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Ecología Humana: una oportunidad de renovar nuestra política

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Cristóbal Ruiz Tagle
Por : Cristóbal Ruiz Tagle Director de Estudios de IdeaPaís
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En tiempos donde vemos que el relato político, tanto en izquierdas como en derechas, está profundamente agotado, debemos ser capaces de levantar propuestas que respondan a lo propiamente humano. Ya esperamos impávidos hasta que la naturaleza nos dio un choque violento exigiéndonos un cambio de actitud. No esperemos que nuestras relaciones humanas deban tener el mismo comportamiento con nuestros lazos interpersonales para que demos una respuesta y logremos vivir al fin en una sociedad contemporánea que no dé señales de agotamiento.


Como sociedad nos hemos dado cuenta de que uno de los principales problemas que aquejan a nuestra generación es la imposibilidad de seguir manteniendo un estilo y ritmo de vida que ha puesto en jaque a nuestro entorno. Esto ha despertado movimientos pro sustentabilidad que nos han llevado a tomar cartas en el asunto –algo que tenemos que agradecer– y dar un golpe de timón. Preocupación por el cambio climático, oposición ciudadana a Barrancones y a HidoAysén, movimientos ciudadanos por la protección de especies en extinción, son sólo unos pocos botones de muestra de este movimiento que se ha ido gestando a la luz de la sustentabilidad.

Sin embargo, pareciera que la inquietud por cambiar nuestra actitud respecto del medio ambiente nos cegara, mostrando muchas veces inconsistencias. Gastamos nuestras energías en lo que parece más urgente, obviando lo fundamental: ¿dónde queda la sustentabilidad en las relaciones del hombre?

Frente a esta pregunta aparece la respuesta de la ecología humana. Este concepto, que se viene acuñando hace algún tiempo en las ciencias sociales, nos invita a redescubrir lo más propio del quehacer humano.

Este llamado a la ecología humana nos lleva inmediatamente a plantearnos, de cara a nuestras relaciones de vida social, que ésta debe trascender lo meramente medioambiental y lograr plasmarse en todas las relaciones personales. Desde un punto de vista social debe propender a fortalecer la vida intermedia entre la persona y el Estado, partiendo por el fortalecimiento de la familia. Sociedades sanas, que adolecen del tan común descontento contemporáneo, son reflejos de familias fortalecidas gracias a una cultura que logra congeniar la vida laboral, económica, política y social en función de una vida familiar como valor. Esta ecología humana nos exige una defensa irrestricta por los Derechos Humanos, base mínima y necesaria para lograr este objetivo y que nos lleva defender la vida humana desde la concepción a la muerte natural; sin dejar a un lado la protección ante todos los abusos y discriminaciones a los que nos vemos expuestos.

[cita]En tiempos donde vemos que el relato político, tanto en izquierdas como en derechas, está profundamente agotado, debemos ser capaces de levantar propuestas que respondan a lo propiamente humano. Ya esperamos impávidos hasta que la naturaleza nos dio un choque violento exigiéndonos un cambio de actitud. No esperemos que nuestras relaciones humanas deban tener el mismo comportamiento con nuestros lazos interpersonales para que demos una respuesta y logremos vivir al fin en una sociedad contemporánea que no dé señales de agotamiento.[/cita]

Para una correcta ecología humana, se debe también incorporar un análisis crítico a nuestras relaciones económicas. Una dimensión humana, donde la visión cortoplacista suele imponerse, donde se tiene una concepción de las relaciones crediticias que se funda en la idea de que mientras más endeudados estemos, pareciera que mejor podemos vivir, generando alta inestabilidad y en que, a través de la persecución de nuestro propio interés inmediato, se generan espacios para relaciones de desconfianza e inestabilidad.

Una ecología humana, en cambio, implica que fortalezcamos la cultura del ahorro y una correcta relación entre capital y trabajo, posibilitando que relaciones de confianza permitan situaciones colaborativas, en donde, por ejemplo, los sindicatos cumplan su función originaria y se organicen junto a los empresarios por el bien del fin común que comparten. Una cultura de la ecología humana rechaza cualquier forma de abuso, puesto que erosiona nuestra base común a costa de los intereses privados de algunos.

Finalmente, estos criterios deben ser plasmados en la vida política. Es deseable fomentar un sistema de participación que se ordene a una ecología democrática, donde se respeten los principios mínimos de convivencia que hacen posible una participación en igualdad de derechos, sin opresiones aplastantes, indispensable si queremos trabajar una sociedad más sustentable. Personalidades políticas que estén dispuestos a dejar sus debates polarizados y que se centren en dar respuestas a esas complejas realidades que aquejan a la mayoría de los chilenos, con actitud propositiva y apertura al diálogo, es algo que, sin duda, debemos generar. En fin, una visión ecológica que entienda que para una correcta vida en sociedad es necesario no sólo el bien de unos pocos privilegiados que persiguen cuotas de poder, sino que el bien común debe ser integral e inclusivo, es decir, que pasa por el bien de todos y cada uno de los miembros de la comunidad política.

En tiempos donde vemos que el relato político, tanto en izquierdas como en derechas, está profundamente agotado, debemos ser capaces de levantar propuestas que respondan a lo propiamente humano. Ya esperamos impávidos hasta que la naturaleza nos dio un choque violento exigiéndonos un cambio de actitud. No esperemos que nuestras relaciones humanas deban tener el mismo comportamiento con nuestros lazos interpersonales para que demos una respuesta y logremos vivir al fin en una sociedad contemporánea que no dé señales de agotamiento.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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