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Chile y sus ciudadanos: capitalistamente integrados Opinión

Chile y sus ciudadanos: capitalistamente integrados

Roberto Pizarro Contreras
Por : Roberto Pizarro Contreras Ingeniero civil industrial y doctor (c) en Filosofía USTC (Hefei, China).
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En su libro “Plan sobre el Planeta: Capitalismo Mundial Integrado y Revoluciones Moleculares”, el psicoanalista y filósofo francés Félix Guattari nos advierte que el Capitalismo posee dos fases, a saber: extensiva e intensiva.

En su fase extensiva, el capitalismo expande su imperio sobre la superficie planetaria. En este estadio ninguna actividad humana escapa a su control y todo el tejido social se impregna de la dinámica capitalista, afectando tanto a las formas de poder como a los modos de producción. Países que históricamente se le habían escabullido de las manos, se postran a sus pies, tal como ocurriera con la extinta Unión Soviética y con la República Popular China. Se trata, pues, de una extensión geográfica que se encierra sobre sí misma. Este movimiento envolvente no puede entenderse sin un proceso paralelo de desterritorialización del capital, el cual, por lo demás, explica que reformas tributarias como las que impusieron el presidente François Hollande en Francia o la presidenta Michelle Bachelet en Chile, no le hagan mella al Capitalismo Mundial: el Capitalismo no sabe de patrias y buscará una nueva sede cuando se le intente oprimir, a más de vengarse luego marginando de los beneficios de su mundialización a quien haya renegado. En fin, en esta fase expansiva puede uno puede disparar incluso una bomba nuclear sobre el Capitalismo, pero los fragmentos comenzarán dondequiera a recomponerse y la masa volverá a unirse otra vez y con renovados bríos, aumentando en tamaño y voracidad.

La fase intensiva, que es la expresión más avanzada del Capitalismo, es peor y tiene lugar inmediatamente a continuación de la clausura geográfica del orbe. El Capitalismo ha alcanzado sus límites máximos de prolongación territorial y no puede construir más un factor de crecimiento. ¿Quiere decir esto que también se ha clausurado el campo de acción capitalista? En modo alguno. Todavía le queda un vasto reino por conquistar: la conciencia de cada ser humano, que en sí misma es un nuevo mundo (o una infinidad de ellos). He ahí por qué es peor. Aquí la figura del capitalista explotador ha quedado obsoleta así como también la cultura ha sido herida de muerte en un individualismo vírico. También las fábricas como espacios de opresión del cuerpo han desaparecido. El giro o la reformulación capitalista consiste en que ahora es el mismo ciudadano quien se entrega voluntariamente, en toda su corporeidad, al régimen de explotación y constituye colaborativamente, como si del socialismo más gregario se tratara, las empresas que conducen a ese régimen, aun cuando al abandonar esas empresas al término de la jornada aquel espíritu colaborativo se disipe como un gas, como una cruel ilusión.

En la Fase II del Capitalismo, en el Capitalismo Intensivo, la autoexplotación es el proceso matriz. Aquí los mecanismos de alienación o manipulación psicológica han alcanzado tal grado de sofisticación, soportados por unos sistemas de información progresivamente más eficaces (el Datamining, la Inteligencia Artificial, por ejemplo), que el Capitalismo se torna más que un mero esquema que sortean los ciudadanos soslayando el naufragio, más que un modelo al que hay resistir; se vuelve algo tan corriente como movilizarnos en avión para recorrer la distancia entre dos continentes o como usar un tenedor para comer, es decir, pasa a formar parte integral de la vida humana, o al menos esto parece. Aquí los hijos o nietos de un socialista allendista pueden perfectamente adherir al Capitalismo y soñar con montar sus propios negocios y lucrar, e incluso votarían por un otrora pinochetista, si este les promete las condiciones para su montaje empresarial. Se trata del hombre integrado plenamente en su circunstancia, parafraseando a Ortega y Gasset. En suma, en su etapa más avanzada, el Capitalismo queda, por antonomasia, mundialmente integrado en todos los niveles. Y con la consumación capitalista no queda pendiente, pues, más que un cambio de registro civilizatorio o cultural, ya sobre sus bases, desde el optimismo neoliberal, si no sobre sus ruinas, visto desde el marxismo.

