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La soberbia de la irresponsabilidad Opinión

La soberbia de la irresponsabilidad

Gonzalo Rojas-May
Por : Gonzalo Rojas-May Vicepresidente Amarillos por Chile. Psicólogo
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La tarea que recae en nuestros 154 compatriotas es de una magnitud tal que como sociedad debemos exigirles profundidad reflexiva, rigor intelectual y responsabilidad cívica.  Pero así también debemos permitirles contar con todo el tiempo que requieran para el diálogo, el debate con altura de miras, la pausa necesaria para llegar a acuerdos fundamentales y así responder a los anhelos, esperanzas e ideales con que el 80 % de los electores los eligió.


Seamos claros.  La “aldea global” nunca había sido tan aldea como hoy.  La globalización instaló temas comunes con una simultaneidad e interconectividad asombrosa y agotadora.  El saber que se experimentaban los mismos dolores y malestares en los cinco continentes nos hermanó y propició revueltas y estallidos sociales al unísono.  Las voces y las coreografías de las protestas se replicaron y homogenizaron por doquier; pero así también la falta de brújula, ideas y liderazgo para conducir los procesos político – sociales han sido también una realidad común.

Nuestra “aldea global” con toda su simultaneidad y conectividad digital se ha ido fragmentando cada vez más en las últimas décadas.  La idea de naciones plurinacionales, pueblos y territorios, se ha ido instalando con fuerza discursiva y hasta violencia desatada en todo el orbe.  Desde luego que el reconocimiento identitario, el respeto a la diversidad, la autonomía cultural y la reparación histórica son temas de los que nuestro tiempo deberá hacerse cargo; pero también es cierto que la idea de los derechos nacionales o ancestrales rima demasiado de cerca con nacionalismo y con Lebensraum  y este con todas las derivadas del espanto.  Tenemos aun tan próximos al Genocidio Armenio, el Holodomor estaliniano, el Holocausto perpetrado por los nazis, el Gran Terror soviético, la Revolución Cultural China, el Genocidio Camboyano, el Genocidio de Ruanda, los desparecidos por las dictaduras latinoamericanas o las atrocidades de la Guerra de los Balcanes, como para pretender, ingenuamente, que hemos aprendido la lección y que el monstruo del odio que aún habita entre nosotros no vaya a querer volver a despertar.  ‘El hombre es un lobo para el hombre’, decía Thomas Hobbes en 1651, 371 años después sin duda puede seguir siéndolo.

Y mientras nuestra aldea global se estremece con los coletazos de la Pandemia por Covid-19, la invasión rusa a Ucrania, sus millones de desplazados, las interrogantes del “nuevo orden mundial” que está surgiendo, la cada vez más evidente crisis económica global que se nos viene encima y los estragos del cambio climático, los chilenos nos encontramos redactando una nueva Constitución.  

En los últimas semanas y días la incertidumbre, la duda y la desorientación, se han instalado a la luz del articulado que se debate y se va aprobando.    La posibilidad cierta, nacida post estadillo de 2019, de contar con una nueva Carta Magna, abre una larga lista de interrogantes: ¿qué es lo que se busca en verdad al redactar una nueva Constitución?, ¿una tregua político – social?, ¿un acuerdo de mínimos que den gobernabilidad y progreso?, ¿o un pacto robusto que nos una en nuestra diversidad, establezca reglas de convivencia claras y justas, que fortalezca a nuestra democracia, fomente la igualdad de oportunidades de desarrollo, otorgue dignidad a cada habitante de nuestro país e instale a la noción de reciprocidad de derechos y deberes como la piedra angular de nuestra convivencia?  

¿Cuál es la lógica de los 154 constituyentes? ¿Con qué perspectiva histórica están pensando, deliberando y redactando la columna vertebral de nuestra democracia para las próximas décadas? ¿Lo hacen, como se ha dicho, para redistribuir el poder?, ¿para reparar nuestro pasado acaso y creyendo que, al hacerlo, en el futuro, se evitarán los mismos errores y horrores?, ¿la escriben con horizonte de tiempo y pensando en cómo deberemos enfrentar los gigantescos desafíos de este nuevo siglo?  

La tarea que recae en nuestros 154 compatriotas es de una magnitud tal que como sociedad debemos exigirles profundidad reflexiva, rigor intelectual y responsabilidad cívica.  Pero así también debemos permitirles contar con todo el tiempo que requieran para el diálogo, el debate con altura de miras, la pausa necesaria para llegar a acuerdos fundamentales y así responder a los anhelos, esperanzas e ideales con que el 80 % de los electores los eligió.

En tiempos en que el populismo se ha instalado con su discurso facilista, liviano e irresponsable, y que con la soberbia del que se siente dueño de la verdad pregona “la buena nueva” de una sociedad de derechos maximalistas, faltando descaradamente a la verdad con respecto a la viabilidad real de lo que propone, situando al “buenismo” como fundamento psíquico, social y hasta jurídico, es necesario decir ¡basta!   El triunfo de la soberbia de la irresponsabilidad será grandilocuente si se produce, pero durará poco y tras de sí, las fauces del totalitarismo del color político que sea nos podrá arrastrar a todos.

En estos días complejos es bueno recordar a Kafka: “Dos pecados capitales existen en el hombre, de los cuales se engendran todos los demás: impaciencia e indolencia. Fue a causa de la impaciencia que lo han expulsado del paraíso, al que no puede volver por culpa de la indolencia. Aunque quizá no existe más que un sólo pecado capital: la impaciencia. La impaciencia hizo que lo expulsaran y es con motivo de la impaciencia que no regresa”

Es de esperar que cuando nuestra actual crisis política decante, el péndulo no se incline hacia un extremo que nos haga decir: “con todas sus imperfecciones vivíamos en democracia y no lo sabíamos”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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