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Un ataque a los cimientos de una sociedad

Stéphanie Alenda
Por : Stéphanie Alenda Directora de la Escuela de Sociología de la UNAB.
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Mediante la sátira, Charlie Hebdo introducía un matiz entre el odio xenófobo y el terrorismo abyecto. El asesinato de sus principales figuras debe recordarnos la importancia de velar por la defensa de valores culturales y políticas compartidos por una sola comunidad de ciudadanos, bajo el amparo de la misma ley.


El acto terrorista en contra de Charlie Hebdo fue un atentado contra el corpus valórico de la sociedad francesa, plasmado en la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789: la libertad de pensamiento y de expresión individual y la libertad de prensa. En este sentido, puso simbólicamente en entredicho los cimientos culturales de una sociedad, convertidos en patrimonio de la humanidad y de las democracias occidentales. De ahí el repudio generalizado que suscitó su inusitada violencia.

Charlie Hebdo al que algunos reprocharon una “irresponsabilidad editorial” ante sus “provocaciones” hacia el integrismo musulmán, o el hecho de fomentar el odio hacia una religión en particular, era en realidad un semanario satírico que cultivaba desde 1970 una tradición rabelaisiana de anticlericalismo e impertinencia hacia los dogmas y las religiones en general. Solidario hacia los medios que compartían su irreverencia, se había constituido en 2006 en un blanco móvil para los grupos islamistas tras retomar las doce caricaturas de Mahoma publicadas por un diario danés.

Con este atentado, fueron igualmente socavados los cimientos políticos de una sociedad. El asesinato metódico de periodistas por haber publicado estas caricaturas reintrodujo el delito de blasfemia abolido en 1789, mientras la ejecución de los policías encargados de su protección atentó simbólicamente contra las leyes que resguardan las libertades de la República. El acto terrorista se mostró asimismo como un intento de fundar, por la fuerza, un nuevo régimen político de corte teocrático, donde es amenazado de muerte quien habla mal del profeta, y del cual se desprenden una confusión entre política y religión, así como un retroceso respecto a las conquistas del siglo XVIII, entre las cuales está la libertad de prensa.

Este acto de barbarie puso así al descubierto tanto los mecanismos como las consecuencias dramáticas de la escalada de los extremismos, si no se toman las medidas adecuadas para combatirlos.

En países europeos donde la crisis económica y los flujos migratorios exacerban las inseguridades culturales es de suponer que este atentado contribuirá a alimentar una islamofobia creciente, fruto de acontecimientos terroristas previos tales como los atentados de Londres de 2005, pero que nace también al calor de litigios culturales más cotidianos: existencia de tribunales islámicos que aplican la sharía (ley islámica) en Gran Bretaña, conflictos en torno al uso del velo islámico en Francia a pesar de su prohibición en los espacios públicos en nombre de ley sobre la laicidad, solicitud de supresión de la carne de cerdo en las cantinas escolares de parte de los padres musulmanes, entre otros.

En un contexto en el que las tentaciones de xenofobia son fuertes, un primer paso para combatir los extremismos radica en saber distinguir entre los miedos hacia el Islam y el odio hacia el Islam (que desemboca también en una política del terror), aunque siempre existan riesgos de manipulación del creciente malestar que nace de estos choques culturales. Otro paso necesario consiste en precaverse de la amalgama entre musulmanes y terroristas.

Mediante la sátira, Charlie Hebdo introducía un matiz entre el odio xenófobo y el terrorismo abyecto. El asesinato de sus principales figuras debe recordarnos la importancia de velar por la defensa de valores culturales y políticas compartidos por una sola comunidad de ciudadanos, bajo el amparo de la misma ley.

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