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La ruta del dinero

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Aldo Torres Baeza
Por : Aldo Torres Baeza Politólogo. Director de Contenidos, Fundación NAZCA
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Si lo pensamos, el dinero no cuenta con ningún atributo especial, no se puede comer ni beber, no nos abriga en invierno, no nos sana de enfermedades ni nos escucha cuando estamos tristes. Pero el dinero fija el precio de las cosas, y, fijado el precio, puede transformarse en esas cosas. Nada mal. El problema surge cuando el dinero se transforma en un fin en sí mismo, más allá de las cosas en las que pueda transformarse. Acumular por acumular.


Me detuve en los datos que entrega la encuesta Nacional Bicentenario, de la Universidad Católica y Adimark. Me sorprende uno: un tercio de los chilenos es incapaz de nombrar algún impuesto de los que pagan. ¡Ninguno! Se ignora que hay impuestos en los timbres y estampillas, en los créditos y transferencias, en las herencias, vehículos, tabaco, bebidas alcohólicas. En fin. Por supuesto, tampoco se sabe que ese dinero va a parar a los fondos fiscales, y que sirve, por ejemplo, para pagar el sueldo de los honorables diputados y senadores.

Hay un problema que subyace bajo este desconocimiento, un problema mucho más trascendente: la ignorancia respecto a la ruta que forja el dinero. Quizás parezca una obviedad, pero hay que mencionar que el dinero jamás deja de moverse. Los bancos no lo guardan bajo el colchón universal, al contrario, el dinero transita eternamente, convirtiéndose en más dinero, en bienes, productos o servicios, también en deuda. En su versión intangible, transita como capital financiero, que toma cuerpo en las distintas Bolsas del mundo: cuando, por ejemplo, cierra la Bolsa de Valores de Tokio, abre la Bolsa de Madrid, Londres y todas las demás Bolsas de Europa. Y cuando cierra Europa, abren las bolsas de Nueva York y Chicago. Y cuando cierra América, abre otra vez Asia. Y mientras el mundo levanta cada vez más restricciones, muros incluidos, para la circulación de seres humanos, hay cada vez menos restricciones para la circulación del capital financiero. Como leí por ahí: “Con el dinero ocurre al revés que con las personas: cuanto más libre, peor”.

[cita]Si lo pensamos, el dinero no cuenta con ningún atributo especial, no se puede comer ni beber, no nos abriga en invierno, no nos sana de enfermedades ni nos escucha cuando estamos tristes. Pero el dinero fija el precio de las cosas y, fijado el precio, puede transformarse en esas cosas. Nada mal. El problema surge cuando el dinero se transforma en un fin en sí mismo, más allá de las cosas en las que pueda transformarse. Acumular por acumular.[/cita]

Hace un tiempo, la ONG SETEM presentaba un informe llamado “Negocios sucios, bancos españoles que financian armas”[1]. Ahí, se analizaron los bonos y acciones de más de 30 productores de armas. Según el informe, 14 bancos españoles (BBVA y Santander a la cabeza) habían financiado la construcción de armas controvertidas o ilegales, incluido armamento nuclear y uranio empobrecido. La ecuación es simple: la gente deposita su dinero en los bancos, los bancos, mediante tres vías, es decir, bonos, acciones o préstamos, entregan este dinero a las empresas fabricantes de armas. El informe fue drástico en sus conclusiones: sin este financiamiento económico sería imposible la fabricación de armamento calificado como ilegal en tratados internacionales como el de Ottawa (minas antipersonales) o la Convención Internacional de Oslo (bombas de racimo). ¡Civiles que matan civiles!, y todo por la ignorancia en la ruta del dinero.

