencia sobre lo que me pasaría en mi nuevo colegio… me decían que nos apuntarían con el dedo y que sufriríamos la discriminación”, narra un estudiante.

Lo que está en disputa hoy es el tipo de sociedad que estamos construyendo y el paradigma educativo juega un rol preponderante en esa construcción. Estoy segura de que esta experiencia, por efímera que haya sido, ha marcado profundamente las vidas de estos jóvenes, y que determinará su integridad como ciudadanos, trabajadores, profesionales, padres y madres en el futuro, aportando a la sociedad desde el rol que decidan cumplir.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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