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¿Planificación o improvisación? El “Paso a Paso” ante los ojos de la Filosofía Opinión

¿Planificación o improvisación? El “Paso a Paso” ante los ojos de la Filosofía

Álvaro Muñoz Ferrer
Por : Álvaro Muñoz Ferrer Profesor de Ética, Universidad Adolfo Ibáñez.
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El rol de la filosofía no es, por cierto, resolver el problema del aumento de los contagios, pues esto es tarea de la ciencia y de la política, pero sí puede ayudarnos a comprender, por ejemplo, por qué un país que avanza tan bien en el proceso de vacunación, no funciona del mismo modo cuando se trata de aplacar el progreso viral.


A pesar de que Chile ha conseguido llevar a cabo un buen proceso de vacunación, estamos viviendo un alarmante aumento en el número de contagios, de utilización de camas críticas y de fallecidos por coronavirus. Este fenómeno plantea la necesidad de reflexionar con respecto al modo en que nuestro país está manejando la pandemia y, en esa tarea, la filosofía podría convertirse en una buena herramienta.

Como lúcidamente sostiene Slavoj Žižek, la filosofía tiene un objetivo modesto: no pretende solucionar problemas, sino que busca replantearlos. Esto quiere decir que, ahí donde un problema es evidente, la filosofía no tiene mucho que decirnos. Sin embargo, cuando lo problemático es oscuro, la filosofía tiene la virtud de plantear las preguntas adecuadas para iluminar aquello que no vemos con claridad. Esto es particularmente evidente en el caso de una pandemia: el rol de la filosofía no es, por cierto, resolver el problema del aumento de los contagios, pues esto es tarea de la ciencia y de la política, pero sí puede ayudarnos a comprender, por ejemplo, por qué un país que avanza tan bien en el proceso de vacunación, no funciona del mismo modo cuando se trata de aplacar el progreso viral.

Cuando analizamos el modo de gobierno de la pandemia en nuestro país, hay dos fenómenos que llaman la atención: el primero es la inconsistencia del Plan “Paso a Paso”. Las constantes modificaciones e improvisaciones, habitualmente criticadas por expertos, hacen que el modelo no tenga capacidad preventiva, pues no se anticipa a la realidad, sino que va siempre un paso atrás de ella. Ejemplos elocuentes de esto son las modificaciones en las fases del Plan –por ejemplo, permitir la apertura de cines y gimnasios en una fase en la que anteriormente esto estaba prohibido–, los permisos de vacaciones sin capacidad de fiscalización, la ausencia de medidas de mitigación para las aglomeraciones diarias en el transporte público y el retorno a clases presenciales en colegios y escuelas mucho antes de que el cuerpo docente pueda desarrollar inmunidad. De más está decir que la improvisación permanente es lo contrario de la planificación.

El segundo fenómeno es el rápido y efectivo proceso de vacunación. Si bien es claro que se trata de una excelente noticia, la vacunación se ha transformado en el producto estrella de un gobierno con pocos aciertos y se promociona como si se tratase de una campaña de marketing. Es habitual que veamos a la autoridad sanitaria felicitarse a sí misma en la cuenta diaria porque Chile figura en los primeros lugares de inoculación mundial. Sin embargo, el tono cambia cuando se trata del aumento en la mortalidad o en la ocupación de camas UCI. Es importante insistir en que el desarrollo de la vacunación en el país ha sido ejemplar, pero el modo en que se comunica nos revela que, al parecer, existe consciencia de que se trata de la única medida consistente en medio de la amenaza viral.

Tenemos, entonces, improvisación en la contención del virus y, a la vez, un optimismo desbordante en el proceso de vacunación. Aquí es donde la necesidad de plantear la pregunta adecuada se hace patente: ¿estamos combatiendo al virus o será que estamos improvisando a la espera de que la vacuna haga efecto y consiga la tan anhelada inmunidad de grupo? Por cierto, la filosofía no se detendrá aquí y, tal como el mar de Paul Valéry, volverá constantemente sobre esta pregunta y abrirá nuevas interrogantes: apostar por la vacuna mientras se improvisan medidas que no detienen la cadena de contagios implica arriesgar la vida de las personas. ¿Es esto moralmente aceptable? ¿Será posible y/o recomendable confiar exclusivamente en la inoculación? Es cierto, la ciencia nos ha mostrado una luz al final del túnel, pero, ¿cuáles serán las consecuencias de precipitarnos hacia la salida sin preocuparnos suficientemente del modo en el que abandonaremos la oscuridad?

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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