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Apruebo: para que el Sí no esté en todo Opinión

Apruebo: para que el Sí no esté en todo

Rodrigo Álvarez Quevedo
Por : Rodrigo Álvarez Quevedo Abogado de la U. Adolfo Ibáñez. Profesor de Derecho Penal, Universidad Andrés Bello. Abogado Asesor, Ministerio del Interior (2015-2018)
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“Estas son imágenes de La Habana, capital de Cuba, miserable, vieja. A esta ciudad la alegría llegó en 1958 y se quedó para siempre. Porque cuando esta alegría llega… Se queda para siempre”. Era el 23 de septiembre de 1988 y con esta frase abría la franja del . Una campaña del terror y había miedo. Así se desplegaba la publicidad defensora del régimen, como si el fin de la dictadura solo nos pudiera llevar al desorden, al caos y al retroceso. Varias son las imágenes que dejó la franja. Podemos recordar aquella usada por Pablo Larraín en su película No, de archivos reales, en la que se ve una aplanadora destruyendo un coche de guagua mientras una voz en off dice “cuando usted vote, piense en todo lo que puede perder”. Luego se aplasta una televisión y dice “piense en lo más querido”. ¿Qué era lo que podíamos perder? ¿La televisión era lo más querido? Subyace una visión particular del progreso y la metáfora es a lo menos curiosa. En realidad, no tiene mucho sentido, pero cuando se apela al miedo todo vale y no es necesario buscar argumentos.

Uno años antes, en plena dictadura, emergía una nueva voz. Se trataba de un joven de 23 años, de nombre Alfredo Jaar (el padre), que años más tarde se vería convertido en uno de los artistas más relevantes del mundo. Entre los años 78 y 81, Jaar desarrolló sus Estudios sobre la felicidad. Se trataba de una obra compuesta por siete sucesivas etapas que reflexionaban sobre la vida de entonces. ¿Es usted feliz?, preguntaba al espectador, desplegando la interrogante en diversos espacios públicos. La obra le mereció una beca para emigrar a Nueva York, ciudad en la que levantó, en 1987, tres años antes de que naciera su hijo, una instalación que le decía al mundo “This is not America”, mostrando un mapa de Estados Unidos;  “this is not America”,  proyectando un mapa de ese país. Un video de 38 segundos en Times Square fue suficiente para ofender a la potencia económica del continente, a pesar de no ser más que una obviedad para cualquier (otro) americano.

Pasaron  los años y ha corrido agua bajo el puente. Las cosas han cambiado, pero no tanto. Los defensores del se convirtieron en promotores del rechazo. Aunque algunos no lo reconocerían, son sus herederos. Cambió la expresión, pero no el fondo, que sigue siendo el mismo: defender un modelo que ha negado la relevancia política y ética de la desigualdad y ha promovido los privilegios y el abuso. La publicidad tampoco ha cambiado mucho. Se sigue apelando al temor y se renuncia al argumento. En eso no hay nada nuevo: hecho poco se anunció “Chilezuela” con Guillier –¡Por último Artés, pero Guillier!–; el apocalipsis económico con Aylwin cuando dobló el sueldo mínimo que nunca se subió durante la dictadura; la vuelta con Lagos a la UP; el segundo gobierno de Bachelet como un giro a la extrema izquierda, etc. Sabemos que nada de eso pasó y que las alarmas fueron exageradas. Seguimos siendo el Chile neoliberal que conocemos hace décadas.

El uso de metáfora desafortunada es casi el mismo. Ya no es Cuba, sino Venezuela; la aplanadora ya no destruye un coche si no que se habla de destruir la casa. Aunque con un tono algo distinto, en uno de los videos más comentados y criticados, aquel difundido por Allamand, se compara la Constitución con el arreglo/destrucción de un hogar. “Hay muchas cosas que debemos cambiar, urgentes, pero no es necesario echar abajo lo que hemos construido. Hagamos todas las reformas necesarias ahora, no perdamos dos años. Cuidemos nuestra casa”, dice una voz en el cierre. Más allá del pueril emotivismo –nadie querría destruir su casa—, ¿Por qué un cambio es destrucción? ¿Cuál será la casa común construida por todos? ¿Una Constitución hecha en cuatro paredes por una comisión convocada por Pinochet? El problema, en parte, es precisamente que muy pocos aceptamos que esa sea nuestra casa, pero claro, eso no vale la pena ni pensarlo.