[cita tipo=»destaque»]La fase intensiva, que es la expresión más avanzada del Capitalismo, es peor y tiene lugar inmediatamente a continuación de la clausura geográfica del orbe. El Capitalismo ha alcanzado sus límites máximos de prolongación territorial y no puede construir más un factor de crecimiento. ¿Quiere decir esto que también se ha clausurado el campo de acción capitalista? En modo alguno. Todavía le queda un vasto reino por conquistar: la conciencia de cada ser humano, que en sí misma es un nuevo mundo (o una infinidad de ellos). He ahí por qué es peor. Aquí la figura del capitalista explotador ha quedado obsoleta así como también la cultura ha sido herida de muerte en un individualismo vírico. También las fábricas como espacios de opresión del cuerpo han desaparecido. El giro o la reformulación capitalista consiste en que ahora es el mismo ciudadano quien se entrega voluntariamente, en toda su corporeidad, al régimen de explotación y constituye colaborativamente, como si del socialismo más gregario se tratara, las empresas que conducen a ese régimen, aun cuando al abandonar esas empresas al término de la jornada aquel espíritu colaborativo se disipe como un gas, como una cruel ilusión.[/cita]

El capitalismo intensivo a que hemos aludido no es otro que el capitalismo contemporáneo. En el caso de nuestro país y, en particular, de las pasadas presidenciales, bien podemos resumir su efecto en la tercera y quinta tesis del cientista político Fernando Duque acerca de los determinantes del triunfo de Piñera:

En la tercera, que apunta principalmente a las comunicaciones, nos dice que Sebastián Piñera es una persona extremadamente inteligente, que posee un doctorado en Economía de la Universidad de Harvard y que es altamente probable que haya contratado a los mejores expertos electorales de Estados Unidos y Europa para garantizar un sólido triunfo en las elecciones. (De hecho, sabemos nosotros que el presidente electo gastó $3.900 millones y que solicitó cinco créditos bancarios sobre tres de su adversario Gullier.) También señala que Piñera tuvo una conducta y un comportamiento brillante cuando treinta y tres mineros fueron atrapados en una profunda faena minera. Advierte que Piñera de su bolsillo contrató a dos distinguidos expertos estadounidenses para que estudiaran el problema y le propusieran un programa de salvamento. Esta consultoría tuvo un rotundo éxito, aclamado en Chile y en todo el planeta, y, podemos añadir nosotros, Piñera supo valer su resultado, reivindicándolo una y otra vez, implantando en la psique de sus electores un sesgo cognitivo de disponibilidad y otro de impacto, es decir, haciendo prevalecer en ella, intencionadamente, la información que él deseaba sobre cualquiera otra como sería el contenido de su campaña o el hecho de que en su historial cuenta el Piñeragate, la imputación del Banco de Talca, su pública declaración sobre la educación como bien de consumo, o el ferviente discurso senatorial a favor de Pinochet cuando este se hallaba en Londres, entre otros.

En la quinta tesis, por otra parte, Duque refiere que para que un buen programa de cohecho y compra de votos funcione bien, es necesario que el programa no sólo sea bien diseñado sino que también es indispensable que gran parte del electorado sea suficientemente corrupto como para dejarse comprar por pequeñas sumas de dinero. En este caso, el piñerismo no solo habría desarrollado recursos específicos de alienación sino lo hizo maximizando la explotación de la alienación presente, la herida mortal que  padece la cultura, a fin de dirigir la conciencia y con ello el voto del electorado. El electorado chileno, sostiene el intelectual, que no pertenece al 19% de la clase media acomodada, hace ya muchos años que se ha convertido en una enorme masa de los llamados “familistas amorales”, lo que quiere decir que son ciudadanos preocupados intensamente solo del bienestar de su familia inmediata y de un pequeño grupo de amigos. El familista amoral considera que la sociedad, el Estado y la política en general, son sus enemigos. Por lo tanto, rechaza la participación ciudadana en actividades políticas legítimas y de bien público. Esta aserción de Duque se complementa perfectamente con aquella diagnosis que hiciera la BBC en su reportaje titulado “Al chileno le gustan las lucas y por eso necesitamos un presidente que nos haga crecer”.

Por último, lo importante en la propuesta de Guattari sobre el Capitalismo Mundial Integrado, es que el Capitalismo no solo se consolida globalmente, sino también en los ámbitos más personales, al punto de que el ciudadano no solo acaba autoexplotándose, sino también se convierte en un autoantropófago, pues consume el producto de su explotación. Y se cumple aquí no solo lo que Marx dijera acerca de “la expropiación de la burguesía por la burguesía”, sino igualmente “la explotación de la burguesía por la burguesía”, ya que las determinaciones moleculares inconscientes, que afectan a todos, tanto a capitalistas como a operadores del sistema, no cesan de interactuar sobre los componentes fundamentales del esquema mundial imperante. En estas condiciones, solo nos queda rezar: ¡El Mercado nos salve!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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