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«¡Chile necesita un día de reflexión!»: en busca de una vida ontológica no tóxica

Por: Stefan Palma


Señor Director:

La editorial británica del Oxford Dictionaries, ha elegido la palabra «tóxico», como signo representativo del año 2018. Los motivos sobre la elección se fundamentan en un sólido sentido común, en verdad. Veamos qué dice el comunicado sobre «Toxic»: » se evalúa para reflejar el ethos, el estado de ánimo o las preocupaciones del año que termina y que tiene potencial a largo plazo de convertirse en un termino con significado cultural». Si advertimos que “tóxico”- desde el campo de la toxicología-, lo podemos definir por sus efectos negativos o como sustancia venenosa que produce un efecto perjudicial a un ser vivo; nos sorprende que como analogía, se haya expandido a un hábito o forma de ser, mediante la cual, las personas, las instituciones- políticas, religiosas, educativas..etc-, y las relaciones en general, se vean envueltas en tal concepto. Así, llegamos al completo abanico de las relaciones humanas: “persona tóxica”, “ambiente laboral tóxico”, “climas sociales tóxicos”, “matrimonios tóxicos”, “relaciones tóxicas entre partidos políticos”, “comunicación tóxica”…etc.

¿Puede el signo “tóxico” representar en algún sentido, como palabra del año, muchos de los acontecimientos sociales más relevantes, de conocimiento común? Sí, con ciertas salvedades. Es decir, asumiendo que el signo “toxico” sólo puede representar en algunos aspectos, la realidad; pero no como reflejo absoluto. Sin embargo, el concepto surge de la experiencia y de los mismos hechos en sí, lo que hace más representativo aún su signo. Y, en cuanto a nuestro entorno local chileno, ¿cómo lo vivimos a nivel ontológico; es decir, a través de nuestro ser inherente al vivir? En lo cotidiano, signos como «Aula segura»- o democrática-, «estadio seguro», «casa segura», «banco seguro», «seguridad ciudadana»…., ¿podrían representar la realidad, tal como ocurre? Podrían si las intenciones y acciones- que en sus raíces, abrigan anhelos nobles-, se constituyen para crear esa realidad. Luego, el problema de la inexactitud con que se pretende retratar un fenómeno social, a través de un signo lingüístico, no es un asunto intrascendente. Porque, si el signo creado no representa la realidad en algún sentido común, puede crear expectativas erróneas. Como resultado, en lo cotidiano del vivir, aparecen contradicciones en la experiencia real de las personas. Cabe mencionar, en honor a la historia de la filosofía, que dichas preocupaciones de si expresan los nombres aquello que representan, se remontan a los tiempos de Platón en el Crátilo.

Aún así, quisiéramos caminar con el curso de los tiempos, en que la civilización ha salido de su estadio de guerra y barbarie; y poder expresar con libertad nuestro desarrollo espiritual, emocional y físico. Quisiéramos caminar al ritmo de la ciencia moderna que es capaz de leer los signos de la naturaleza, de las enfermedades y del cosmos; fortaleciendo nuestras seguridades, para comprender que los terremotos, los virus y los meteoritos que caen a la Tierra, no son castigos divinos; sino que responden a leyes que proporcionan ciertas regularidades. Quisiéramos sentir que la democracia y el respeto se experimentan en las calles, en el metro, en los paraderos de buses, en la convivencia vial. Sin embargo, ocurre que, al poco andar, otra condición nos toca vivir; que nos arrebata la seguridad a nivel ontológico, desde un abanico de hechos sociales, como los «portonazos» las » balas locas», el uso indiscriminado de granadas lacrimógenas que afectan a la comunidad en general, los asaltos, la desaparición de personas, la delincuencia adolescente, los «alunizajes», y otras formas más complejas como sucede con las escuelas y Universidades que cierran sus puertasy, en general, la agenda educativa: recursos insuficientes, individualismo, competencia, segregación, discriminación, deserción escolar…etc.

Este escenario nos agita, nos remueve, nos cansa…, nos angustia. Y es que, desde esta angustia, al menos podemos descubrir – como nos propone Kierkegaard- que tenemos una cualidad espiritual, que se hace presente y es sensible al mundo externo. Si hemos de tener consciencia de angustia y espiritualidad, y si tenemos la esperanza de ver a nuestra sociedad libre de relaciones tóxicas; y si abrigamos la idea de que, para comenzar a sentir una seguridad real y ontológica, es necesario crear una cultura nacional tolerante, fraternal e igualitaria. Entones podremos avanzar en arte, ciencia, humanidades. Entonces, podremos caminar libremente, con tranquilidad, sin el temor de ser alcanzado por una «bala loca» o respirar un aire contaminado por los gases lacrimógenos.

¿Qué importancia tiene reflexionar sobre estas cosas? Demasiada, si añoramos una seguridad ontológica que nos establezca una primordial condición: el vivir en un ambiente libre de relaciones tóxicas. ¿Por qué?, porque si no logramos aquella seguridad que nos convoca como seres humanos en crecimiento, cualquier avance en otras áreas de la cultura, no reflejarán una sociedad democrática y, mucho menos, feliz. ¿Por dónde deberíamos comenzar, entonces?…, ¿podemos hacer esfuerzos? Si, y debemos hacerlo: desarrollando e implementando Programas de estudios sociales, científicos y culturales, mediante metodologías tricotómicas de integración- desde la teoría ontológica científica de C.S.Peirce- a través de categorías de la emocionalidad, de la existencia de los hechos tal como ocurren y de las mediaciones entre todas las partes involucradas.

En este orden de cosas, una profunda Jornada de Reflexión acerca de si éste es el Chile que anhelamos para nuestros hijos e hijas, se hace imperativo. Todas estas complejas realidades en cuestión, nos deben impulsar en la búsqueda de una vida ontológica no tóxica. Pero esto no será a través de la lógica de la razón instrumental, ni pragmática de lo utilitario, o una visión económica o partidista; sino del razonamiento dialogado, pacífico y de la superación de los dualismos “ustedes-nosotros”, buscando la unidad en los opuestos.Porque nuestra condición humana como nos señalara el filósofo Leonardo Polo permite que nos perfeccionamos a nosotros mismos a través de hábitos y virtudes; y como seres que perfeccionamos el universo mismo.Y con ello, hacernos eco de un sentimiento país. Este sentimiento país, del que necesitamos más que nunca poder expresar al mediodía, y que exige la urgente necesidad de poder evitar esta forma de habituación con la que hemos venido coexistiendo, como advirtiera Irina Domurath, a propósito de los gases lacrimógenos, cuando expresa razonable y humanamente que: «Chile necesita un día de reflexión». (Véase «Violencia lacrimógena al nivel de Turquía y Siria: Chile necesita un día de reflexión » En Opinión. El Mostrador. 21/ 11/2018. )

 

Stefan Palma

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