Otra joya fue el video del “bus del plebiscito” vs el “bus de la reforma”, que nos llevaría a “mejores trabajos” y “mejores sueldos”. Termina diciendo que “una reforma puede cambiar en un día lo que una Constitución desde cero puede cambiar recién en un par de años”. La mentira es flagrante, sabemos que las reformas tienen límite en las propias trampas de Jaime Guzmán que restringen la cancha a través de quórums supramayoritarios y un rol protagónico del Tribunal Constitucional, entre otras cuestiones. Hay un poder de veto para la minoría y, en buena medida, eso ha impedido los cambios. Sobre esto mucho se ha dicho, pero, asumiendo que fuera cierto, ¿en serio nos dicen que esto siempre se pudo hacer tan rápido como los cinco minutos que demora el bus? O sea, los del rechazo, los del Sí, ¿nos dicen que en un día pueden llevarnos a mejores trabajos y sueldos? Entonces, ¿por qué no se hicieron las reformas? ¿Por qué fueron tantas veces al Tribunal Constitucional para vetarlas?

El terror y el miedo siguen siendo el eje en la publicidad del rechazo, que se inmiscuye en la lógica del plebiscito anterior. Y es que el rechazo tiene bastante del . Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia.

Pero, tal como existen herederos y continuadores del , los hay también del artista. Otra nueva voz aparece, también se apellida Jaar, pero ahora se llama Nicolás (el hijo). Es el niño prodigio  de la música electrónica, pero no es solo eso. Estudió literatura comparada y compuso la música de la última obra de Pablo Larraín (Ema, 2019), la de Dheepan, película francesa ganadora de la Palma de Oro en Cannes el año 2015, entre otros cortos y documentales. Nacido en 1990, es de la generación de los que fueron pingüinos el 2006 y estudiantes movilizados el 2011.

Aunque lo miraba desde la distancia, desde ese Estados Unidos que para nosotros no es América, unos años después de la movilización estudiantil, el 2016, con 26 años nos regala su disco más político: Sirens. En la cuarta canción, titulada “No”, dice: “no hay que ver el futuro para saber lo que vamos a pasar”; luego agrega: “ya dijimos No, pero el sí está en todo, todo lo que hay”. Una referencia al plebiscito de 1988, pero también a la obra de su padre, que acompaña la carátula del álbum. Ya dijimos No, pero el modelo neoliberal sigue siendo; ya dijimos que Estados Unidos no es América, pero el neoliberalismo sigue siéndolo. “¿Ustedes todavía sienten la presencia de Pinochet? Lo encontré muy simple, pero lo siento cada vez que voy a Chile. También lo siento en Estados Unidos y en Londres. Ya dijimos no a (Ronald) Reagan acá y está en todas partes; ya dijeron no a (Margaret) Thatcher y está en todas partes. Vivimos en ese mundo”, dijo el nuevo Jaar.

Han pasado 30 años  y 30 pesos desde el plebiscito y su franja. Hoy sabemos que el triunfo de la oposición no nos llevó a Cuba; también que la alegría no llegó, al menos no como la esperábamos. Hoy la oportunidad es única. En abril se puede derrotar al rechazo de los fueron el , pero para eso el apruebo no debe ser el No. El rechazo debe estar en todo, todo lo que hay.

Si el apruebo pierde el plebiscito, ya sabemos qué pasará. No es necesario ver el futuro para saber.

Si gana el apruebo, podemos volver a creer en una nueva alegría. Una que finalmente llegue para llevarnos, no a esa Cuba (hoy Venezuela) de los promotores del terror, sino una alegría que nos permita vivir juntos y vivir mejor. En un Chile más justo, igualitario y digno.

Ojalá esta vez llegue y se quede para siempre, para que el no esté en todo.

Eso aprobamos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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