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La cultura del recuerdo en Chile

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Fernando Pérez
Por : Fernando Pérez Magister en Historia PUCV, Estudiante de Doctorado en Historia Moderna, Universidad de Mainz, Alemania.
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¿Cómo llega una sociedad a eliminar y negar toda conmemoración, honor y dignidades –como el nombre de plazas y calles– a personas cuya vida y obra muestran en mayor o menor medida una relación ideológica y política con el nacionalsocialismo?, ¿cómo administrar y regular los recursos simbólicos y los significados sociales que de ellos nacen y que recrean la vida social? La respuesta alemana no sólo descansa en el estado actual de la investigación histórica o la legislación imperante, sino en una efectiva cultura del recuerdo y una política de educación pública con respecto a crímenes de lesa humanidad en la historia. Los nombres de calles, puentes, puertos, aeropuertos o carreteras son instrumentos de orientación espacial-geográfica, pero también cumplen la función simbólica de representación y conmemoración. Los recuerdos pueden ser espontáneos, pero también podemos ser forzados a recordar. Aquí está el problema.


A comienzos de enero una falla en el control del programa de Google Maps dio lugar a una interesante polémica en Berlín. Un usuario anónimo, haciendo uso de las propias herramientas del buscador y orientador más potente y conocido del mundo, nombró o mejor dicho renombró la plaza Theodor-Heuss-Platz por la de Adolf Hitler Platz. Quien por entonces buscaba orientarse en el plano de la ciudad de Berlín podía dar con una plaza pública en honor a Hitler en su camino. Los reclamos en el blog de la empresa americana no se hicieron esperar y la noticia alcanzó rápidamente a otros medios alemanes, de tal modo que la oficina central de Google en EE.UU. debió intervenir en la polémica, corregir el error y pedir disculpas públicas en los días posteriores. Google había mezclado peligrosamente pasado y presente. Un error técnico que la opinión pública alemana no dejó pasar. La mayoría de los reclamos de los usuarios decía sentir vergüenza, entre el primer Bundespräsident alemán y el Führer existía efectivamente un universo de diferencia. La Theodor Heuss-Platz del distrito Charlottenburg-Wilmersdorf fue renombrada en 1933 efectivamente como Hitler Platz y solamente luego de finalizada la guerra recobró su antiguo nombre original Reichkanzlerplatz. En diciembre de 1963 y poco después de la muerte de Heuss, la controvertida plaza recibió su actual nombre. Google Maps se había quedado sin embargo en el Nazi-Zeit.

¿Cómo llega una sociedad a eliminar y negar toda conmemoración, honor y dignidades –como el nombre de plazas y calles– a personas cuya vida y obra muestran en mayor o menor medida una relación ideológica y política con el nacionalsocialismo?, ¿cómo administrar y regular los recursos simbólicos y los significados sociales que de ellos nacen y que recrean la vida social? La respuesta alemana no sólo descansa en el estado actual de la investigación histórica o la legislación imperante, sino en una efectiva cultura del recuerdo y una política de educación pública con respecto a crímenes de lesa humanidad en la historia. Los nombres de calles, puentes, puertos, aeropuertos o carreteras son instrumentos de orientación espacial-geográfica, pero también cumplen la función simbólica de representación y conmemoración. Los recuerdos pueden ser espontáneos, pero también podemos ser forzados a recordar. Aquí está el problema.

[cita]¿Cómo llega una sociedad a eliminar y negar toda conmemoración, honor y dignidades –como el nombre de plazas y calles– a personas cuya vida y obra muestran en mayor o menor medida una relación ideológica y política con el nacionalsocialismo?, ¿cómo administrar y regular los recursos simbólicos y los significados sociales que de ellos nacen y que recrean la vida social? La respuesta alemana no sólo descansa en el estado actual de la investigación histórica o la legislación imperante, sino en una efectiva cultura del recuerdo y una política de educación pública con respecto a crímenes de lesa humanidad en la historia. Los nombres de calles, puentes, puertos, aeropuertos o carreteras son instrumentos de orientación espacial-geográfica, pero también cumplen la función simbólica de representación y conmemoración. Los recuerdos pueden ser espontáneos, pero también podemos ser forzados a recordar. Aquí está el problema.[/cita]

Se ha remarcado, en muchos lugares, que el nombre de una calle no es el mero producto del reflejo de la historia social, sino más bien es una elección selectiva, intencionada y premeditada de poder, en la que grupos de la sociedad buscan imponer como percepción general una percepción individual sobre el pasado histórico. No se trata de exponer un conocimiento objetivo y científico del pasado, sino una expresión subjetiva de grupos que en un momento determinado tienen el poder monopólico de la interpretación. Una política del recuerdo explora justamente la parte del pasado que pervive inconsciente en la sociedad y que intencionadamente puede ser activada o desactivada. A este problema, entre muchos otros, dedica sus escritos Pierre Bourdieu, en su estudio sobre el Estado durante los años 1989-1992 en el Collége de France. Bourdieu enseña que somos conscientes, pero también inconscientemente parte del Estado. Nuestra memoria social y personal, así como sus puntos de referencia y orientación en el mundo, fueron dadas por el Estado mismo. Para ello, el Estado tiene el poder misterioso de ser garante de la oficialidad, de lo oficial, de nombrar lo oficial.

En un contexto dictatorial la distribución de los recursos simbólicos es menos problemática que en democracia, dado que en dictadura lo oficial es sinónimo de estatal, pero también de lo público. El nombramiento honorífico de calles y lugares públicos con personajes u hechos relativos a la dictadura militar en Chile apuntó a una normalización de ciertas acciones históricas que buscaban ser incorporadas en la vida y memoria social, al punto de no ser cuestionadas. Así, generaciones han transitado por avenidas 11 de septiembre, viajado por la carretera austral Augusto Pinochet o se han domiciliado en calles como General César Mendoza o Almirante Toribio Merino como un hecho normal en sus vidas. Esa compleja red de significados se ha rutinizado, banalizado o cotidianizado, finalmente ha recibido un reconocimiento social y hoy es parte constitutiva de la construcción lingüística de la realidad. Las contrariedades asoman en este sentido cuando la realidad social está alejada de la ficción jurídica, el discurso político y la retórica oficial. Detrás de la moción de prohibir el nombramiento oficial honorífico de espacios públicos con nombres de personeros ligados a la dictadura, se esconde no sólo una fuerza política, sino un proceso de resignificación de mayor profundidad que cuestiona la herencia simbólica de la dictadura chilena. ¿Por qué honrar con una calle o plaza pública a una persona que hizo lo posible bajo su mando por reducir lo público, lo civil, lo político y lo humano, masificando por el contrario lo castrense, lo policial y lo privado en todo ámbito de la vida? Los Estados, al menos así lo entendía Bourdieu, son en gran parte campos simbólicos y lingüísticos que los ciudadanos pueden administrar y reformular en la esfera pública. A diferencia de los complejos amarres constitucionales o de las relaciones de producción y distribución de riquezas fijadas en dictadura, las construcciones simbólicas de los estados están en democracia desmonopolizadas, en tanto son parte de la acción comunicativa de los individuos en el espacio público.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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