Volvamos a Chile. La encuesta revela que la gente desconoce los impuestos que paga, desconoce, por tanto, que pasa con su dinero. Temo que si se realizara un estudio respecto a qué sucede con el dinero que depositamos en las AFP, tampoco se sabría la ruta que emprende: que va a parar a los Bancos, por ejemplo, y que estos bancos prestan este mismo dinero, pero ahora cargado con una mochila de intereses, a la misma gente que lo depositó como previsión. O que, en otra de sus rutas, va a parar a las empresas de los mismos dueños de las AFP, que especulan en la Bolsa, bajo la máxima de socializar las perdidas y monopolizar las ganancias.

Es cruel la ruta del dinero, sobre todo en otra de sus rutas: la deuda. Así titulaba The Guardian una nota de David Greaber: “The truth is out: money is just an IOU, and the banks are rolling in it (algo así como: “La verdad al descubierto: el dinero es sólo un reconocimiento de deuda y los bancos se están forrando”). Ahí, el columnista reconocía que el dinero es solo un reconocimiento de deuda. En la economía moderna, la mayor parte del dinero se crea cuando los bancos otorgan préstamos. Cuando alguien solicita un crédito de, por ejemplo, 50 millones, no significa que el banco recurrirá a su bóveda secreta para prestar ese dinero. Lo que hace el banco es la creación de un artificio, de una entidad insustancial llamada crédito, sustentada en otro artificio: la deuda. El banco crea dinero de la nada, dinero que es deuda, y es por esa deuda que concebimos un mercado, aquel sitio donde todo se puede comprar y vender, porque todos los objetos son aislados de sus primitivas funciones y existen solo en relación a su precio cuantificado en dinero.

Hoy, la naturaleza del dinero es una constante transformación, y no solo podemos considerarlo como una mercancía, lo que incluso pone en duda su tráfico en el mercado. El dinero mercancía (oro, plata, etcétera) se puede distinguir del dinero crédito sobre todo por un elemento: se puede robar.

Desconocemos su ruta, desconocemos su esencia. Si lo pensamos, el dinero no cuenta con ningún atributo especial, no se puede comer ni beber, no nos abriga en invierno, no nos sana de enfermedades ni nos escucha cuando estamos tristes. Pero el dinero fija el precio de las cosas y, fijado el precio, puede transformarse en esas cosas. Nada mal. El problema surge cuando el dinero se transforma en un fin en sí mismo, más allá de las cosas en las que pueda transformarse. Acumular por acumular.

El dinero se trasforma en cosas, pero antes sufre otra transformación, la transformación del tiempo en dinero. Me explico: al comprar un automóvil los pagamos con dinero. Pero ese dinero es, en realidad, tiempo invertido para conseguirlo, son horas de trabajo que transcurren encerrados en la oficina, son preocupaciones innecesarias, son cientos de informes y reuniones. Tiempo que podría utilizarse para otras cosas, para mirar un atardecer o pasear con los hijos, por ejemplo. El dinero, al fin y al cabo, es un intermediario entre el tiempo y las cosas. El peligro nace cuando pasamos la vida sometidos por esa vorágine de transformar tiempo en dinero para luego transformar el dinero en más y más cosas, que se defienden con perros furiosos, alarmas, rejas y armas. Con cuánta razón Cortázar decía que uno no tiene a las cosas, que las cosas lo tienen a uno. Creo que fue John Lennon quien decía que la vida es todo eso que sucede mientras planeamos el futuro.

En fin, hablar del dinero, sus rutas y transformaciones, es un tema extenso, repleto de consideraciones que no caben en una nota como esta. Sin embargo, es importante entender qué sucede con procesos tan elementales como el pago de impuestos. Según Robert Dahl, tener ciudadanos informados es una de las condiciones esenciales para constituir verdaderas democracias. En este sentido, resulta fundamental entender qué pasa con nuestro dinero, cómo se evade y eluden los impuestos, como funciona el FUT, como funcionan las cargas tributarias. En fin, los subterfugios del sistema. Así, tendremos a ciudadanos más empoderados en sus derechos, imprescindible condición para construir una verdadera democracia, y no este mero abuso de las estadísticas que actualmente nos rige.

 

[1] http://www.bancalimpia.com/pdf/negocios-sucios.pdf
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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